14: Hay cosas que jamás tendrán cura

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Debía sentirme afortunado de ser una persona tan carismática y saber manejar a la perfección los momentos de tensión

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Debía sentirme afortunado de ser una persona tan carismática y saber manejar a la perfección los momentos de tensión.

La boda de Magnus y Brianna, como cualquier evento de clase alta, juntaba a todas las familias poderosas de la ciudad. Familias cuyos descendientes conocía no solo por haber estudiado con ellos, sino porque crecí conociéndolos. Era feliz entre ellos, había sido feliz casi toda mi vida. Casi.

Cuando me alejé de mi familia debido al asunto de Lilibeth, también me aislé de gran parte de las personas que me habían visto crecer —principalmente debido a las murmuraciones detrás de mi espalda y todos los rumores que mis padres y mi hermana despertaron—. No obstante, en eventos como el de esa noche, una parte de mí sentía que volvía a ser el mismo de antes.

Cuando dejé de bailar con Vienna, saludé a varios ex compañeros de colegio, amigos de mis padres, amigos de amigos, y demás. Me permití sentirme como pez en el agua hasta que mi madre y yo nos vimos en la distancia.

Sabía que sucedería. Sabía que mi familia vendría, después de todo los Arlington habían sido cercanos a nosotros desde siempre. La pregunta era: ¿habrían venido mis padres juntos o separados? ¿Habría asistido el amante de papá? ¿Lili estaba con ellos? No había hablado con mi hermana en días y ella misma me dijo que no vendría a la boda, así que no debía creer lo contrario. Pero si mis padres habían venido, quizás ella también se hubiera animado.

Si de algo estaba seguro era de que no quería hablar con mis padres y evitaría un encuentro a toda costa. Así que cuando los ojos de mi madre, Annette, se encontraron con los míos, desvié la mirada y caminé hacia el lado contrario.

No iba a negarlo, se me aceleró el corazón. Quizá debido a la rabia al recordarlo todo, o quizá solo por los nervios. Era mi mamá, quisiera o no.

Cuando consideré que estuve fuera del campo de visión de mi madre, me giré a medias y por un momento me quedé pasmado. Con un precioso vestido rojo que impedía que cualquier mortal le quitara los ojos de encima, Maggie Wright estaba a pocos metros de mí, absorta en sus pensamientos y tratando de escoger los mejores canapés de una larga y abundante mesa.

La última vez que le había visto había sido aquella mañana de los resultados de las pasantías, un mes después de que termináramos. De eso habían pasado alrededor de nueve semanas. No había vuelto a saber de ella excepto por lo que mostraban sus redes sociales. Supe que ahora trabajaba con una diseñadora de modas, que sonreía de nuevo, que salía con Brianna y Melanie, y que definitivamente no logró concretar nada con Simmons.

Tras un disimulado suspiro, me acerqué a ella. Sentía la necesidad de saber cómo estaba, de saber que no le había hecho un daño tan grande, de creer que no había quedado odiándome para toda la vida.

Vendiendo mentiras © [Vendedores #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora