3

147 15 25
                                    

Ryder Williams
Vivir solo me había dado muchas facultades, es algo que desde que soy bastante joven llevo en práctica.

Limpio un poco el suelo del piso y lavo un par de platos sucios de esta mañana. Daphne ha ido a la universidad y yo entro a trabajar a medio día, por lo que no como con ella y a la vez, me lleva a salir más tarde de trabajo.

Es por eso que decido aprovechar la mañana y hacer un poco de tarea básica por casa.

Recojo las prendas que tenía teñidas y pongo el montón de ropa en mi cama, ahora tengo que ponerme a separar entre mi ropa y la de Daphne.

Daphne...

Me estaba pasando algo muy extraño con ella últimamente. No sabía exactamente qué, simplemente ahora cada ves que estábamos los dos juntos, había más tensión en el ambiente que nunca.

No paso por alto lo que pasó hace un par de días en mi habitación. Estaba dormido pero escuché perfectamente como la puerta de mi habitación se abrió y dio paso a una figura que obviamente, no tardé en reconocer.

Recuerdo acercarme a ella con delicadeza y pasear mis dedos por la suavidad de su piel. Enseguida noté como sus vellos se erizaron y su respiración se tornó pesada.
Mi respuesta, sin embargo, era estar jodídamente cachondo y más aún cuando me encargué de atar su toalla ceñida a su cuerpo desnudo.

Solo de imaginar que hubiese pasado si esa dichosa toalla hubiese caído al suelo. Ver sus piernas desnudas, sus caderas voluptuosas junto a un par de cosas más en las que me esfuerzo no pensar y... se me pone dura; me excito como me excité en el momento en que aquello pasó.

Porque en el fondo, yo me esperaba que esa toalla callera, que Daphne me mirase con súplica en sus pupilas y que yo la hubiera lanzado a mi cama con rudeza y no precisamente para dormir acurrucados.

«Basta, Ryder.»

Lo sé, involucrarme en algo así con ella lo tengo prohibido porque estoy aquí para cuidarla, no para follármela.

Pero ¿qué le hago? Daphne es una chica bastante hermosa, llama la atención a cualquier lugar en el que vaya y no solo eso, es inteligente de cojones y tiene una ambición increíble, algo que me gusta mucho de una mujer.

Ha cambiado tantísimo desde que éramos niños, porque ahora es toda una mujer hecha y derecha y porque a mí siempre me atrajo el hecho de que yo me gustaba, me generaba curiosidad y yo esa curiosidad tendría que matarla.

Para colmo, voy doblando algunas de sus sudaderas cuando comienzo a toparme con su ropa interior.

No soy un guarro, no voy a tocarme ni hacer nada con sus tangas de encaje; simplemente, me siento raro porque antes cuando doblaba su ropa ni me fijaba pero desde que pasó lo de aquella noche, tengo una sensación extraña en mi interior.

Una vez que acabo todo, me doy una ducha y me coloco el uniforme policial de la comisaría.
Conduje tarareando un par de canciones ochenteras hasta llegar a mi lugar de destino.

Otro día más, he de decir que mi trabajo no me disgustaba, para nada, pero a veces me gustaría sentir adrenalina y no pasarme horas sentado en mi pequeña oficina esperando algún caso de mierda que como mucho, se reducía en esposar a cualquier borracho de turno y encerrarlo en el "mini calabozo", como yo le llamaba.

—Ryder.— mi jefe, Richard, dio unos toques  en la puerta y se asomó por ella.— Recuerda que tu turno hoy es hasta las nueve.

Richard debía rondar los cincuenta años, era un hombre algo alto y menudo, de pelo canoso y barba blanca. Cualquiera podría decir que que parecería Santa Claus si le ponemos un gorro y un traje rojo.

(D)estrucción Donde viven las historias. Descúbrelo ahora