Nueve días.
Nueve días duraron para llegar completamente al Tártaro, Règine recordaba perfectamente haber oído por parte de Malcolm que nueve días se tardarían en caer a las entrañas del inframundo. Esperaba que el libro que Malcolm leyó ese día de haya equivocado.
Había perdido la noción del tiempo que Percy y ella llevaban cayendo: ¿horas? ¿Un día? Parecía que hubiera pasado una eternidad. Habían estado cogidos de la mano desde que se habían caído en la sima. Hasta que Percy la atraía hacia sí, abrazándola con fuerza mientras se precipitaban hacia una oscuridad absoluta. Cosa que a Règine le agradó un poco pero que alborotó su corazón porque no tardó en latir alocadamente.
El viento silbaba en los oídos de Règine. El aire se volvió más caliente y más húmedo, como si estuvieran cayendo en picado en la garganta de un enorme dragón.
Pero aquel silbido de sus oídos no duró mucho porque se convirtió en algo más parecido a un rugido. Empezó a hacer un calor insoportable, y el aire se impregnó de un olor a huevos podridos.
De repente, el foso por el que habían estado cayendo dio a una inmensa cueva. A unos ochocientos metros por debajo de ellos, la asiática vio el fondo. Por un momento se quedó tan anonadada que no pudo pensar con claridad. Toda la isla de Manhattan podría haber cabido dentro de esa cueva, y ni siquiera alcanzaba a ver toda su extensión. Nubes rojas flotaban en el aire como sangre vaporizada. El paisaje —al menos, lo que ella podía ver— constaba de llanuras negras y rocosas, salpicadas de montañas puntiagudas y simas en llamas. A la izquierda de Règine, el suelo descendía en una serie de acantilados, como colosales escalones que se internaban en el abismo.
El hedor a azufre dificultaba la concentración, pero se centró en el suelo situado justo debajo de ellos y vio una cinta de un reluciente líquido negro: un río.
—¡Percy! —le gritó al oído—. ¡Agua!
Señaló frenéticamente. El rostro de Percy resultaba difícil de descifrar a la tenue luz roja. Parecía atónito y horrorizado, pero asintió con la cabeza como si la entendiera.
Percy podía controlar el agua... suponiendo que lo que había debajo de ellos fuera agua. Podría amortiguar su caída de alguna forma. Por supuesto, Règine había oído historias terribles sobre los ríos del inframundo. Podían arrebatarte los recuerdos o reducir tu cuerpo y tu alma a cenizas. Pero decidió no pensar en ello.
Era su única oportunidad.
El río se precipitabahacia ellos. En el último segundo, Percy gritó en tono desafiante. El aguabrotó en un enorme géiser y se los tragó enteros.
El impacto no los mató, pero el frío sí estuvo a punto de acabar con su vida.
El agua helada la dejó sin aire en los pulmones. Sus extremidades se quedaron rígidas, y Percy se le escapó.Empezó a hundirse. Extraños gemidos resonaban en sus oídos: millones de voces desconsoladas, como si el río estuviera hecho de tristeza destilada. Las voces eran peores que el frío. La arrastraban hacia abajo y le adormecían.
¿De qué sirve luchar?, le decían. De todas formas, ya estás muerta. Nunca saldrás de este sitio. Harías un enorme favor al mundo morirte.
Podía hundirse hasta el fondo y ahogarse, dejar que el río se llevara su cuerpo. Eso sería más fácil. Podría cerrar los ojos... Percy le agarró la mano y la devolvió a la realidad. No podía verlo en el agua turbia, pero de repente ya no quería morir. Bucearon juntos hacia arriba y salieron a la superficie.
Règine boqueó, agradeciendo el aire que respiraba, por sulfuroso que fuera. El agua se arremolinó a su alrededor, y se dio cuenta de que Percy estaba formando un torbellino para mantenerlos a flote.
No podía distinguir su entorno, pero sabía que estaban en un río. Los ríos tenían orillas.—Tierra —dijo con voz ronca—, ve hacia un lado.
Percy parecía casi muerto de agotamiento. Normalmente el agua le vigorizaba, pero no era el caso de la que les rodeaba. Controlarla debía de haber consumido todas sus fuerzas. El remolino empezó a disiparse. Règine le agarró la cintura con un brazo y luchó a través de la corriente. El río se movía contra ella: miles de voces quejumbrosas susurrándole al oído, metiéndose en su cerebro.
La vida es desolación, decían. Todo es inútil, y luego te mueres.
—Inútil —murmuró Percy.
Le castañeteaban los dientes debido al frío. Dejó de nadar y empezó a hundirse.
—¡Percy! —gritó ella—. El río te está confundiendo la mente. Es el Cocito: el río de las lamentaciones. ¡Está hecho de tristeza pura!
—Tristeza —convino él.
—¡Lucha contra ella!
Règine agitó los pies y se esforzó por mantenerlos a los dos a flote. No sabía cómo podía mantenerlos a los dos a flote ya que de cosa y sabía nadar aparte de que Percy pesaba una tonelada.
Alzó su mano libre y la dirigió en dirección al rostro del hijo de Poseidón. Y sí, lo abofeteó, cosa que funcionó un poco ya que Percy pareció regresar a la realidad pero no del todo.
—Háblame de la ti—le pidió—. ¿Cómo se llama tu mamá?
—Sally...Sally Jackson...
—Genial, bonito nombre. ¿Qué te gustaría estudiar?
—No lo sé —reconoció él.
—Ciencias del mar —propuso ella—. ¿Oceanografía?
—¿Surf? —preguntó él. La niebla se comenzó a disiparse de sus ojos, poco a poco él la fue ayudando a dirigirse a la orilla.
—Suena bien.
Ella se rió, y el sonido lanzó una onda de choque a través del agua. Los gemidos se desvanecieron hasta convertirse en ruido de fondo. Règine se preguntó si alguien se habría reído en el Tártaro antes; una risa de alegría pura y simple. Lo dudaba.
Empleó sus últimas fuerzas para llegar a la orilla del río. Sus pies se hundieron en el fondo arenoso. Ella y Percy subieron a tierra, temblando y jadeando, y se desplomaron en la arena oscura.
A la semidiosa le entraron ganas de acurrucarse y dormirse un rato. Tenía ganas de cerrar los ojos, confiar en que todo fuera una pesadilla y, al despertar, encontrarse otra vez a bordo del Argo II, a salvo con sus amigos (bueno, todo lo a salvo que un semidiós podía estar).
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𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympus
FanfictionTodos tenían un mal concepto de Afrodita y sus hijos: débiles y vanidosos. Eso le molestaba a Règine Tanaka, sus falsas imágenes hacia ellos, siempre trataba de hacerlos callar la boca, lo cual logró. A comparación de su hermana Drew, ella era buena...