33: Como siempre tuvimos que haber estado

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Nate

Cuando pasas tanto tiempo deseando algo y lo ves convertirse en realidad, una parte de ti no puede evitar pensar que es muy bueno para ser verdad. Que puede escaparse de tus manos en cualquier segundo.

Incluso, que no lo mereces.

Vienna Fitzpatrick había llegado a mi vida ocho años atrás. Puede que al principio no me hubiera dado cuenta de que estaba enamorado de ella, sin embargo, siempre había sentido que algo nos unía. Que algo me obligaba a estar cerca de ella. Por eso, cuando se marchó y me sacó de su vida por la fuerza, llegué a pensar en varias ocasiones que no me recuperaría jamás. Y cuando regresó, después de una época oscura y difusa de mi vida, fue como si el aire regresara a mis pulmones y los colores volvieran a mi vida. Eso era ella: color.

La había amado durante ocho años, desde la primera mañana que la vi en el colegio. Y, a estas alturas, estaba convencido de que seguiría enamorado de ella por el resto de mis días.

Vienna se adentró en mi ducha, completamente desnuda, mordiéndose el labio inferior para contener una risa nerviosa, y con las mejillas sonrojadas. Se veía preciosa. Se acercó a mí hasta que solo quedaron muy pocos centímetros de distancia entre ambos.

—Y... ¿qué hacemos ahora? —preguntó. Reconocí el deseo en su tono de voz.

—Nos bañamos. ¿De verdad pensabas que te mentía con respecto a mis intenciones? —Fingí inocencia y seguí enjabonándome los brazos como si nada, como si no estuviera muriéndome de ganas de pegarla contra la pared.

Debían darme un premio Óscar.

—Ah, claro —respondió, un poco decepcionada.

Me aparté para que ella pudiera posicionarse debajo del agua y busqué el champú con calma, sin siquiera mirarla, aunque con una sonrisa juguetona en mis labios. No tardó mucho en darse cuenta de que solo estaba divirtiéndome con ella, así que decidió seguirme la corriente.

Agarró la esponja de baño, vertió jabón líquido y comenzó a restregarla por su cuerpo con suavidad, formando un montón de espuma en su piel. Su otra mano empezó a pasear por su cuello, descendiendo por su clavícula hasta empezar a masajear sus pechos, pellizcándolos para que se endurecieran. Sus ojos conectaron con los míos y levantó una sonrisa triunfal cuando se dio cuenta de que yo me había quedado paralizado, con la botella de champú en una mano.

—Es una lástima que solo quieras que nos bañemos.

—Te dije que quería ahorrar agua.

—No te hacía un ambientalista.

—Es culpa de Wesley.

—¿Desde cuándo a él le importa algo que no sean fiestas, dinero y drogas?

—Desde que descubrió que Melanie Gibson trabaja en una ONG que busca cuidar el medioambiente.

Vienna se rio y yo también.

Lo de que quería que nos ducháramos juntos para salvar el medioambiente no era cierto, pero eso no quería decir que no tomara mis medidas. Era de los creyentes del reciclaje, y hasta había bajado mi consumo de carne animal, no por completo, pero lo intentaba. De hecho, sí tomaba duchas muy cortas todos los días.

Al menos no era tan hipócrita como Wesley, que creía que donando a fundaciones ya su parte estaba completa. Sobre todo, cuando su motivación era conocer más sobre el asunto para tener temas de conversación con Melanie cuando la volviera a ver. Supongo que él no había entendido que yo era capaz de patearle el culo si le hacía algo a una de las personas más puras que conocía —después de mi Vienna, claro—.

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⏰ Última actualización: Mar 26, 2023 ⏰

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Vendiendo mentiras © [Vendedores #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora