Me había despertado aquella mañana como si tuviera resaca.
A lo mejor tenía resaca moral, si es que tal cosa existía.
Me dolía la cabeza, no tenía ganas de pararme de la cama, y todos los aspectos de mi vida parecían ennegrecidos debido a una tonta pelea con Vienna Fitzpatrick.
Aun así, me levanté temprano y decidí salir a correr. La mejor forma de vaciar mi mente era haciendo ejercicio. Era mi actividad favorita y la que me ayudaba a expulsar todo mi estrés para luego concentrarme en cómo resolver mis problemas. Troté en Central Park hasta que mis pulmones amenazaron con dejar de funcionar, pareciendo quemarse a una temperatura de mil grados centígrados. Mientras trataba de volver a mi ritmo normal de respiratorio y de apaciguar el dolor en mis pulmones, el recuerdo de la tarde anterior regresó, demostrando que mi estrategia para borrar a Vienna por un rato no funcionó como lo había planeado.
Durante toda la noche solo había estado sumergido en una rabia dirigida únicamente hacia a ella. Incluso, mientras manejaba en dirección a Manhattan me vi tentado varias veces a regresar a la fiesta de Wesley y disfrutar como me diera la gana, después de todo, todavía era una persona soltera y Vienna había demostrado que no quería nada conmigo de momento, al menos nada con un compromiso real.
¿Acaso lo quería yo?
No, yo no quería compromisos ni estaba listo para promesas todavía.
Sí, me gustaba Vienna y había disfrutado por completo el momento que habíamos tenido en la habitación de la casa de Wesley. Me había gustado besarla, tocarla, descubrirla. Pero cada vez que pensaba en una posible relación, a mi mente regresaba la imagen de Maggie Wright aquella última tarde en mi casa, cuando me demostró todo lo que la había lastimado (a ella y al resto de mis compañeros). No quería pasar por tal momento de nuevo, en especial cuando aquello había sido apenas unos meses atrás. Una parte de mí todavía no se perdonaba por haber lastimado a Maggie, ¿cómo podía empezar una relación con alguien más si no había terminado de sanar la anterior?
No obstante, también era cierto que quería ver a Vienna con regularidad —todos los días, si era posible—, que quería besarla, pasar con ella las noches, y vivir una nueva etapa juntos. Siempre la había visto como una gran amiga y ahora que había tenido una dosis de cómo era ella en la intimidad, quería seguir descubriéndolo.
Entonces, la rabia evolucionó al arrepentimiento y la preocupación. ¿Quizá yo me había excedido? ¿A lo mejor tanto fue mi miedo a perderla que inevitablemente la perdí? ¿Debí tomarme todo más despacio? ¿La había presionado?
Traté de descansar algunos minutos más antes de caminar lento a casa. Sin embargo, esa ley de «si algo malo puede pasar, pasará» era cierta, porque en el camino me crucé con dos personas que jamás imaginé ver juntas. Tal imagen me dejó helado, sin saber si acercarme o no, o cómo hacerlo.
A pocas calles de mi edificio, fuera una pastelería popular de la zona se encontraba Lilibeth, mi hermana, acompañada de, nada más y nada menos, Oliver Collins. Estaban sentados en una de las mesitas que se encontraba en la acera, cada uno con un trozo de torta en sus platos. Por mi mente solo circulaba la pregunta: ¿cómo se habían encontrado? Sabía que se conocieron en la cena de Acción de Gracias del año pasado, pero no tenía idea de que hubieran interactuado tanto como para que salieran juntos.
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Vendiendo mentiras © [Vendedores #2]
RomansaControlador, calculador, astuto, sensual, analítico, y peligroso. Nathaniel Jones siempre obtenía todo lo que quería, sin importar lo que tuviera que sacrificar para ello. Gracias un extraño e incómodo reencuentro con su mejor amiga del instituto...