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Percy.

Las arai no paraban de acercarse. Por cada una que mataba, era como si aparecieran seis más.

Se le estaba cansando el brazo con el que sujetaba la espada. Le dolía el cuerpo y la vista se le nublaba. Trató de dirigirse a Règine, quien respiraba lentamente.

Cuando Percy se dirigía a ella dando tumbos, un monstruo se echó encima de él y le clavó los dientes en el muslo. Percy gritó. Redujo a polvo a la diabla de un espadazo, pero inmediatamente cayó de rodillas.

La boca le ardía todavía más que al tragar agua de fuego del Flegetonte. Se inclinó, estremeciéndose y sacudido por las arcadas, mientras una docena de serpientes de fuego parecían abrirse paso por su esófago.

Has elegido, dijo la voz de las arai, la maldición de Fineas..., una magnífica muerte dolorosa.

Percy trató de hablar. Tenía la lengua como si la hubiera metido en un microondas. Se acordó del rey ciego que había perseguido a unas arpías por Portland con una desbrozadora. Percy lo había retado a un duelo, y el perdedor había bebido un frasco letal de sangre de gorgona. Percy no recordaba que el viejo ciego hubiera pronunciado una maldición final, pero, como Fineas se disolvió y regresó al inframundo, probablemente no le había deseado a Percy una vida larga y feliz.

Después de la victoria de Percy, Gaia le había advertido: « No fuerces tu suerte. Cuando te llegue la muerte, te prometo que será mucho más dolorosa que la causada por sangre de gorgona» .

En ese momento estaba en el Tártaro, muriéndose a causa de la sangre de gorgona, además de otra docena de atroces maldiciones, mientras veía como su amiga moría de manera lenta y dolorosamente. Aferró su espada. Sus nudillos empezaron a humear. Volutas de humo blanco salían de sus antebrazos.

« No pienso morir así» , pensó.
No solo porque fuera doloroso y de una cobardía insultante, sino también porque Règine lo necesitaba. Cuando él estuviera muerto, las diablas centrarían su atención en ella. No podía dejarla sola.
Las arai se apiñaron en torno a él, riéndose y siseando.

Su cabeza explotará primero, conjeturó la voz.

No, se contestó a sí misma, procedente de otra dirección. Se quemará de golpe.
Estaban apostando a ver cómo moriría y la marca de chamusquina que dejaría en el suelo.

—Bob —dijo con vozronca—. Te necesito.









Bob había aparecido después de que Percy se disculpara y pidiera que por lo menos protegiera a Règine

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Bob había aparecido después de que Percy se disculpara y pidiera que por lo menos protegiera a Règine. El titán sí que sabía usar la escoba, mató a las arai en tan solo segundos.

Después de que las diablas se hicieron, Percy corrió hacia Règine y la sujetó entre sus brazos. Si ya como tal su piel era pálida, ahora parecía hacerle competencia a Nico di Angelo.

El titán se acercó a ellos y le tocó la frente a su amiga.

—Pupa grande.

Poco a poco Règine comenzó a recuperar su juventud, las arrugas y berrugas desaparecieron y su cabello largo y oscuro regresó. Pero, lo más importante, los agujeros se cerraron y ella tomó una gran bocado de aire.

— Hola, ¿quién se murió? —preguntó levantándose con cuidado

Percy intentó reírse pero el dolor se lo impidió. Règine miró detenidamente a Percy y su cara reflejó horror.

— Oh, Percy —dijo sin querer dejando escapar un fuerte acento —. ¿Qué le ocurre?

—Muchas maldiciones —dijo Bob—. Percy ha hecho muchas cosas malas a los monstruos.

— ¿Puedes curarle? —preguntó aún con el acento—. Como hiciste conmigo.

Bob frunció el entrecejo. Se toqueteó la placa de identificación del uniforme como si fuera una costra.

Règine respiró hondo intentando tranquilizarse. Volvió a intentarlo pero esta vez con ojos de cachorro.

—Bob...

—Jápeto —la corrigió Bob, en un tenue rumor—. Antes de Bob era Jápeto.

El aire estaba totalmente inmóvil. Percy se sentía indefenso, casi desconectado del mundo.

— Suena bonito Bob —el acento había desaparecido —. ¿Cuál te gusta a ti?

El titán la observó con sus ojos de plata pura.

—Ya no lo sé.

Se agachó al lado de ella y examinó a Percy. El rostro de Bob estaba demacrado y lleno de preocupación, como si de repente notara el peso de todos sus siglos de existencia.

—Lo prometí —murmuró—. Nico me pidió ayuda. No creo que ni a Jápeto ni a Bob les guste romper sus promesas.

Tocó la frente de Percy.

—Pupa —murmuró el titán—. Pupa muy grande.

Percy se desplomó hacia atrás pero fue atrapado por Règine. El zumbido de sus oídos se desvaneció. Su vista se aclaró. Todavía se sentía como si se hubiera tragado una freidora. Las entrañas le bullían. Notaba que el veneno solo había sido retardado, no extraído. Pero estaba vivo.

— Ya, tranquila. —dijo con una sonrisa hacia Règine, quien le ayudó a levantarse nuevamente pero aun lo sostenía para evitar que se desplomara.

Trató de mirar a Bob a los ojos y de expresarle su gratitud. La cabeza le colgó contra el pecho.

—Bob no puede curar esto —dijo el titán—. Demasiado veneno. Demasiadas maldiciones acumuladas.

—No hay agua —dijo Bob—. El Tártaro es malo.

« Ya me había dado cuenta» , le entraron ganas de gritar a Percy.

Por lo menos el titán se llamó a sí mismo « Bob» . A pesar de culpar a Percy por arrebatarle la memoria, tal vez pudiera ayudar a Règine si Percy no sobrevivía.

—No —insistió Règine—. No, tiene que haber una forma. Tiene que haber algo para curarlo.

Bob posó la mano en el pecho de Percy. Un cosquilleo frío como el del bálsamo de eucalipto se extendió a través de su esternón, pero en cuanto Bob levantó la mano, el alivió cesó. Percy volvió a notar los pulmones calientes como la lava.

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora