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Daphne Quinn
Las primeras clases en Harvard habían ido bastante bien. Me había tenido que mover de aula varías veces y noté que no era la única, ya que coincidía con más chicos y chicas de clase.

Apenas había cruzado palabra con alguno, en parte porque era el primer día en parte porque yo iba demasiado a lo mío, si alguien me hablaba bien y sino, pues mejor.

Me encontraba casi al final de la última clase, Economía de la empresa, y estaba ansiosa de llegar a casa y contarle a Ryder mi experiencia el primer día en Harvard. Bueno, también me rugía el estómago y es que estaba muerta de hambre, no probaba bocado desde esta mañana.

La profesora dio el último repaso de su asignatura y enseguida se despidió y se fue, por lo que me concentré en recoger mis cosas ligera para irme cuanto antes.

—Perdona.

Mi bolígrafo se calló al suelo debido a la sorpresa de haber escuchado esa voz ronca a unos centímetros de mí.

Aún no me había fijado en quien era, pero me agaché a coger el boli y el sujeto, se agachó al mismo tiempo y lo atrapó de forma más rápida que yo, enseguida me encontré con unos ojos oscuros que me atraparon al instante.

«El chico que llegó tarde esta mañana.»

—¡Perdón! No quería asustarte.— me ofreció el boli y lo acepté, no sin antes fijarme en sus uñas pintadas en un tono negro y en varios anillos plateados que decoraban la mayoría de sus dedos.

—No importa.— dije sin darle importancia y volví a lo mío, dándole la espalda.

—Es que...— asomó la cabeza por mi izquierda.— Quería pedirte los apuntes de la primera media hora de Contabilidad de esta mañana.

—¿Por qué?

—Oh, bueno llegué tarde porque no me había dado tiempo de coger el bus ya que mi vecino tuvo la genial idea de...

—Que por qué a mí.— le interrumpí.

—¿A ti?— me miró extrañado.

Bufé.

—Que de toda la gente que hay en nuestra clase, por qué me pides los apuntes a mí.

Su pálido rostro se tornó de un color rojizo, lo cual hizo mella sobretodo en sus mejillas, las cuales parecían estar decoradas con pequeñas pecas.

—Bueno, yo, esto...— balbuceó y bajó su mirada al suelo.— Pareces buena gente, tus ojos son guays y me transmitían simpatía.

—¿Que mis ojos son guays?— pregunté en tono burlón. ¿Qué clase de razón para pedir los apuntes era esa?— Tú alucinas.

Me colgué la mochila por los hombros y pasé por su lado sin echarle mucha cuenta.

—¡Espera! ¿No vas a pasarme los apuntes?

Me giré un poco de lado.

—Habérmelo dicho antes, ya he guardado todo y tengo prisa.

Ni siquiera esperé que me respondiera, seguí mi camino y comencé a caminar hasta llegar a la salida de la facultad.

¿De donde habría salido ese tío tan raro? A ver, no puedo negar que el chico tenía su atractivo, pero actuaba de forma un tanto extraña. En fin, será que en la universidad te encuentras de todo.

Al cabo de unos minutos, llegué al piso y a medida que iba subiendo las escaleras, un exquisito olor, el cual no sabría bien como describir, me inundó las fosas nasales y no fue hasta que llegué a mi propia puerta cuando supe que el olor venía de ahí.

(D)estrucción Donde viven las historias. Descúbrelo ahora