1: Bienvenido al infierno

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Terminé de anudar mi corbata azul con lentitud, garantizando que quedara simétrica y perfecta, como todas las mañanas

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Terminé de anudar mi corbata azul con lentitud, garantizando que quedara simétrica y perfecta, como todas las mañanas. Una cosa que solía decirme mi madre cuando era adolescente, era que no debía vestirme como quien era, sino como quien aspiraba ser, y a pesar de no tener mucho contacto con ella en la actualidad, tal consejo no lo olvidé jamás. Las impresiones son importantes, son la clave del mercadeo personal.

A través del espejo divisé la espalda desnuda de la morena con la que había dormido la noche anterior, y noté un pequeño tatuaje que había pasado por alto antes. Aquella mujer dormía como un tronco: yo me había despertado hacía más de una hora e hice suficiente ruido tanto en la ducha como en la habitación esperando a que algo la despertara, pero no fue así.

Intenté jalar un poco sus pies para que reaccionara y al menos moviera un músculo, pero fue una acción sin resultados. Llegué a pensar que la había matado después de nuestra intensa jornada sexual. Tuve que acercar mi mano a su nariz para cerciorarme que estuviese respirando.

Maldije internamente cuando me di cuenta de que si no la despertaba pronto, llegaría tarde al trabajo. Me acerqué y le di toques —fuertes y posiblemente dolorosos— en el hombro hasta que su ceño inconsciente se frunció. De a poco abrió los ojos, y cuando se encontró con los míos, me regaló una sonrisa somnolienta que no le correspondí.

—Hola —murmuró, sentándose en la cama. Las sábanas rodaron hasta sus caderas, dejándome ver sin impedimento sus pequeños pero firmes pechos, así como su provocativo vientre.

—Te prepararé café. Tenemos que estar en menos de una hora en LB&T. —Dicho eso, procedí a alejarme de ella para evitar caer en tentaciones de nuevo.

Además, mientras menos conversara con ella, mejor, dado que así no se daría cuenta que ni siquiera me había aprendido su nombre. Sabía que comenzaba con P, pero lo único que llegó a mi cabeza fue «Piernas Largas». Vaya que la condenada tenía unas piernas que incitaban a perderte en ellas.

—¿No te gustaría...? —Me sonrió con picardía, dejando por completo la sábana del lado contrario de la cama.

No iba a negar que me gustaban las mujeres así: directas, sin mucho pudor. Lamentablemente no era un hombre impuntual, y no llegaría tarde al trabajo que tanto me costó conseguir por solo un polvo.

—Es tarde, en otro momento será. —Cogí el saco que reposaba en la silla de mi habitación y le dediqué una mirada mandona—. No demores, por favor.

Una vez crucé el pasillo en dirección a la cocina, mi mascota, Nemo, corrió para saludarme y terminó resbalando un poco debido a que una de sus patas era más corta que las demás. Le saludé sin acariciarlo demasiado para no quedarme oliendo a perro toda la mañana. Mientras colaba el café para Piernas Largas, aproveché en enviarle un mensaje a Casey, una adolescente del edificio que se encargaba de pasear a Nemo, y bañarlo cuando hacía falta.

Vendiendo mentiras © [Vendedores #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora