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Frank dejó cuidadosamente a Jason sobre el suelo, el pobre había recibido una apuñalada de una hoja de Gladius por parte de Michael Varus.

Piper, Annabeth y el viejo Jason fueron de espías en el Palacio de Odiseo que estaba siendo usado por fantasmas renacidos por Gaia.

—Uff, Jason, ¿por qué siempre en plena pelea o te dejan noqueado o te apuñalan? —preguntó Règine, ganándose una mala mirada por parte de Piper.

Jason se rió entre dientes ante la pregunta de su amiga.








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Percy estaba comiendo una gran pila de tortitas azules seguido de interrumpir la conservación entre Annabeth y Règine, solamente para que le pasaran el sirope y al hacerlo echó un montón sobre su sus tortitas azules, ambas chicas no dudaron en regañarlo.

—¡Las estás ahogando! —protestó Règine.

—Oye, soy hijo de Poseidón —dijo él—. No puedo ahogarme. Ni tampoco mis tortitas.

Frank y Hazel usaban sus boles de cereales para alisar un mapa de Grecia. Lo examinaban con las cabezas muy juntas. De vez en cuando la mano de Frank tapaba la de Hazel, con la dulzura y la naturalidad de un viejo matrimonio, y Hazel ni siquiera se ruborizaba, lo que suponía todo un avance para una chica de los años cuarenta del siglo XX. Hasta hacía poco casi le daba un síncope cuando alguien decía « Jopé» .

A la cabecera de la mesa, Jason estaba sentado en una postura incómoda con la camiseta enrollada hasta la caja torácica mientras la enfermera Piper le cambiaba las vendas. La herida de entrada en la espalda tenía un desagradable tono morado y echaba humo. Probablemente no fuese una buena señal.

—¿Qué tal, chicos? —Leo entró sin prisa en el comedor—. ¡Sí, señor, brownies!

Cogió el último; una receta especial elaborada con sal marina que habían aprendido de Afros, el ictiocentauro que vivía en el fondo del océano Atlántico.
Sonaron interferencias por el intercomunicador. El mini Hedge de Buford gritó por los altavoces:

—¡PONEOS ALGO DE ROPA!

Todos se sobresaltaron. Hazel acabó a un metro y medio de Frank. Percy echó sirope en su zumo de naranja. Jason se puso su camiseta retorciéndose, y Frank se transformó en bulldog.

Piper lanzó una mirada asesina a Leo.

—Creía que te ibas a deshacer de ese estúpido holograma.

—Eh, Buford solo está dando los buenos días. ¡Le encanta su holograma!
Además, todos echamos de menos al entrenador. Y Frank es un bulldog muy mono.

Frank se convirtió otra vez en un chico chino-canadiense robusto y gruñón.

—Siéntate, Leo. Tenemos cosas de que hablar.

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora