La tercera guerra mundial en año nuevo.

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Era la época de invierno, la nieve cubría los escombros de los edificios y hacía ver hermoso el lugar. Ya no recordaba el día, ni el mes, ni el año. No sabía dónde estaba ni cuánto tiempo había pasado aquí, la guerra me hizo olvidar la noción del tiempo.

Mi único pensamiento mientras caminaba entre las abandonadas calles de la ciudad era tratar de recordar cómo inició todo esto: primero inició con estados de Estados Unidos con Corea del Sur, después Corea del Norte, Rusia, Francia, Canadá, Japón, Reino Unido, España y algunos países de Latinoamérica. Empezaron las alianzas como también las traiciones entre países, solo generando muerte y más guerra.

El detonante fue con un gobernante de un país vecino queriendo poder, queriendo expandirse, y conseguir recursos. Empezaron los conflictos, se rompieron los tratados y dio comienzo a las declaraciones de guerra. Me asusté cuando ví mi reflejo entre los restos de una pared de vidrio y casi saqué mi arma al solo verme. Hacía tiempo que no veía mi reflejo, tenía bolsas bajo mis ojos marrones por no dormir. Tenía todo el uniforme verde lleno de polvo y tierra; el casco negro con abolladuras, y la banda de mi brazo con la bandera de Argentina tenía muchos agujeros.

Entré al edificio para buscar algo de comer, desenfundé mi pistola y vi hacia todos lados prevenido a lo que pudiera suceder. Parecía un edificio de departamentos, y estaba en la recepción. Por suerte podría encontrar varias latas de comida entre todos los departamentos.

No tuve ni un momento de calma cuando escuché detrás del mostrador como un arma se estaba recargando.

—No te muevas, me importa poco si siquiera me estás entendiendo —dije apuntando y acercándone al mostrador.

Detrás del mostrador se alzaron un par de manos sosteniendo su fusil de francotirador, en su brazo tenía la bandera de España. Recordé que teníamos una alianza con México y España. Me acerqué al mostrador y vi a un hombre recostado en el mostrador con la pierna con algunas cortadas.

—Deja tu arma en el suelo.

El hombre me entregó su rifle, me acosté junto a su pierna y saqué de mi bolsillo un frasco de alcohol y mi últimas vendas. El hombre se quedó confundido al ver esto. Era un hombre con una barba rubia completa, de ojos marrones y vistiendo con un uniforme de azul oscuro, casco negro y sus botas grises con rasguños.

—¿Aún estábamos en alianza? —me preguntó el hombre.

—Solo me dijeron que si hablábamos español era una alianza —respondí concentrado en aplicar el alcohol.

—Me llamó Óscar —dijo el hombre extendiendo su mano hacia mí.

—Emilio —respondí estrechando su mano y le ayudé a levantarse—, ¿qué día es hoy?

—No lo sé, pero sé que son las dos de la tarde —dijo mostrándome su reloj de bolsillo.

Escuchamos disparos a unas cuadras de aquí.

—¿Puedes caminar? —le pregunté nervioso.

—Apenas, vamos arriba, estaremos a salvo.

Ayudé a Óscar a caminar haciendo que se apoyase en mis hombros y ambos subimos las escaleras hacia el segundo piso del edificio.



Entramos al primer departamento junto a nosotros. El suelo de la sala estaba con nieve y solo había un sofá destrozado pegado a la ventana, latas de comida cerradas y un calefactor oxidado.

Acosté a Óscar en el sillón y le entregué su rifle. Yo traté de encender el calefactor, pero no encendía.

—¿Y cómo un argentino de la brigada médica terminó solo? —preguntó Óscar viendo por la mira del rifle hacia la calle.

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