Le reclamé a la muerte.

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Me quedé esperando en mi sillón, cuando todo mi entorno se oscureció. Ya era mi momento. No sentí miedo, no sentí frío como todos dicen. Cerré mis ojos y di un largo suspiro por la nariz, un viejo hombre solo esperando.

—Hola.

Y frente a mí, ahí estaba: la Muerte. La Muerte, la versión que todos nos imaginamos al oír su nombre: un esqueleto con su encapuchada túnica negra que no dejaba ver sus pies, con su guadaña tan larga como él, con mango de madera y la cuchilla de brillante hierro. Estaba acompañada con mariposas negras volando a su alrededor, algunas parándose sobre su blanco cráneo y en sus esqueléticos huesos.

—Hola —le respondí.

—Te veo calmado, ¿tienes miedo?

—No, ¿sabes? Cuando supe que era mi momento, pensé en una cosa: reclamarte.

—¿Perdona?

Me levanté de mi sillón e inflando el pecho me paré frente a la Muerte con el ceño fruncido. La Muerte me miró con sus cuencas vacías.

—Te llevaste todo lo que amaba: personas que amaba, mascotas, familia. Todas las veces que le rogué a Dios porque esto no sucediera... Al final todos se fueron.

—Ya veo.

—¿Él los escuchó?

—Sí, los escucha a todos. ¿Me reclamas por llevármelos a todos? ¿Me reclamas por hacer mi trabajo? ¿Crees que de verdad siento satisfacción cuando tengo que llevarme a alguien? Hay personas que huyen de miedo al verme y otras que me sonríen cuando me ven.

—Reclamo porque en el fondo siento todos los esfuerzos que hice. Todas las noches que rogué, supliqué, recé... Las noches en el hospital, las horas eternas llorando en los funerales, los días que pasé sufriendo. ¿Tú sabes lo doloroso que es esto? Porque cuando piensas que las cosas para esa persona que quieres, algo pasa y... se va.

—¿Con quién te sucedió?

—Un familiar estaba saliendo de una operación, «está saliendo de esta», dijeron los doctores.

—Muchos mueren en una operación. Sé lo lamentable que es.

—¡No, no lo sabes! Ellos me dijeron que iba a salir de esto, y cuando iba a salir, sufrió un infarto. ¿Por qué tienes que hacerlo tan doloroso? Perdí a muchos de esa forma y es como...

—¿Arrancarles una extremidad? Lo entiendo. No me regocijo cuando hago esto, por eso hay muchos de nosotros para hacer esto. En el fondo no me gustaría llevarme a un niño que no logró gozar su vida o una mascota que no quiere dejar a su dueño. Ellos me piden verlos por un momento, y veo lo mucho que sufren al dejarlos. Entiendo el reclamo, entiendo el temor y odio que ustedes me tienen, pero sientes ese dolor porque amaste a esa persona y te duele saber que ya no va a estar contigo. Eso tal vez es parte de amar, querer y vivir, ¿no lo crees?

No supe qué responder. Me senté en mi sillón y miré esa luz, «¿esa es la luz que todos ven?».

—Tienes una eternidad para pensar en eso.

—Entre más amas, más te duele. ¿Esa es la luz, Muerte?

—Así es, pero no tienes que ir en este momento, ¿hay algún lugar al que quieras ir? ¿Algún familiar que quieras ver?

Me quedé viendo esa luz, pensando qué lugar podía ver, pero nada, no había ningún lugar al que quisiera ir.

—Ya no tengo a nadie a quien quiera ver ni lugares que visitar. ¿A dónde iré? —le pregunté.

—Arriba. Tienes muchas personas que están ahí.

—Me alegro de que todos lo hayan logrado. ¿Sabes? No eres tan malo como todos piensan.

—Gracias, eres el primero en reclamarte y después decir eso.

—¿Te cansa hacer este trabajo?

—Lo llevo haciendo desde el principio. Te acostumbras a estar en todos lados.

Nos quedamos en silencio viendo la luz. Me quedé sin temas de conversación.

—¿Quieres sentarte?

—¿Cómo? —preguntó la Muerte confusa.

—Llevo mucho tiempo sentado. Siéntate, ¿hay algún lugar que quieras ver?

—Sí, hay un lugar.

Me levanté de mi sillón y le ofrecí sentarse a la Muerte. La muerte se sentó y puso su guadaña en su regazo. Sin darme cuenta ya estábamos en una playa, frente al mar y el sol ocultándose a lo lejos. Y después de reclamarle, la Muerte y yo nos quedamos viendo la playa, escuchamos las olas y vimos el sol ocultándose.

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