31: El arte del engaño

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Nate

A pesar de toda nuestra historia juntos, no era capaz de definir a Maggie Wright con una sola palabra. Mucho menos la relación que teníamos. O que tuvimos. O que de alguna manera seguíamos teniendo.

Verla era un recordatorio de tantas cosas, que me tomó algunos segundos procesar mis sentimientos.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, entre la sorpresa y la confusión.

—Yo... —Me aclaré la garganta, incómodo—. No sé. Vine en modo automático. Quería... hablar.

Maggie frunció un poco el ceño, abrió la puerta por completo y me hizo una seña para que me adentrara.

—Supongo que puedes pasar. ¿Estás bien? Dios, ¿te botaron de tu departamento? ¿Te está buscando un grupo mafioso? ¿Estás huyendo de alguien? ¿Vienna está embarazada? ¿Estás...?

—No voy a ser papá aún. Nadie me está persiguiendo. Estoy bien —la interrumpí, escondiendo una sonrisa.

Entré a su departamento y no supe hacia dónde dirigirme. No me había imaginado que sería un momento tan incómodo. El lugar no era muy espacioso, pero tenía su esencia en todas partes, sus colores —no tenía idea de que Wright tenía «colores» que la definiera hasta ese momento: rojo y púrpura—, y olía a su perfume. Tenía, tal vez, demasiados almohadones para mi gusto y muchas mariposas pegadas a la pared, pero se notaba que el lugar era de ella.

—Es que no imagino qué motivo te puede traer a mi casa. No lo digo para ofenderte... —Cerró la puerta y caminó hasta la cocina donde tenía una copa de vino blanco servida—, ¿Quieres un poco? En fin, solo se me hace raro que estés acá. Espero que no sea uno de tus intentos para volver conmigo, porque Vienna me cae muy bien.

Me reí y me recosté del mesón. La vi servir vino en una nueva copa. Algunos mechones de su pelo castaño se salían de su moño desordenado y caían por su rostro. Aún cansada, se veía preciosa.

—No es un intento para volver contigo. Si lo fuera, te habrías dado cuenta. Te hubiera preparado algo... No sé si romántico, pero sí bien sensual. Este no es el caso.

Me entregó la copa y entornó los ojos, recelosa.

—Ah, ¿es que solo me hubieras utilizado para el sexo? Me decepcionas, Nate.

—Tú ni siquiera hubieras aceptado.

Ella se encogió de hombros.

—Tal vez no, pero me gusta la gente que lo intenta. Bueno, tú y yo nunca lo intentamos mucho, ¿verdad?

—Creo que lo intentamos bastante, Wright. Intentamos muchas cosas y de distintas maneras, solo que no estábamos destinados a funcionar.

—Me encanta como ahora eres todo un creyente del destino. —Chocó su copa con la mía. Ambos nos sonreímos y luego, al recordar que yo estaba en su casa, se enserió de a poco—. ¿Estás seguro de que estás bien?

Sus ojos castaños no se despegaron de los míos, empapándose de curiosidad y preocupación. Aunque mis sentimientos por ella eran distintos a los que me ataban a Vienna, no podía negar que estar frente a Maggie Wright despertaba mis capas de vulnerabilidad y de alguna forma me hacían sentir bien. Ni siquiera sabía por qué, dado que me había lastimado; me había usado en la misma medida en la que yo la había usado a ella.

—No sé si estoy bien —admití.

Maggie parpadeó varias veces y suspiró.

—Si no sabes si estás bien, quiere decir que estás fatal.

Vendiendo mentiras © [Vendedores #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora