8.

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Otra tarde, Mateo caminaba por ahí. Había salido temprano de su trabajo y estaba muy aburrido, aunque lo suficientemente cansado como para no querer salir a ningún lado e irse directamente a casa.

Su único pensamiento en ese momento era estar en su cuarto mirando televisión, y básicamente hacer nada por lo que restaba del día. Pero de un momento a otro, aquel pensamiento de holgazanear fue completamente olvidado. Su celular vibró en su bolsillo y él rápidamente lo tomó. Se decepcionó un poco cuando vio que era una notificación de una red social pero no un mensaje de Sofía como él esperaba.

De pronto volvió a sentirse ansioso como el día anterior. Le había estado escribiendo a Sofía, pero no recibía respuesta. Eso le preocupaba. Por momentos se le ocurrió pensar que estaba exagerando, pero la preocupación que empezaba a sentir nuevamente era mayor. Trató de hacer memoria para recordar el camino hacia la casa de Sofía. Aquella vez que la acompañó a su casa no había prestado atención al camino, y es que había estado completamente atento a ella. Ahora que lo pienso, ni siquiera sé cómo hice para volver a mí casa desde ahí… Siguió pensando hasta que se le vino a la mente un detalle importante que le ayudaría a ubicarse mejor. Estaba a unas calles del hospital… Creo, estoy casi seguro. Mateo simplemente optó por confiar en su mente y se dirigió al hospital.

El camino no le llevó mucho tiempo, en pocos minutos ya se encontraba frente al gran edificio. Ok… ¿Y desde aquí por dónde debo seguir? Trataba de orientarse una vez más para seguir su rumbo hacia la casa de Sofía, pero no fue necesario, ya que en ese instante la vio saliendo del hospital.

Vestía ropa bastante holgada. Su cabello, ese rubio oscuro, se encontraba sin brillo y estaba despeinado, su rostro pálido… Se la veía un tanto cansada.

Mateo inmediatamente se acercó. Se sentía alegre por saber de ella, pero su preocupación no cesó obviamente al haberla visto con ese aspecto, y para completar, saliendo de un hospital.

Él ni siquiera pudo llegar a pronunciar su nombre… Todo sucedió muy rápido. La vio desplomarse a mitad de la calle, y llegó a su lado tras correr mientras gritaba su nombre.


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Sofía se despertó en un cuarto de hospital. Suspiró sintiéndose agobiada y frustrada. Acababa de salir de ahí, y ya se encontraba en ese lugar nuevamente.

—¿Mateo? —cuestionó sorprendida apenas lo vio dándole la espalda mientras acomodaba algo en una mesa.

—¡Ay qué bien, te despertaste! —exclamó sin voltearse a verla.

—¿Qué haces aquí? ¿Qué pasó? —preguntó ella con la misma frustración que no había dejado de sentir.

—Te desmayaste cuando salías… Dormiste mucho, ya es hora de cenar. —le dijo amablemente observándola esta vez.  Acercó a ella una pequeña mesa con su comida—. No creo que la comida del hospital sea muy buena… Quería comprar algo de comida rápida, pero me dijeron que era importante que comieras esto porque estás llevando una dieta. —explicó encogiéndose de hombros.

—No te preocupes, estoy acostumbrada… No es tan mala de hecho… —comentó ella empezando a comer—. ¿Vos no vas a comer nada? Esto está bueno… Si quieres te dejo un poco… Aunque será muy poco. —ofreció ella riendo, pero no obtuvo respuesta—. ¿Mateo?

Él la miraba muy pensativo.

—Ay bueno, si quieres te dejo la mitad. —dijo soltando una risa nuevamente.

Mateo, como siempre, no sabía si preguntar… Pero estaba ahí, en esa situación… Tenía que saber. —¿Qué te ocurre?... Es decir, dijiste que estabas acostumbrada a la comida de hospital… Y estuve llamándote estos días y no respondiste.

Sofía instantáneamente se arrepintió de haber dicho eso, aunque le salió inconscientemente. Se tomó unos segundos para pensar cómo encarar la situación. No quería hablar de eso realmente.

—No es nada, sólo me sentí mal… Había salido a ver insectos y me sentí un poco débil… Sucedió hace unos días, no es nada grave… Mis cosas, quiero decir mí cuaderno, mi lupa y mí celular quedaron en mí casa, así que si no respondí fue por eso.

Mateo asintió y soltó una risita.

—¿Qué? —preguntó ella divertida.

—Sigue siendo algo inexplicable para mí que ames tanto a los insectos. —ella rió ante el comentario del chico. Le seguía causando gracia su aspecto, con sus brazos llenos de tatuajes pareciendo un chico malo, que le tenía tanto miedo a los insectos.

—Me gustan porque ellos son frágiles y tienen vidas cortas… Como yo. Hay tantas cosas que quiero hacer que sé que no llegaré a realizar… —dijo ella casi en un susurro—. Mis favoritos son las mariposas, sobre todo las monarcas. Ellas suelen vivir más tiempo que las demás. Las orugas deben esperar a que puedan transformarse en mariposas, me gusta pensar que eso es lo que me está ocurriendo a mí, y que cuando llegue el momento, podré volar.

Y así, de una sola vez, la chica decidió revelar aquello que ella siempre elegía guardar. Ambos permanecieron en silencio.

Sofía, a quien siempre se la veía feliz y animada, se encontraba un poco apagada. Pensar que era una mariposa le había ayudado mucho a superar su enfermedad, y también a aceptarla… Aunque ella creía que más bien la negaba… Decir eso en voz alta aún le afectaba y la hacía sentirse triste y un poco asustada.

—Esto era lo que te entristecía… Siempre supe que detrás de tu alegría había algo haciéndote sentir mal… Nunca imaginé que podría ser algo así… —eso fue lo único que Mateo pudo decir luego de procesar las palabras de Sofía, preguntándose si la interpretación que él le había dado a esas palabras, que era la peor que podía imaginar, era correcta o no.

Y estuvo a punto de soltar lágrimas cuando vio a Sofía asintiendo en respuesta.

𝑴𝒐𝒏𝒂𝒓𝒄𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora