11: Contigo estoy en peligro real

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Este capítulo es larguísimo. Me tomó más de 6,4K palabras, lo que significa que es como si leyeran 2 capítulos en uno. Pensé en dividirlo, pero preferí dejarlo juntito. Feliz navidad♥

En mi época de pasante creía que realizar informes era una completa pesadilla

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En mi época de pasante creía que realizar informes era una completa pesadilla.

Ahora me daba cuenta de que peor que hacerlos, era corregirlos. No obstante, eso no se comparaba al suplicio de asignarles tareas a un grupo de personas que no sabía ni siquiera cómo hablar por teléfono. Sabía que mi generación —la millennial— cada vez evadía más el contacto humano, pero que Bertha, una analista de mi edad, sintiera vergüenza por hacer una llamada telefónica a otra empresa y que prefiriera enviarles un WhatsApp era lamentable y frustrante.

Lucy se iría al día siguiente para Las Vegas y regresaría en tres días. Me había delegado la ardua misión de impedir que su oficina se quemara en su ausencia, de que cada proyecto saliera incluso más rápido de lo que saldría con ella allí, y de no permitir que Miriam, la empleada de mayor edad del departamento, fingiera tener el colon estreñido para irse a casa todos los mediodías —al parecer era una mentira que venía aplicando durante años—.

—Jones... —La voz de mi jefa me hizo levantar la cabeza. Aquella debía ser la primera vez que osaba a entrar a mi oficina—, vengo de reunirme con Frank y me pidió que te avisara que quiere verte esta tarde. Al parecer tengo apariencia de recadera.

Vestida de negro —como si viniera guardando luto desde hace más de un mes—, la señorita Lucy se cruzó de brazos y enarcó una ceja.

—¿Ha dicho para qué? —indagué con curiosidad.

—Pregúntale tú mismo, no soy asistente de nadie —replicó, un poco molesta—. Hablando de asistentes, ¿has visto al mío?

—Ha ido por su almuerzo. El repartidor de su restaurante favorito no está hoy, así que es probable que Sushi esté corriendo por Manhattan para traérselo rápido y todavía caliente.

Eso hizo sonreír a Lucy con un poco de malicia, como si disfrutara de los esfuerzos de su asistente.

No lo admitiría en voz alta, pero yo también lo disfrutaba un poco. Creía que Sushi era como un bebé: si se cansaba mucho durante el día, fastidiaría menos durante la noche. Lo cual se traducía en que no me saturaría de palabras al salir del trabajo.

—Espero no arrepentirme de esto —murmuró ella, tras un suspiro.

—¿De llevarlo con usted a Las Vegas?

—De ir a Las Vegas y de llevarlo conmigo. Ambas decisiones.

Se le notó en la mirada que cavilaba sobre si avanzar más y sentarse en la silla frente a mí o sin retirarse sin explicar nada más. Ella, que era bastante cerrada y quizás un poco ácida con cada palabra que pronunciaba, de a poco había logrado abrirse conmigo.

Vendiendo mentiras © [Vendedores #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora