Los tres actos de Santa Claus.

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Nueva York. Barrio de Tribeca. Año 2018.

Era la época de navidad, precisamente el veinticuatro de diciembre, Nochebuena. Era la época con más compras de todo el año. Toda Nueva York estaba llena de nieve junto a toda la ciudad adornada con el espíritu navideño.

Para algunos esto era una época de compras y gastos sin sentido de forma superficial, otros simplemente preferían no celebrarla, pero era un hecho que los que más disfrutaban esta época eran los niños; regalos, el árbol de navidad, la nieve, el árbol adornado lleno de luces brillantes, no tener que ir a la escuela y conocer a «Santa» en el centro comercial.

En el centro comercial del barrio de Tribeca había cientos de niños formados para conocer a «Santa», sentarse en el regazo de Santa. Este Santa se veía en sus cuarenta y tenía el vientre un poco grande, pero no tan grande como todos creemos cuando conocemos a Santa. Vestía con el abrigo y los pantalones rojos, las botas negras y una barba falsa con hilo invisible para que ningún niño se diera cuenta.

Este Santa tenía sobre su regazo una niña de cabello castaño, de ojos verdes y vistiendo un vestido rosa regazo, escuchaba su laaaarga lista de juguetes que ella quería.

—Y quiero un pony, una muñeca, el saludo de mi youtuber favorito, un oso gigante de peluche, chocolates, lápices de colores...

La niña seguía pidiendo juguetes, Santa fingía ponerle atención, y de reojo viendo la interminable fila y como más niños llegaban a formarse. Sintió que se iba a quedar sentado y escuchando a niños pedir cosas toda la navidad.

—Yyy un hermanito —dijo al final la niña.

—¿Eh? —reaccionó Santa.

Una señorita de cabello negro y vestida formal con una blusa blanca y pantalón y zapatos negros cargó de inmediato a la niña.

—¡Ay, qué vergüenza! Señorita, esas cosas no se dicen —dijo la señorita.

—Ho, ho, ho, ¡no pasa nada! A veces los hijos son muy inocentes —dijo Santa fingiendo una voz profunda y amable.

—¿Eh? No, no, no es mi hija, soy la asistente, su madre me pidió que la llevará a ver a Santa.

—Ya veo... —dijo con un tono más serio.

Santa abrió su costal de juguetes y le entregó un peluche de un mono gris con ventosas en sus extremidades, y parecía hecho de trapo.

—¡Ho, ho, ho! ¡Feliz navidad, pequeña! —dijo regresando a su tono amable.

—¡Gracias, Santa! —dijo la niña con una gran sonrisa.

—Gracias —dijo la asistente.

—De nada, feliz navidad.

Por detrás de Santa se acercó un duende asistente. Un adolescente de cabello negro y abundante cabello crespo, denotaba en su rostro que ya estaba harto de estar trabajando junto a los granos del acné. Vestía con camisa verde y pantalón, y las orejas de plástico de duende.

—¡El que sigue! —exclamó sin ánimos.

—Vamos, con ánimos chico —regañó Santa al muchacho.

—Lucas, solo quiero irme a casa.

Lucas o Santa, de nuevo se sentó en su trono y mientras veía la fila antes de que viniera el siguiente niño, se puso pensativo: «¿Cuántas de esas personas realmente son sus padres y otros son asistentes, sirvientes o niñeras? ¿Cuántos padres están trabajando cuando realmente quisieran pasar tiempo con sus hijos? ¿Cuántos niños se dan cuenta que tienen sus padres ausentes?, se hizo esas preguntas hasta que fue interrumpido por el pisotón de un niño tratando de subirse a su regazo.

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