𝐴𝑛𝑛𝑎𝑏𝑒𝑡𝒉
—¿A qué os referís con « días descorazonadores» ?
La diosa se rió como si Hazel fuera un adorable cachorro.
—.Me encantan los giros de una historia de amor. Todas sois unas historias… digo, unas chicas extraordinarias. ¡Me hacéis sentir orgullosa!
—Madre, ¿hay algún motivo por el que estés aquí? —preguntó Piper.
La diosa por un momento se le notó unos aires de preocupación como si hubiese recordado algo, o alguien, pero inmediatamente se recuperó.
—¿Humm? ¿Quieres decir aparte del té? Suelo venir aquí. Me encanta la vista, la comida, el ambiente; se puede oler el romance y el sufrimiento en el aire, ¿verdad? Siglos de romance y sufrimiento.
Señaló una mansión cercana.
—¿Veis aquella terraza de la azotea? La noche que empezó la guerra de Secesión celebramos allí una fiesta. El bombardeo del fuerte Sumter.
—Eso es —recordó Annabeth—. La isla del puerto. Es donde tuvo lugar la primera batalla de la guerra de Secesión. Los confederados bombardearon a las tropas de la Unión y tomaron el fuerte.
—¡Menuda fiesta! —dijo Afrodita—. Un cuarteto de cuerda y todos los hombres vestidos con sus elegantes uniformes de oficial nuevos. Y los vestidos de las mujeres… ¡deberíais haberlos visto! Bailé con Ares… ¿o era Marte? Me temo que estaba un poco mareada. ¡Y los preciosos destellos de luz al otro lado del puerto y el rugido de los cañones, que servía de excusa a los hombres para rodear con el brazo a sus asustadas novias!
El té de Annabeth estaba frío. No había probado bocado, pero tenía ganas de vomitar.
—Estáis hablando del inicio de la guerra más sangrienta de la historia de Estados Unidos. Más de seiscientas mil personas murieron: más estadounidenses que en la Primera y la Segunda Guerra Mundial juntas.
—¡Y los refrigerios! —continuó Afrodita
—. Ah, eran divinos. El mismísimo general Beauregard se dejó ver. Menudo sinvergüenza. Entonces iba por su segunda esposa, pero deberíais haber visto cómo miraba a Lisbeth Cooper…—¡Madre!
Piper lanzó su bollo a las palomas.
—Sí, lo siento —dijo la diosa—. Resumiendo, estoy aquí para ayudaros, chicas. Dudo que veáis mucho a Hera. Debido a vuestra pequeña misión, no es precisamente bienvenida en la sala del trono. Y los otros dioses están bastante indispuestos, como sabéis, debatiéndose entre su lado romano y su lado griego.
Algunos más que otros —Afrodita clavó la mirada en Annabeth—. Supongo que les habrás contado a tus amigas lo de tu pelea con tu madre.A Annabeth se le encendieron las mejillas. Hazel y Piper la miraron con curiosidad.
—¿Pelea? —preguntó Hazel.
—Una discusión —dijo Annabeth—. No es nada.
—¡Nada! —exclamó la diosa—. Vaya, ¿qué quieres que te diga? Atenea era la diosa más griega de todas. Después de todo, era la patrona de Atenas. Cuando los romanos tomaron el poder, adoptaron a Atenea como una moda. Se convirtió en Minerva, la diosa de las artes y la inteligencia. Pero los romanos tenían dioses de la guerra que eran más de su gusto, más inconfundiblemente romanos, como Belona…
—La madre de Reyna —murmuró Piper.
—En efecto —convino la diosa—. Hace un tiempo tuve una bonita conversación con Reyna aquí mismo, en el parque. Y los romanos tenían a Marte, por supuesto. Y luego a Mitra, que ni siquiera era verdaderamente griego o romano, pero los legionarios estaban locos por su culto. Personalmente, siempre me pareció grosero y terriblemente nouveau dieu. En cualquier caso, los romanos marginaron a la pobre Atenea. Le arrebataron casi toda su importancia militar. Los griegos nunca perdonaron a los romanos por esa ofensa. Ni tampoco Atenea.
A Annabeth le zumbaban los oídos.
—La Marca de Atenea —dijo—. Lleva a una estatua, ¿verdad? Lleva a… a la estatua.
Afrodita sonrió.
—Eres lista, como tu madre. Pero debes saber que tus hermanos, los hijos de Atenea, han estado buscando durante siglos. Ninguno ha conseguido recuperar la estatua. Y entre tanto, han mantenido viva la enemistad de los griegos con los romanos. Cada guerra civil… tanta sangre derramada y tanto sufrimiento… ha sido orquestada en gran parte por hijos de Atenea.
—Eso es… —Annabeth quería decir « imposible» , pero recordó las amargas palabras de Atenea en la estación de Grand Central y el odio de sus ojos.
—¿Romántico? —propuso Afrodita—. Sí, supongo.
—Pero… —Annabeth trató de despejar la confusión que enturbiaba su cerebro—. ¿Cómo funciona la Marca de Atenea? ¿Es una serie de pistas o un rastro dejado por Atenea…?
—Hum —Afrodita parecía experimentar un refinado aburrimiento—. No sabría decirlo. No creo que Atenea creara la Marca conscientemente. Si supiera dónde está su estatua, simplemente te lo diría. No… supongo que la Marca es más bien un rastro de migas espiritual. Es una conexión entre la estatua y los hijos de la diosa. La estatua quiere que la encuentren, pero solo puede ser liberada por los más dignos.
—Y durante miles de años nadie ha sido capaz de conseguirlo —dijo Annabeth.
—Un momento —terció Piper—. ¿De qué estatua estamos hablando?
La diosa se rió.
—Oh, seguro que Annabeth te puede poner al corriente. En todo caso, la pista que necesitáis está cerca: un mapa, dejado por los hijos de Atenea en 1861; un recuerdo que os ayudará a poneros en camino cuando lleguéis a Roma. Pero como bien has dicho, Annabeth Chase, nadie ha conseguido jamás seguir la Marca de Atenea hasta el final. Tendrás que enfrentarte a tu peor temor: el temor de todos los hijos de Atenea. Y aunque sobrevivas, ¿para qué usarás tu premio?
¿Para la guerra o para la paz?Annabeth se alegró de que hubiera un mantel, porque las piernas le estaban temblando por debajo de la mesa.
—Ese mapa —dijo—, ¿dónde está?
—¡Chicas!
Hazel señaló al cielo.
Dando vueltas sobre los palmitos planeaban dos grandes águilas. Más arriba, un carro tirado por pegasos descendía rápidamente. Al parecer, la idea de Leo de utilizar a Buford la mesita como distracción no había dado resultado; al menos, no por mucho tiempo.
Afrodita untó una magdalena de mantequilla como si dispusiera de todo el tiempo del mundo.
—Por supuesto, el mapa está en el fuerte Sumter.
Señaló la isla situada al otro lado del puerto con el cuchillo de la mantequilla. Estaba por comerse su magdalena pero pareció perder su apetito y dejó el bocadillo sobre el plato. Nos miró y su mirada ahora reflejaba preocupación y tristeza.
—Salven a mi hija. Se encuentra en la ciudad donde se encontrará lo perdido.
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𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympus
Hayran KurguTodos tenían un mal concepto de Afrodita y sus hijos: débiles y vanidosos. Eso le molestaba a Règine Tanaka, sus falsas imágenes hacia ellos, siempre trataba de hacerlos callar la boca, lo cual logró. A comparación de su hermana Drew, ella era buena...