Desde aquella tarde, pasaron un par de semanas. La compañía de Mateo siguió ahí, ya que aquella tarde en que acompañó a Sofía, él le dejó su número de teléfono anotado en la última página del cuaderno.
Chatearon casi todos los días. Sus charlas eran muy triviales aunque a veces hablaban sobre temas más específicos: cómo le había ido a Mateo en el trabajo, o Sofía compartía datos interesantes sobre insectos. Mateo los odiaba, pero sabía que a ella le encantaban, así que siempre la escuchaba. Además, debía admitir que había datos que le parecían muy interesantes. A veces quedaba realmente impresionado; la mariposa más grande que se conoce está en Nueva Guinea. Es la Ornithoptera Alexandrae, puede medir hasta 31 centímetros. ¡Además las hembras son más grandes que los machos! Mateo recordaba ese dato en particular, porque se había sentido bastante perturbado al imaginarse teniendo una mariposa de tal tamaño en frente.
Él había insistido en que debían volver a verse. Sofía le había puesto mil excusas para rechazarlo. Si quería verlo, pero lo cierto era que durante esas semanas, además de la compañía de Mateo, había sido acompañada por aquellos fuertes dolores que iban y venían, y que a pesar de la medicina que tomaba, no conseguía que se fueran por completo. Hasta ese día.
Sofía recibió otra invitación, y esa vez, con mucho gusto pudo aceptar. Había estado encerrada en su pensión, así que realmente le alegraba poder salir un rato, y además estar acompañada.
Se encontró con Mateo en la plaza, en el mismo banco de aquella vez.
—Espero que no veamos ningún saltamontes hoy. —bromeó Sofía sin malicia, a lo que Mateo rió.
Decidieron charlar ahí durante un momento. Era increíble cómo sólo en un corto tiempo, habían logrado congeniar muy bien.
Lo poco o mucho que conocían del otro les gustaba. Mateo estaba contento, y Sofía, ni hablar… Desprendía una felicidad que hacía mucho tiempo no había sentido. No supo hasta ese momento lo mucho que necesitaba la compañía de alguien.
Durante todo el tiempo que habían estado chateando, Sofía preguntó sobre otro tatuaje, pero Mateo se había negado a contarle. Cuando volvamos a vernos en persona te contaré, le había dicho.
—Bueno, ahora estamos aquí. Contame de ese tatuaje… —pidió emocionada.
Mateo sonrió. —Es verdad… Te lo debía, casi se me olvida… Bueno, ella es Roma. La encontré en uno de mis viajes, cuando viajé a Roma, obviamente. Era una perra callejera y yo la adopté. Pensé durante mucho tiempo sobre cómo nombrarla y como no se me ocurrió nada, acabé por llamarla así. Y fue el nombre correcto. Siempre me sentí un poco tonto por no haber pensado en llamarla así desde el principio. —él rió y luego suspiró—. Cómo la extraño… —dijo más bien para sí mismo observando su tatuaje.
—Lo siento… —se apresuró ella a disculparse.
—No debes disculparte. Ya pasé la fase de llorar cada vez que la recuerdo. Ella vivió muchas cosas en la calle, y la verdad es que me siento bien de haber podido darle una buena vida durante el tiempo que le quedaba. Fue una gran compañera de viaje… Pasamos buenos momentos. Estoy seguro de que ella está bien ahora.
—Seguro que lo está. —afirmó Sofía sonriendo mientras veía al chico mirar hacia el cielo.
Luego se puso a pensar en lo mucho que había querido tener una mascota. No le fue posible ya que a veces se sentía muy débil como para cuidar o jugar con algún animalito. Le gustaban los insectos, si, pero también quería tener un perrito o gatito al que pudiera abrazar.
En ese momento ya no estaba tan débil, pero sabía que no iba a ser así por mucho tiempo. No quería adoptar algún animal, que luego la echara de menos cuando ella ya no estuviera. No iba a hacer sufrir a nadie.
—¿Estás bien? —la voz del chico la sacó de sus pensamientos.
—Si… Sólo pensaba…
—¿En qué? —preguntó curioso, pero al segundo se disculpó por entrometerse.
—Es que siempre quise tener una mascota. Y por diferentes circunstancias no he podido… —explicó claramente omitiendo algunos detalles.
—Pues en cuanto puedas deberías tener una. —dijo él emocionado, y ella sólo esbozó una pequeña sonrisa—. Es de lo mejor, de verdad.
—¿Puedes hablarme de Roma? —preguntó ella con cierta ilusión.
—¿Del viaje, de la perra, o de ambos? —rió él.
—Ambos. —respondió Sofía.
Tantas cosas había que ella no podía hacer. Muchas de esas cosas, el chico ya las había hecho. Él había viajado mucho, conocía muchos lugares, había vivido muchas cosas que Sofía no podría siquiera imaginarse. A ella le agradaba su compañía. Y también le gustaba la idea de poder tener la sensación de vivir esas experiencias a través de las de Mateo.
—Pues ella era hermosa. Le gustaba jugar, había un peluche que ella amaba. Aunque no le gustaban mucho las personas… Seguro por algún trauma que le quedó de cuando era callejera. De todos modos había pocas personas que ella permitía que se le acercaran. Un par de amigos míos y nada más… Creo que vos le hubieses agradado.
—¿En serio? —preguntó ella emocionada y él asintió.
Así siguió la charla durante horas. A Mateo le habían preguntado por su mascota, y él simplemente no pudo parar de hablar. La chica pensó que se veía como un padre orgulloso de su hijo, y eso le causó una ternura inmensa.
Estaba encantada con Mateo.
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𝑴𝒐𝒏𝒂𝒓𝒄𝒂
Teen Fiction❝ Ella ama las mariposas monarca. Son hermosas. Pero esa belleza me duele demasiado. Me recuerda que no volveré a verla nunca más. Las mariposas son frágiles, y ella también lo es. ❞ •Publicación del prólogo: 12.01.21 •Historia completa: 29.10.21 Es...