Un juego de dos

Capítulo XVII

Harry lanzó la piedra al río por enésima vez tratando de enseñarle a Louis como debía hacerlo para que rebotara en el agua, y él suspiró frustrado cuando al lanzarla él, se hundió directamente.

—¡No es justo! —se quejó—. La tuya salta unas tres veces por el agua y la mía se hunde a la primera.

—Te falta práctica, bombón. —se burló.

—Que te follen, Styles.

—Cuando tú quieras. —le guiñó un ojo

—Imbécil.

Comenzó a reír al ver su enfado, y se sentó a la orilla del río observándolo hacer su berrinche de niño pequeño.

—¿Sabes? odio a los niños pequeños, y tú ahora mismo te estás comportando como tal. —el tono burlón de su voz lo delató.

—¿Sí? —fingió una sonrisa—. Pues me importa una mierda.

—¿Y esa boca, Tomlinson? —alzó una ceja, mirándolo con diversión—. Si continúas hablando así deberé lavarte la boca con jabón.

—¿Y lo dices tú? —lo miró—. Tendrás cojones.

—Hey, no te enfades, tonto. —rió—. Ven aquí.

—No. —se sentó también sobre la orilla, a unos metros de él. Harry sonrió.

—Vamos, ven conmigo.

—No quiero. —hizo un puchero.

—¿Por qué no?

—Porque no.

Harry se levantó suspirando sin poder evitar dejar escapar una suave risa, y se acercó a él viendo como apartaba la mirada para que no lo viera sonreír.

Extendió su mano hacia él, pero Louis se negó a agarrarla.

—Vamos, no me seas así. —le hizo ojitos.

—Déjame tranquilo.

—No. —comenzó a reír.

—Eres un pesado.

—Prefiero serlo a dejarte tranquilo. —sonrió.

—Idiota.

—Joder, ¿algo más? desde luego, tú sí sabes como enamorar a alguien. —lo miró riendo.

—No me hace falta cambiar mi forma de ser para enamorar a alguien. De hecho, si la cambiara, te enamorarías de alguien que no sería yo. —lo miró.

—Tienes toda la razón.

—Cómo siempre.

—Madre mía, yo no sabía que estaba saliendo con un niño pequeño. —vaciló.

—Tú no estás saliendo con nadie, al menos no conmigo. Aún no me lo has pedido.

—Nada, que no para.

Se tumbó encima de él sin dejar caer peso, escuchando sus quejidos junto a las carcajadas que no lograba evitar, y clavó los codos en el césped uno a cada lado de su cabeza, mirándolo con diversión.

—¿Y ahora qué?

—Ahora me besas. —sonrió.

—¿No era un idiota? ¿un pesado quizás? —alzó las cejas, rozando su nariz con la suya para provocarlo.

—Eres todo eso y mucho más, pero no quita el hecho de que quiero besarte.

—¿Sí? pues yo a ti no.