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Eiden Fox.
Vale, había acabado en un taxi con una chica dormida y drogada, que no pánico el cunda.

¿O era que no cunda el pánico?

Le pagué al taxista y no me quedó otra que sostener a Daphne en mis brazos, la cual ni siquiera se movía y eso estaba empezando a asustarme.
El viaje en realidad no había sido muy largo, unos veinte minutos en coche, pero estaba lloviendo y la morena tampoco daba mucho de sí.

Corrí como pude hacia el portal de mi edificio, pues cargaba con la chica y no quería hacerle daño o despertarla.

Me metí en el ascensor y pulsé el botón de la cuarta planta. Vivía en una residencia de estudiantes junto a mi compañera Mara, la cual no se encontraba aquí en este momento y agradecí a Dios.
A Mara le encantaba salir de fiesta y hoy se había ido con su novia a un festival de no se qué música rara que escuchan.

Miré a Daphne mientras el ascensor subía: tenia los ojos ligeramente cerrados y su respiración era suave, su tez era perfecta y sus labios rosados carnosos.

Daphne sin duda era la perfección echa mujer.

Sentía rabia al pensar que cualquier capullo la había drogado en la fiesta, sé de primera mano cómo funcionan esas cosas y Daphne estaba bajo ese tipo de efectos.

Salimos del ascensor, ella ni siquiera se movía y yo necesitaba que lo hiciera para poder tomar la llave y abrir la puerta de mi apartamento.

A ver, Eiden, piensa...

Daphne, me vas a perdonar por esto, pero no me queda otra...

La deposité con mucho cuidado en el suelo, ella ladeó la cabeza levemente pero seguía sumida en su sueño.
Saqué las llaves de mi cartera y por fin logré abrir la maldita puerta.

Volví a cargar a Daphne y entré con ella en la sala. El sofá me parecía demasiado pequeño y opté por dirigirme a mi habitación; una vez allí, tumbé a Daphne en mi cama.

No fue hasta entonces que noté el temblor de mi cuerpo a causa del frío de nuestras ropas, mojadas por la lluvia. Miré a Daphne, no podía dejarla ahí con toda la ropa empapada, cogería frío y pillaría un resfriado enorme.

Me acerqué a ella con cuidado y acaricié sus mejillas, que estaban completamente frías.

Vale, definitivamente tenía que hacer algo.

Abrí mi armario y saqué una sudadera y unos pantalones de chándal míos. No podía dejarla ahí con esa ropa y que se congelara de frío.

Ya sé que no la conozco de nada, pero hay algo en ella que me causa... no sé, buena vibra.

Vale, esto no puede ser tan difícil.

Me coloqué a horcajadas encima de ella, el colchón se hundió un poco a sentir mi peso y yo temblaba de nervios. Estaba intentado rozarla lo menos posible, obviamente yo no quería aprovecharme de ella y menos estando inconsciente.

La tomé con cuidado por los hombros y la giré un poco. Vi la cremallera en su espalda y decidí bajarla cuidadosamente.
Le saqué una manga de un brazo y otra del otro brazo.

Paré en seco cuando vi aquella marca en su brazo.

Tenía una cicatriz bastante grande en su brazo derecho. Pero lo que más me impactaba, era que no era una cicatriz cualquiera, sino que tenía forma de cruz y era bastante profunda, básicamente estaba en carne viva.

Se me pusieron los pelos de punta al ver aquello... ¿donde coño se ha hecho Daphne esa cosa?

O mejor dicho... ¿quien se lo habrá hecho?

(D)estrucción Donde viven las historias. Descúbrelo ahora