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Règine.

Habían seguido a Bob a través del terreno baldío, sin desviarse del curso del Flegetonte, hacia el oscuro frente de tormenta. De vez en cuando se detenían a beber agua de fuego, que los mantenía con vida, pero a la semidiosa no le entusiasmaba. Tenía la garganta como si continuamente estuviera haciendo gárgaras con ácido de batería.

Su único consuelo era que no se encontraba sola, se encontraba con Percy. Cada cierto tiempo él la miraba y sonreía.

—Bob sabe lo que hace —aseguró Percy.

—Tienes unos amigos muy interesantes —murmuró Règine.

—¡Bob es interesante! —el titán se volvió y sonrió—. ¡Gracias!

El grandullón tenía buen oído. Règine rió al no acordarse que los titanes tenían excelente oídos. Después de eso, el silencio gobernó entre los semidioses pero Percy rompió el hielo.

—Muchas gracias p-por salvarme de la empousai —inesperadamente las palabras no salían de la boca del chico después de que Règine lo mirara a los ojos—...de mi espalda.

—No fue nada, Percy, hubieses hecho lo mismo. Aparte, entre ambos debemos cuidarnos.

Percy sonrió para después apartar la mirada de ella.

—Bueno, Bob... —habló la chica nuevamente— ¿Cómo has llegado al Tártaro?

—Salté —contestó él, como si fuera evidente.

—¿Saltaste al Tártaro porque Percy pronunció tu nombre? —dijo ella.

—Me necesitaba —susojos plateados brillaban en la oscuridad—. No pasa nada. Estaba cansado debarrer el palacio. ¡Vamos! Estamos a punto de llegar a una parada paradescansar.



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—Aquí —dijo Bob.

Se detuvieron en lo alto de una cumbre. Debajo de ellos, en una depresión resguardada que parecía un cráter lunar, había un círculo de columnas de mármol negras rotas alrededor de un oscuro altar de piedra.

—El santuario de Hermes —explicó Bob.

Règine frunció el entrecejo.

—¿Un santuario de Hermes en el Tártaro?

Bob se rió de regocijo.

—Sí. Se cayó de alguna parte hace mucho. Tal vez del mundo de los mortales. Tal vez del Olimpo. De todas formas, los monstruos lo evitan. Casi todos.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —preguntó Percy.

La sonrisa de Bob se desvaneció. Tenía una mirada vacía en los ojos.

—No me acuerdo.

—Tranquilo —dijo Percy rápidamente.

Antes de que Bob se convirtiera en Bob, había sido Jápeto el titán. Como todos sus hermanos, había estado encerrado en el Tártaro una eternidad. Evidentemente, conocía el lugar. Si se acordaba de ese santuario, podía ser que empezara a recordar otros detalles de su antigua cárcel y su antigua vida. Eso no sería bueno.

Treparon al interior del cráter y entraron en el círculo de columnas.

Règine se desplomó sobre una plancha de mármol rota, demasiado agotada para dar un paso más. Percy se quedó a su lado en actitud protectora, cosa que le pareció muy tierno de su parte. El frente de tormenta negro se encontraba a menos de treinta metros de distancia y lo oscurecía todo delante de ellos. El borde del cráter les tapaba el terreno baldío situado detrás. Allí estarían bien escondidos, pero si los monstruos se tropezaban con ellos, lo harían sin avisar.

—Has dicho que alguien nos estaba persiguiendo —dijo Percy—. ¿Quién?

Bob pasó su escoba alrededor de la base del altar, agachándose de vez en cuando para examinar el terreno en busca de algo.

—Sí, nos están siguiendo. Saben que estáis aquí. Gigantes y titanes. Los vencidos. Lo saben.

« Los vencidos...» Règine trató de dominar su miedo. ¿Contra cuántos titanes y gigantes habían luchado ella y Percy a lo largo de los años como semidioses? Cada uno de ellos les había parecido un desafío imposible. Si todos estaban allí abajo, en el Tártaro, y si estaban buscando seriamente a Percy y Règine...

—¿Por qué paramos, entonces? —preguntó ella—. Deberíamos seguir adelante.

—Pronto —dijo Bob—. Los mortales necesitan descansar. Este es un buen sitio. El mejor sitio para... Oh, el camino es muy largo. Yo os vigilaré.

Règine lanzó una mirada a Percy y le transmitió un mensaje silencioso:
« Oh, no» . Andar con un titán ya era bastante grave. Dormirte mientras el titán te vigilaba... No hacía falta ser hija de Atenea para saber que era una enorme imprudencia, puede que a Règine le agrade Bob por salvarlos de la empousai pero no sabían si en cualquier momento, mientras dormían, el titán recupere la memoria y se lance sobre ellos en busca de venganza.

—Duerme tú —le dijo Percy—. Yo haré la primera guardia con Bob.

Bob asintió rugiendo.

—Bien. ¡Cuando te despiertes, habrá comida!

A Règine se le revolvió el estómago al oír hablar de comida. No lograba imaginar cómo Bob podría conseguir comida en medio del Tártaro. A lo mejor también era empleado de catering además de conserje.
Ella no quería dormir, pero todo su cuerpo la delataba. Los párpados le pesaban.

—Despiértame para la segunda guardia, Percy. No te hagas el héroe.

Él le dedicó aquella sonrisa pícara.

—¿Quién, yo? —el chico rió—. Ya duerme.

La chica se acurrucó colocando su brazo como almohada y no duró mucho para caer rendida.

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora