Siete y veinticinco de la noche.
Era una noche cálida, con todas las estrellas del firmamento brillando y la luna despejada. Una pareja salía del cine tomados de las manos. Su novio creía con todas las fuerzas de su corazón que su novia era la chica más hermosa. Pasó su mano en su cabello pelirrojo, jugando en lo ondulado y largo que este era pues llegaba a la mitad de la espalda.
—Germán, deja mi cabello —dijo dichosa.
—Silvia... Mi videncia dice todo lo contrario —respondió Germán en tono burlón.
—¿Ah, sí? —dijo arqueando su ceja.
Silvia empezó a sacudirle todo el cabello negro crespo que él tenía. Tenía el volumen de un afro. Empezaron a molestarse sacudiendo el cabello del otro entre risas y bromas; ambos terminaron viéndose a los ojos: Silvia sus brillantes ojos verdes y Germán sus opacos ojos ámbar. Germán se acercó para besarla en los labios.
—G-Germán —interrumpió Silvia—. Se hace tarde y tengo que tomar mi autobús.
—Oh, sí... ¿Nos vemos mañana en el parque? —preguntó Germán un poco desconcentrado.
—¡Claro! Nos vemos mañana en el parque. Te quiero, cariño.
Ambos se despidieron con un beso en la mejilla. Cada uno tomó caminos separados. Germán se fue con un sabor amargo, afligido queriendo haber tenido más tiempo o que este día jamás hubiera llegado, pero sus visiones son siempre exactas: el día de mañana su novia terminaría con él; este día fue el último que pasó con ella.
Hizo todo lo posible para que ese día no llegara. Siempre la trató bien, casi nunca peleaban o resolvían todo en menos de un día, así por casi tres años, pero al final Germán solo recordó cuando tuvo esa visión mientras veía las luces del cine.
Dos años antes. Un día de otoño. Con su amor en el punto más alto y meloso.
Germán y Silvia estaban comiendo en la pradera, viendo el atardecer mientras terminaban de comer. Germán estaba recostado en el regazo de Silvia mientras le acariciaba el cabello —un poco menos voluminoso—. Ambos vestidos con un uniforme escolar negro.
—Fue una buena idea comer aquí, mi amor —dijo Silvia.
—Gracias... Cocinas muy bien —respondió sonrojándose.
Silvia vio cómo trataba Germán de ocultar su sonrojo. Ella le acarició la mejilla y se acercó lentamente a su rostro.
—¿Te pongo nervioso?
Silvia le dio un pequeño beso en la nariz. Germán se levantó de su regazo y se puso frente a ella para darle otro beso a Silvia en los labios, acercando lentamente su mano a su mejilla. Silvia juntó su mano con la de Germán. Fue ese momento donde Germán tuvo su visión en el mejor momento.
Vio cómo él estaba en un parque viendo a Silvia llorando frente a él. «De verdad lo siento, Germán», dijo Silvia llorando. Germán trató de acercarse, pero todo el lugar se oscureció y Silvia desapareció.
—¡Silvia! —exclamó Germán preocupado viendo cómo la oscuridad se hacía más profunda.
Germán fue cegado con las luces del cine. Tenía el enorme cine frente a sus ojos, con las luces cegándolo por completo.
—G-Germán —interrumpió Silvia con tristeza.
—¡Silvia! —dijo dándose la vuelta.
—Se hace tarde y tengo que tomar mi autobús.
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Relatos Momentáneos
RandomUn viejo libro, olvidado entre las estanterías llenas de otros libros. Está lleno de rasguños, guardando polvo y grietas desde la portada de su tapa blanda hasta las hojas amarillentas por el paso del tiempo. Aún se encuentran pequeños relatos para...