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Percy.

El tiempo empezó a avanzar más despacio. Percy se preguntó si el espíritu de Cronos se encontraba cerca, arremolinándose en la oscuridad, disfrutando tanto de ese momento como para desear que durara eternamente. Percy se sintió como con doce años, luchando contra Ares en aquella playa de Los Ángeles, cuando la sombra del señor de los titanes había pasado por encima de él por primera vez.

Bob se volvió. Su cabello blanco despeinado parecía una aureola reventada.

—Mi memoria... ¿Fuiste tú?

¡Maldícelo, titán!, lo azuzaron las arai, con sus ojos rojos brillando. ¡Añádelo a nuestra lista!

El corazón de Percy le oprimió hasta dejarlo sin habla.

—Es una larga historia, Bob. No quería ser tu enemigo. Intenté convertirte en mi amigo.

Arrebatándote la vida, dijeron las arai. ¡Dejándote en el palacio de Hades para que fregaras los suelos!

Règine se limpió las lágrimas e intentó levantarse pero soltaba quejidos de dolor por lo que Percy la ayudó, ella le susurró un "gracias, jovencito".

Percy miró al titán y lo entendió. Si Bob no podía protegerlos, su única opción era huir, pero eso tampoco era una opción y menos si tenía ahora como compañera a una anciana que de cosa y podía mantenerse en pie.

—Escucha, Bob —dijo, intentándolo de nuevo—, las arai quieren que te enfades. Se engendran a partir de la amargura. No les des lo que quieren. Somos tus amigos.

Al pronunciar esas palabras Percy se sintió como un mentiroso. Había dejado a Bob en el inframundo y desde entonces no había vuelto a pensar en él. ¿Qué los convertía en amigos? ¿El hecho de que Percy lo necesitara ahora? Percy no soportaba que los dioses lo utilizaran para sus encargos. Y él estaba tratando a Bob de la misma manera.

¿Has visto su cara?, gruñeron las arai. Ni siquiera él se lo cree. ¿Te visitó después de robarte la memoria?

—No —murmuró Bob. Le temblaba el labio inferior—. Pero el otro sí.

Los pensamientos de Percy se ralentizaron.

—¿El otro?

—Nico —Bob lo miró frunciendo el entrecejo, con los ojos rebosantes de dolor—. Nico me visitó. Me habló de Percy. Dijo que Percy era bueno. Dijo que era mi amigo. Por eso Bob ha venido a ayudar.

—Pero...

La voz de Percy se desintegró como si le hubiera alcanzado una espada de bronce celestial. Nunca se había sentido tan mezquino y rastrero, tan indigno de un amigo.

Las arai atacaron, yesa vez Bob no las detuvo.





















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Percy se abría paso entre las arai a espadazos al tiempo que cargaba con un pesada —y anciana— Règine sobre su espalda, la verdad ni él sabía de dónde sacó tanta fuerza como para sostener el peso de ambos y al tiempo matar a las arai.

El pecho le ardía a cada paso y su espalda le dolía como el demonio; zigzagueó entre los árboles.

Unas alas curtidas azotaron el aire por encima de ellos. Los siseos airados y el correteo de pies con garras le indicaron que las diablas estaban detrás de ellos.
Al pasar corriendo por delante de un árbol negro, cortó el tronco con su espada. Oyó que se desplomaba, seguido del grato crujido de varias docenas de arai al ser aplastadas.

« Si un árbol cae en el bosque y aplasta a una diabla, ¿cae una maldición sobre el árbol?»

Percy cortó otro tronco y luego otro. Gracias a eso, ganaron unos segundos, pero no los suficientes. De repente la oscuridad que se extendía delante de ellos se hizo más densa.

Percy comprendió lo que significaba en el momento preciso. Se impulsó para atrás justo antes de que los dos se despeñaran por un lado del acantilado.

—Acantilado —contestó él con voz entrecortada—. Acantilado grande.

Règine se bajó de la espalda de Percy pero soltó un "Ay, mi espalda", como si ella hubiese cargado con él todo el tiempo.

Percy no podía ver la altura del acantilado. Podía ser de tres metros o de trescientos. No había forma de saber a qué profundidad estaba el fondo. Podían saltar y esperar lo mejor, pero dudaba que « lo mejor» tuviera cabida en el Tártaro.

De modo que solo tenían dos opciones: derecha o izquierda, siguiendo el borde.
Estaba a punto de elegir al azar cuando una diabla alada descendió delante de él. Se quedó flotando sobre el vacío con sus alas de murciélago, fuera del alcance de su espada.

Su vieja compañera transformó su espejo y apuntó a las diablas pero las manos le temblaban tanto que le costaba sostener el arco.

¿Te ha gustado el paseo?, preguntó la voz colectiva, resonando por todas partes.

Percy se volvió. Las arai salieron del bosque en tropel, formando una medialuna alrededor de ellos. Una agarró a Règine por el brazo pero ella agarró una flecha y se la incrustó en el pecho a la diabla que se disolvió inmediatamente pero, al tiempo la anciana se agarró el pecho.

—¡Règine!

Él corrió hacia ella y le quitó las manos del pecho para ver qué le pasaba, pero se sorprendió al ver dos agujeros que tenía en el, como si unas flechas se le hubiese enterrado ahí.

La maldición del hijo de la guerra, dijeron las arai. Fue lo último que deseó antes de morir, que sufrieras lo mismo que él.

Percy notó como las lágrimas comenzaban a brotar de los ojos de Règine y su piel se volvía pálida.

— P-percy... —intentaba hablar la asiática.

— No hables. Estarás bien. —prometió el chico.

— Drew...d-dile a Drew que...

Percy se esperó que le dijera a su hermana que la amaba o que cuidara de ella, pero no fue así.

—...que yo le robé su perfume de Miss Dior Chérie.

Los ojos de las diablas se fundieron como sus voces. Percy notaba punzadas en los costados. El dolor de su pecho se había agravado, como si alguien estuviera retorciendo poco a poco una daga.

Percy apretó la mandíbula. Le traían sin cuidado las maldiciones que cayeran sobre él. Tenía que mantener a esas viejas brujas centradas en él y proteger a Règine mientras pudiera.

Gritó enfurecido ylas atacó a todas.







𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora