6.

6 2 1
                                    

—Desde que soy un niño amé este deporte… —empezó a contar Mateo sobre otro tatuaje por el cual Sofía se había mostrado curiosa; una pelota de básquet.

Sofía amaba escucharlo hablar, además de por ser su amiga, le gustaba vivir esas experiencias con las cuales ella no contaba. Pero lo cierto es que hasta el momento algunas de las historias de Mateo se veían relacionadas con algún recuerdo que Sofía ya tenía.

Quería escuchar esas historias porque le generaban intriga y curiosidad obviamente, pero también pensó que de alguna manera podría ser terapéutico para ella. Y en parte resultó así; la hacían pensar y reflexionar, agradecer aún más cada día y el regalo de Dios qué había recibido. Aunque eso no evitaba que algunos recuerdos, la mayoría colmados de soledad, oprimieran su pecho con angustia.

—¡Mis compañeros de equipo eran lo máximo! Nos llevábamos muy bien…

Y ahí iba otro recuerdo de soledad.

Su mente reprodujo la imagen de una gran cantidad de niños jugando en el patio del orfanato. Corrían botando una pelota de básquet sucia, encestándola en un balde que colgaban de una pared a veces, y otras veces en un aro que ellos mismos se habían encargado de hacer.

Sofía se recordaba siempre al margen de todo eso. La verdad su niñez no había sido del todo fácil. Estar sola, sin padres, hermanos o amigos era difícil, a pesar de que ella en parte había elegido esa soledad.

Era una pequeña niña tratando de procesar que estaba siendo aquejada por una grave enfermedad que nunca la dejaría; no quería amigos preocupados, no quería arriesgarse a hacer un amigo y que los separaran. Si no hay nadie a quien yo extrañe, entonces nadie me extrañará, esa era como su filosofía de vida.

—Recuerdo cuando ganamos nuestro primer juego… Fue genial, éramos muy pequeños. Yo encesté una vez en ese juego. —dijo Mateo fingiendo ser presumido, cosa que hizo reír a Sofía.

Igual no podía concentrarse en las experiencias de Mateo ese día. De pronto sintió sus ojos picar, y supo que debía aguantar el llanto para no acabar llorando frente a él.

Desde que había empezado a formar esa especie de amistad que tenía con Mateo, creyó que su forma de pensar había cambiado; no tengo que estar sola.

Pero cuando estuvo en ese momento, encontrándose a punto de llorar y recordando sus momentos de soledad en el orfanato, se dio cuenta de que hubiese sido mejor que siguiera por un camino de soledad.

—… Hasta una vez fuimos a jugar a otra ciudad, de verdad nos iba bien. Creo que eso también fue lo que hizo que me interesara en viajar.

Si no hay nadie a quien yo extrañe, entonces nadie me extrañará. Ahora aquella frase poco y nada significaba. Sofía iba a extrañar a Mateo, sabía que él también la extrañaría, y le perturbaba el pensar cómo le diría que llegaría un día en el cual ella se iría, y que nunca más iba a regresar.

𝑴𝒐𝒏𝒂𝒓𝒄𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora