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El pasar de los días se llevó lo que quedaba de la tinta temporal. Sofía estaba mucho más tranquila viendo su piel completamente limpia. Quizás debía sacar el querer tatuarse de la lista de cosas que le gustaría hacer.

Sus días pasaban solitarios, más no aburridos. Rara vez pasaba todo un día en la pensión donde vivía. Prefería ocupar su tiempo en algo que le gustaba mucho: investigar sobre insectos.

A veces se dirigía a las diferentes plazas y parques que había en su ciudad. Si se cruzaba a algún insecto, lo veía en detalle, tomaba apuntes y trataba de dibujarlo aunque no fuese muy buena en ello.

Otras veces iba a las bibliotecas a leer sobre insectos. Sacaba muchos libros y revistas, sobre todo para tener algo qué hacer los días que tenía que ir al hospital para que hicieran un seguimiento de aquella enfermedad que poco a poco iba acabando con ella.

No sabía si era por la resignación o por todo lo que había tenido que vivir sola, pero ella siempre estaba feliz.

Había veces en las que un feo sentimiento conseguía oprimirle el pecho y hacer lagrimear sus ojos, pero Sofía se controlaba para no dejarse llevar por ese sentimiento. Sabía que no tenía mucho tiempo, por lo que no quería desperdiciar momentos dejándose consumir por la tristeza o el enojo. Cada vez que un mal pensamiento cruzaba su mente, lo eliminaba con otro positivo, o con uno de resignación. No tengo mucho tiempo, pero ¿cuánto tiempo es suficiente?

Aquella tarde se preparó para salir una vez más. Preparó su pequeño bolso en el cual colocó primero y principal su lupa, luego su cuaderno y algunos lápices de colores.

Se encaminó hacia una plaza que no estaba tan lejos de su casa. Tenía otros lugares para ir, pero estaban bastante lejos y ella se encontraba un poco adolorida y no quería caminar mucho, así que mejor optó por visitar esos lugares después.

El recorrido desde su casa hacia la plaza sólo le tomó unos cuantos minutos.

Una vez estuvo ahí, sacó su lupa y empezó a observar. No estaba teniendo mucha suerte ese día. Ya llevaba casi media hora ahí, y no había conseguido ver ningún insecto.

De pronto, un fuerte dolor corporal la invadió. Creo que tendría que haberme quedado en casa, pensó. Eligió no desesperarse, y con la respiración un poco agitada, buscó con la mirada algún banco para poder sentarse. Se alegró cuando halló uno. Cómo pudo caminó hacia allí y se sentó durante un momento. Siguió mirando a su alrededor para distraerse un poco, y así no perder el buen ánimo.

A pesar de su intento, su buen ánimo se vio un poco alterado, ya que vio a Mateo caminando cerca de donde ella se encontraba. Recordó sus burlas y eso la puso de mal humor, pero luego recordó que le había dicho que quería verla otra vez. El mal humor y el nerviosismo se combinaron. No sabía cómo definir su estado de ánimo en ese momento. Sólo rogaba que él no notara su presencia. Quería verlo pero al mismo tiempo no. Preguntó al destino, con algo de molestia, por qué se estaba empeñando en juntarlos, aunque más tarde, tanto ella como él estarían totalmente agradecidos de que eso sucediera.

Justo cuando él pasaba muy cerca del banco donde Sofía estaba sentada, ella pensó que pasaría de largo sin notarla. Y si, eso había pasado. El problema fue que se dió un incidente que obligó a Sofía a acercarse a él.

El relajado paseo del chico se vio interrumpido. De la nada soltó un fuerte grito de pánico. Llevó una mano a su pecho. Su corazón latía rápidamente, con tanta fuerza, que lo sentía golpeando su pecho. Su mirada transmitía desesperación total.

Aquella escena había conseguido asustar a Sofía. Todo había sucedido tan de repente… Pero se calmó, y trató de no reírse cuando se percató de qué había sido lo que había asustado al chico de tal manera.

—Ni se te ocurra pisarlo. —amenazó Sofía.

—Jamás lo tocaría. —respondió Mateo con cierto asco.

Sofía soltó una risita y extendió su dedo índice hacia el saltamontes que se encontraba junto al pie de Mateo. El pequeño insecto se había quedado quieto en su lugar, cómo si se estuviera preguntando qué carajo estaba mal con ese chico.

—¡Ay cómo puedes hacer eso! —exclamó el chico asqueado cuando vio que Sofía sostenía al bicho en sus manos.

Sofía rodó los ojos con diversión. —Si hablo con vos… —respondió irónicamente consiguiendo que el chico cruzara sus brazos con una mueca de molestia en su rostro.

—Aquí estarás bien. —le habló al saltamontes mientras lo soltaba sobre el césped. Ya lo había visto muchas veces, así que no lo anotó en su cuaderno.

—¿Quieres calmarte? —pidió Sofía viendo a Mateo, quién se encontraba sentado en el banco con cara de que acababa de ver una tragedia.

—Esa cosa casi sube por mí pierna. —dijo indignado.

—Pero ya se fue, tranquilo. —lo consoló ella mirándolo mientras pensaba que todo eso ya era una exageración.

—Gracias. —soltó él tomándola por los hombros.

Ella no pudo hacer más que palmear su hombro, tratando de no soltar alguna burla o comentario que lo alterara más. A pesar de querer burlarse, claramente notó que él tenía una gran fobia, por lo que consideró que no estaba bien jugar con eso, o al menos no en ese momento.

Por la forma en la que él la había tomado, Sofía pudo ver con más claridad los tatuajes que cubrían sus brazos. Una vez más pensó en que su aspecto era intimidante, y le causó gracia que le tuviera tanto miedo a los insectos. Más pensando en su edad, qué tal vez rondaba los 30.

Y ella recordó la oferta que él le había hecho.

—¿Aún puedo elegir uno? —le preguntó.

Al principio él se vio un poco confundido. Luego entendió a lo que se refería y respondió con un asentimiento.

—Quiero saber sobre este. —dijo Sofía, después de haberlo pensado durante unos segundos—. Parece el dibujo de un niño. —añadió notando que eso era lo que principalmente le había causado curiosidad sobre esa combinación de variadas formas pintadas con colores brillantes.

—Es que lo es. —respondió él con una sonrisa nostálgica—. Su historia no es muy larga. Sólo dibujé esto una vez cuando iba al jardín de niños. Me gustó tanto que empecé a dibujarlo en todas partes. Luego me lo dibujé en el brazo, justo donde lo tengo tatuado. Recuerdo que mí maestra me regañó y me dijo que lo lavara. —rió él—. En fin, así empecé a diseñar tatuajes. Me lo seguí dibujando. Y cuando llegó el momento de tatuarme de verdad, quise que fuera ese dibujo. Pienso que a causa de eso quise dedicarme a tatuar. —finalizó con una sonrisa.

Sofía también sonrió. La pequeña historia le había causado gracia y ternura.

—¿Todos los hiciste vos? —preguntó y ahí se dió cuenta de que quería seguir viéndolo. Ya estaba interesada en pasar tiempo con él, aunque no quisiera admitirlo en ese entonces.

—La mayoría sí. —respondió él orgulloso.

Compartieron más sonrisas y luego Mateo se ofreció a acompañar a Sofía a casa.

Una vez ella estuvo ahí pensó en los eventos que habían sucedido en la tarde. Charlar con Mateo le había devuelto el buen ánimo, hasta se olvidó del dolor que sentía.

Había pasado toda su vida sola, y pensó que era momento de cambiar eso.

𝑴𝒐𝒏𝒂𝒓𝒄𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora