DOS.

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Llegué a Japón siendo aproximadamente las 22:30. El vuelo no fue precisamente corto.
Una vez hecho todo el papeleo con el pasaporte y habiendo recogido las maletas, pude salir a la calle y nada mas hacerlo, oí una voz conocida.
-¡Alejandra!- gritó un hombre con un acento un tanto peculiar al gritar mi nombre- ¡Alejandra!
-¡Aihara-san- fui corriendo hacia él.
-Hija, estás enorme- me abrazó.
-Teniendo en cuenta que no nos vemos en casi diez años...sí, es posible que haya crecido- me reí.
-¿Cómo están todos? ¿Qué tal anda tu padre?
-Todos están bien. Papá sigue con su genio de siempre.
-Ese testarudo...ya lo decía mi mujer: si la tierra se quema, ese hombre es capaz de decir que se hinunda y si se está congelando, diría que se consume por la lava, y sería capaz...
-De caminar con las manos y comer con los pies para que el mundo le diera la razón- terminé la frase- lo recuerdo. Mamá siempre me lo decía cuando yo discutía con papá.
-Por lo visto, tú eres igual que él.
-Puede ser- sonreí.
-Bien, vamos.

Nos subimos a su furgoneta y nos dirigimos a la casa donde me iba a alojar.
-Iri-chan es un viejo amigo mío y su mujer es una persona encantadora. Te gustarán- me dijo.
-Siento haber rechazado su oferta Aihara-san...
-No te preocupes- sonrió- además, yo estaría siempre en el restaurante y mi apartamento es algo estrecho, te aburrirías en seguida.

Así es. El señor Aihara era un fantástico chef, jefe de un restaurante de fideos muy famoso.

-Ellos tienen dos hijos. El mayor creo que tiene tu edad y el pequeño tendrá unos once o doce. Son muy buenos chicos.
-Sí, algo me habían comentado.
-Bien, ya estamos aquí.

Cuando paró la furgoneta y miré por la ventana, no me salían palabras de la boca. Era una hermosa e inmensa casa. Se notaba que tenían dinero.

-¿Está bien que te deje aquí? He dejado el restaurante abierto con unos empleados y tengo que ir a cerrar- dijo, dejando mis maletas en el suelo.
-Está bien, no se preocupe, no pesan mucho. Gracias por todo. Nos vemos.
-Hasta pronto, cuidate- me dijo antes de arrancar e irse.

Cuando llegué a la puerta, llamé al timbre.

-¿Moshimoshi?- dijo la voz de una mujer por el telefonillo.
-Etto...soy...soy Alejandra- dije, algo nerviosa.
-¡Ah! ¡Ha llegado! ¡Cariño, ha llegado!- gritó- ¡pasa!- y me abrió.

Entré en la casa, algo temerosa por lo que me podría encontrar.
-Con su permiso...
-¡Bienvenida!- me gritó entones una mujer japonesa, de pelo corto y negro, ojos marrones oscuros y piel blanca.
-Bienvenida- me dijo un señor de talla grande, un poco calvo, de gafas y ojos oscuros- disculpa a mi esposa, está muy emocionada porque estés aquí.
-A...arigato gosaimas- me incliné- soy Alejandra Gallego. Por favor, cuiden de mi.
-Estamos muy contentos de tenerte aquí- dijo el hombre- sientete como en tu casa.
-Onii-chan y Yuuki no ya están acostados, por eso no han podido darte la bienvenida- me dijo la madre- les gusta descansar bien antes de ir a estudiar.

"Chicos aplicados...esto va a ser intetesante"

-Ven, Ale-san- me dijo la madre- ¿te puedo llamar así?
-Sí, claro...
-Bien. Vamos, voy a enseñarte tu cuarto.
-Sí...oyasumi nasai- le dije al hombre.

Subimos unas largas escaleras y llegamos a una especie de salón en circulo. Habían tres puertas y una hermosa terraza. Todo estaba decorados de azul y blanco.

-Este es tu cuarto a partir de ahora- me dijo, abriendo la puerta mas cercana a la terraza.

Entré y lo primero que me encontré fue rosa por todas partes. Cama rosa, cortinas rosas, peluches rosas...luego me di cuenta de que había detalles blancos, como la mesa, el armario, la estantería...

ODIO AMARTE...AMO ODIARTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora