Cenizas de brujas.

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Colonias inglesas de América, año 1692.

Los gritos de una muchedumbre furiosa se oían haciendo eco en el bosque. «¡Atrápenla!» «¡Quemen a la bruja!», «¡Bruja!», «¡No dejen que escape!», «¡Se dirige al río!», se oían los gritos de la gente en el bosque. Toda la muchedumbre con horcas de cultivo y antorchas en sus manos perseguía a una mujer y a una jovencita encapuchada.

—¡Sigue corriendo, hija! ¡No te detengas! —gritó su madre.

Las dos llegaron al río, pero a las personas les tomarían segundos en llegar ahí. Las dos se quitaron las capuchas: ambas tenían el cabello negro, lacio hasta los hombros y ojos marrones. Madre e hija temían por su vida. La madre sacó de su túnica un bastón de madera. Con el bastón golpeó el suelo y las raíces de los árboles de ambos extremos del río formaron un camino.

—Hija, úsalo y avanza.

De su túnica sacó un gran libro negro antiguo, pesado y lleno de hechizos y pociones de brujas. Su hija tomó el libro con sus manos temblorosas y viendo con temor a su madre.

—¿Vendrás conmigo?

Su madre la tranquilizó tocando su mejilla y viéndola a los ojos junto con una cálida sonrisa. Su hija observó por detrás de los hombros de su madre cómo la luz de las antorchas se aproximaban. Su madre se dio la vuelta y al ver que la aldea entera venía hacia ese lugar tomó a su hija de la mano y corrieron al otro extremo del río mientras las raíces regresaban a su lugar.

—¿Por qué nos odian, madre? —preguntó su hijo.

—Dejé de hacerme esa pregunta, hija. Le hacía la misma pregunta a tu abuela y solo me respondía: «El temor a lo desconocido puede llevar al odio». Vámonos, hija.

Madre e hija corrieron a lo más profundo del bosque. Su hija se quedó insatisfecha con esa respuesta, no entendía el odio ni la repulsión por solo ser una bruja.



Horas más tarde, madre e hija se ocultaban dentro de una cueva. Su madre golpeó el suelo con el bastón y se levantó una ilusión frente a la entrada a la cueva. Una roca gigante ocultaba la entrada.

—¿Y después qué haremos?

—No lo sé... Sé lo que estás pensando, hija.

—¡No lo sabes! —exclamó molesta contra su madre.

—¡Venganza! ¡¿Es eso lo que quieres, hija?!

—¿Acaso no lo ves? Han quemado a varias de nosotras, gente inocente que no estaba relacionada con nosotros. Es una venganza justa para gente que asesina por miedo.

—Cuida tu tono —regañó su madre—. Tengo un plan.

—¡Esconderse como ratas no es un plan!

—¡Suficiente! —gritó su madre.

Su madre se acercó intimidante hacia su hija, con su bastón sosteniéndolo con firmeza. A su hija se le hizo un nudo en la garganta y retrocedió asustada hasta chocar con la pared de la cueva.

—Vamos a hacer algo, pero no se derramará más sangre. Ven, ayúdame. Haremos un hechizo.

—Pero, no tenemos los materiales —respondió su hija más calmada y con la voz quebradiza.

—Vamos a traer los materiales aquí —dijo su madre con una sonrisa confiada.

Su madre hizo un círculo perfecto en la tierra. Se puso en el centro y con ambas manos golpeó su bastón con el suelo. Varios destellos de luz blanca aparecieron junto a ella y apareció un caldero, varias cajas de madera y dos escobas.

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