Capítulo XXIV

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Cinco días después, todo seguía igual.

Louis se quedó en casa de sus padres, quiénes a pesar de tomarse su historia como algo muy surrealista, acabaron creyendo sus palabras sobre todo lo que había pasado según él.

Niall lo visitaba a cada rato, con miedo de dejarlo solo en algún momento y que aquello ocasionara el mayor error de su vida.

Nadie habló más del internado Bedford. Niall les pidió a Johannah y a Mark que no mencionaran jamás ese internado, como si jamás hubiera existido tal edificio. Ellos, a pesar de no entender las razones de aquel favor, no dudaron en hacerle caso al rubio.

Louis dejó de comer. Dejó de hablar, de reír, de sonreír. Dejó de ser él.

Del Louis Tomlinson que todos conocían, tan solo quedaba un alma en pena, condenada a vagar en soledad toda su vida en busca del recuerdo perdido de quien llegó a ser el amor de su vida.

Era cómo una sombra, un espectro que camina por su casa sin un ápice de vida. Le faltaba su brillo, su ironía, su sarcasmo, esa alegría que desprendía allá donde iba.

Le faltaba él. Le faltaba el amor de su vida.

Le dolía el corazón como jamás antes le había dolido. Sus noches se resumieron en llorar ante las estrellas, rogándoles que le devolvieran a su otra mitad, prometiendo cualquier cosa si lo hacían.

Pero nadie se lo devolvió, pues él ya no estaba.

Dejó de hablar con sus padres, dejó de contestar el teléfono, ni siquiera miraba a sus amigos cuando ellos iban a visitarlo. No comía, bebía cuando estaba al borde de la deshidratación, y no salía de su cuarto más que para correr a la puerta cuando sonaba el timbre, con la esperanza de que fuera Harry quien estuviera detrás de la puerta al abrirla.

Pero no era él. Nunca era él.

Louis estaba muerto en vida. Y lo peor, era que no planeaba nada bueno en su mente.

La puerta de su habitación tronó en sus oídos cuando alguien la golpeó desde el otro lado, pidiendo permiso para entrar. Él no contestó.

—Louis, cariño. —su madre se asomó por la puerta. Sus ojos tristes observaron a su hijo, quien permanecía tumbado sobre su cama con la mirada perdida y varios pañuelos rodeando su cuerpo envuelto en las sábanas—. Es hora de comer.

Esperó con esperanza una respuesta, una mirada o tan solo una mísera mueca. Pero nunca llegó.

—Tienes que hablarnos, bebé. Necesito saber qué es lo que tiene a mi hijo así, necesito ayudarte a sanar todo lo que te está dañando de esta forma. —suplicó. Él permaneció inmóvil, cómo si estuviera solo en la habitación.

Johannah suspiró. Se acercó a la mesita de noche donde aún tenía la cena intacta de la noche pasada, y puso una mueca agarrando la bandeja.

—No puedes seguir así, Louis. Esta noche vendrá un psicólogo amigo de la familia, ¿sí? él te ayudará. —su voz dulce trató de no romperse ante la pálida imagen de su hijo, quien no movió ni un músculo.

Salió de la habitación sin decir nada más, rompiendo en llanto una vez cerró la puerta a sus espaldas. Su marido la abrazó.

—Hey, tranquila, por favor. —susurró Mark, abrazando con fuerza a su esposa. Ella sollozó sobre su hombro—. ¿Sigue igual?

—Sí. No habla, no se mueve, ni siquiera pestañea. Parece que está muerto, Mark, es como si no tuviera vida. —sollozó.

—Recuerda lo que nos contó Niall sobre ese tal Harry. —suspiró él.

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