28: La maldición del vestido dorado (parte II)

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Vienna

Después de dar varias vueltas por la ciudad, de tomarnos algunas copas de un champán carísimo y de que nos riéramos como tontos de cuentos de antaño, nos detuvimos frente a un hotel. Tragué saliva con fuerza al pensar que todo se resumiría a la parte de sexo, sudor y lágrimas de pasión que había mencionado Zoe.

Nate se rio de mi expresión y me condujo hacia el elevador del hotel. No nos bajamos en un piso de habitaciones sino en uno donde un pasillo conllevaba a dos puertas gigantes, cada una con una persona de seguridad. Eran salones de eventos. Me tomó de la mano y cuando estuvo frente a uno de los de seguridad, dio mi apellido y el suyo. El señor asintió y nos indicó que podíamos pasar.

La puerta estaba abierta a medias y cuando nos adentramos en el salón, tuve que entrecerrar los ojos para enfocar mejor. La iluminación era muy tenue y luces moradas resaltaban en el sitio de piso alfombrado, cortinas de seda y lámparas de cristal. Un DJ se encargaba de la música que estaba a un volumen bajo todavía y algunas personas —pocas, en realidad—, caminaban de un lado a otro, riendo y charlando.

—¿Qué es esto, Nate?

Cuando los presentes se dieron cuenta de que habíamos llegado. Todos llevaban vestidos y trajes bastante juveniles. Algunas chicas tenían cintas con flores en sus muñecas, y los chicos vestían casi igual que Nate, con flores en los bolsillos delanteros de sus trajes. A la mayoría de las personas ya las conocía, solo que llevaba años sin verles.

Excompañeros de clase —y no los que odiaba, sino con los pocos que me había llevado bien— se acercaron a nosotros para saludarnos. Incluso estaba Melvin Maverick, el chico con fama de pajizo de la clase que me había invitado al baile y al que había rechazado. Melvin sí que se había puesto guapo con el tiempo. Luego llegó Zoe a abrazarme y con ella, el resto de los chicos del grupo de apoyo: Peter, Louis, Viola, Conan, Arthur, John, Sasha, y hasta el pequeño Link.

El aliento cálido de Nate me sobresaltó. Se había acercado a mí para susurrarme algo al oído.

—Este es el baile de graduación que te debía. Discúlpame por haberte traído ocho años tarde.

Pasé la primera media hora saludando a personas que quería tanto. Incluso unos pocos amigos de Nate habían asistido: Melanie —sin su esposo—, Oliver —que tenía expresión recelosa—, Brianna y Magnus, y por supuesto, Maggie Wright.

—No puedo creer que hayas hecho todo esto... —murmuré después de tantos saludos y conversaciones, cuando nos acercamos a una mesa que se encontraba al aire libre y desde donde podíamos apreciar la belleza de Manhattan.

—¿Lo dices como algo bueno o malo? —Ladeó la cabeza.

Miré a mi alrededor: a las personas que conocía y que quería, la decoración, la vista a la ciudad, mi vestido dorado, y a mi compañía de esa noche. Estaba teniendo mi propio baile de graduación y estaba siendo mejor que cualquier baile al que asistí o pude haber asistido cuando era adolescente.

—Lo digo porque es perfecto —admití, acercándome a él y dándole un beso de pico.

Cuando él me miró con ternura y auténtica felicidad, creí que mi corazón se saldría del pecho. Tomó mi mano y besó con suavidad mis nudillos.

—Mereces que todo para ti sea perfecto, Vienna. Me alegra que te haya gustado. Aún quedan muchas sorpresas esta noche, por ejemplo, la elección del rey y reina del baile. Bueno, si te lo digo ya no es sorpresa. En fin, debería hacer campaña para que voten por mí, porque vas a ganar como reina.

—Si fuera tú, empezaría ya mismo. Melvin Maverick parece buena competencia.

—Vienna tiene razón, deberías empezar ya mismo —dijo una voz detrás de nosotros—. Porque en cinco minutos puedo robarte los votos de todas las personas que están aquí.

Vendiendo mentiras © [Vendedores #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora