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Había amanecido hacía un par de horas. Sofía ya había desayunado y se encontraba lavando todo lo que había usado para preparar su desayuno.

Se la veía feliz. Bueno, siempre lo estaba. O al menos, intentaba estar bien cada día.

Aquella felicidad de esa mañana en particular, tenía una razón específica: iba a tatuarse.

Para algunos podrá parecer algo tonto, pero para ella significaba todo en ese momento. Sofía deseaba hacer muchas cosas. Siempre supo que la gran mayoría no se concretarían, pero eso no lograba deprimirla; en cambio, se enfocaba en esas cosas que sí podría hacer; una de ellas era tatuarse.

Pasó varios días buscando ideas en internet, y cuando dio con una que le gustó, siguió con el próximo paso, el cual era buscar un estudio confiable.

Esa mañana, cuando terminó de lavar salió rumbo al estudio que había encontrado. Ya tenía su turno que se había encargado de reservar días antes. Estaba feliz y decidida. O eso creía.

Una vez de pie frente a la entrada del lugar, los nervios tomaron posesión de su cuerpo en milésimas de segundo.

Vivo con una amenaza constante que no sé cuándo puede acabar conmigo, y me asusta hacerme un tatuaje. No puedo creerlo, es ridículo, pensó.

Trató de calmarse y finalmente entró al lugar. Buscó a la tatuadora con la cual había sacado turno. Cuando estuvo con ella, fue informada de un pequeño problema que se había presentado: la tatuadora estaba tardando más de lo previsto con un cliente. La mujer trabajaba en un gran diseño en la espalda de un hombre. Si Sofía había conseguido calmarse un poco, ver la máquina dibujando en la piel del cliente volvió a ponerle los pelos de punta.

-¿Vuelvo otro día? -cuestionó cuando recobró la tranquilidad, dado que al parecer su tatuaje no iba a realizarse. Ella lo quería, pero quizás eso que estaba sucediendo era el destino gritándole que debía pensarlo mejor antes de hacerlo.

Pero, si realmente creemos que era el destino hablándole, podemos decir que estaba un poco indeciso, ya que la tatuadora dijo:

-No, no. Puedes ir con él. -y se giró para señalar a un chico que se encontraba sentado al fondo del local-. Se llama Mateo. Es nuevo aquí, pero créeme que hace cosas increíbles. Obviamente si no quieres ir con él, puedes llamar luego y agendamos un turno para otro día. Sólo te ofrezco ir con él para que no pierdas tu turno de hoy. Digo, quizás estés ocupada... Por favor discúlpame. -finalizó sonriendo un poco apenada.

-No importa, no tienes que disculparte... -empezó a decir Sofía mientras se tomaba unos segundos para pensar.

¿Y ahora qué? ¿Qué debo hacer? ¿Cómo debo responderle al destino? ¿Debo prometer llamarle y cruzar esa puerta para no volver jamás? ¿O debo ir al fondo con ese chico que hace cosas increíbles?... Qué mal sonó eso.

Cuando su mente empezó a divagar, decidió que era hora de responder.

-Yo... Yo iré con él. -dijo ella segura.

La tatuadora asintió y seguidamente llamó al chico e hizo un gesto con su cabeza señalando a Sofía. Luego retomó su trabajo.

A pesar de su seguridad anterior, la chica caminó dubitativa hacia el hombre.

Él vestía unos jeans desgastados, con una camiseta negra sin mangas, que dejaba ver sus brazos, los cuales estaban llenos de tatuajes. Su cabello era oscuro, pero al observarlo más en detalle, notó que se escondían unos finos mechones azules. La verdad se veía un poco intimidante.

-Hola. -saludó él relajado, consiguiendo poner aún más nerviosa a la chica.

Ella respondió con un asentimiento.

Él le indicó que tomara asiento.

-Supongo que ya te dijeron mí nombre, pero volveré a presentarme. Soy Mateo, ¿cómo te llamas? -cuestionó con la misma tranquilidad.

-Sofía. -respondió ella simplemente.

-Bueno Sofía, ¿qué vas a tatuarte? -preguntó él ordenando un poco las cosas que iba a usar para trabajar.

-Yo... -ella volvió a mirar los fuertes brazos del chico. Repasaba los tatuajes rápidamente y con disimulo. Acabó sintiéndose una tonta. Estaba segura de que todo lo que él tenía tatuado debía tener un significado súper profundo e importante. Y ella estaba ahí, a punto de mostrarle una foto de un diseño bonito que encontró en internet.

El chico no había dejado de mirarla, sonriendo con diversión, mientras esperaba por la respuesta.

-Yo quiero tatuarme esto. -dijo con seguridad mostrando su celular con la imagen del tatuaje.

Él puso su mano sobre su boca, buscando contener la risa que quería soltar.

-¿Y dónde lo quieres? -preguntó él dejando el celular a un lado de sus cosas.

Ella señaló una parte de su antebrazo.

Él asintió. -Bien. -empezó a colocarse los guantes de látex-. ¿Estás segura? -preguntó él mientras sus comisuras tiraban formando una sonrisa divertida.

Ella pensó que había un rastro de burla en esa sonrisa, y en esa risa de antes que ella notó que él no quiso soltar.

-Si. -respondió con firmeza.

-Bien... Che, ¿no va a venir nadie a acompañarte? Suele pasar eso cuando alguien se hace su primer tatuaje. -él notaba que ella no estaba segura, y quería hacer que escuchara a ese sentimiento y no se tatuara. Mientras, de paso, obtenía un poco de diversión.

-No, no vendrá nadie. -realmente ella no tenía a nadie que la acompañe.

-¿Podrá ser entonces que tengo en frente a una rebelde sin causa? -preguntó él con la misma sonrisa. Realmente no se burlaba... Bueno, tal vez un poco, pero más bien ver a Sofía fingiendo seguridad le causaba ternura.

-¡Ya! Piensas que es ridículo que quiera tatuarme esa porquería bonita que encontré en internet. Estás todo tatuado, y seguro que todo tiene un significado tremendo, pero eso no te da derecho a burlarte de mí. Sólo haz el tatuaje de una vez. -dijo ella rápidamente, enfadada, sin siquiera pensarlo antes.

Mateo agrandó su sonrisa antes de soltar una gran carcajada.

-¿Escuchaste cómo me hablaste? Alguien así de ruda debería tener un tatuaje. Será el primero de muchos, hay gran variedad de diseños muy bonitos en internet. -respondió aún riendo-. Dame tu brazo.

Ella sólo rodó los ojos con fastidio ante el comentario, y le extendió su brazo.

Qué chica, Dios, pensó Mateo.

Sofía se sentía algo tonta, pero no demasiado. Siempre había querido tatuarse, pero llegado el momento, dudó. Luego tuvo que ir con Mateo y sus burlas, en vez de hacerla pensar y reflexionar sobre lo que estaba por hacer, le dieron el impulso para concretar a lo que había ido. Ahora estoy feliz y decepcionada de mí misma.

No supo cuánto tiempo duró todo el proceso del tatuaje. El leve sonido de la máquina la perturbó. Ni pudo mirar su brazo mientras Mateo realizaba el tatuaje. Pero como era algo simple afortunadamente, con una sesión bastaba para realizarlo.

Escuchar la voz del chico anunciando que había acabado, le generó una sensación de tranquilidad increíble.

Y aquel día salió del lugar con su tatuaje cubierto con un plástico, repasando los cuidados que Mateo le dijo que debía tener.

𝑴𝒐𝒏𝒂𝒓𝒄𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora