Sueños rotos

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No sé cuánto tiempo estuve aquí, quizá horas, días, semanas, meses... no tenía el tiempo en mis manos para saber cuanto paso desde que pude caminar o ver la luz del día.

Estaba débil, no había movido ni un músculo desde la última vez que vino ese tipo, ni siquiera había dormido ni un minuto, ¿cómo podía hacerlo sabiendo que voy a morir?. La comida aquí era una mierda, siempre me daban pocas cantidades de alimento cada mucho tiempo, y algunas de ellas estaban rancias, preferiría no comerlas a intoxicarme.

Quería morir, acabar con este sufrimiento de una vez por todas. Nadie se preocupaba por mí, nadie me vino a buscar, perdí todas las esperanzas que tenía y sería mejor eliminar mi presencia de este mundo asi dejo de ser un estorbo para la gente. Me cansé de tanto llorar, de tanto pedir y rogarle a los inexistentes dioses que al menos pueda ver la luz solar, salir a correr a un parque, comer todo lo que yo quiera, ir por cualquier lado y especialmente verla a ella... pero nada iba a funcionar de este modo y estaba arruinada, ya quería acabar con mi vida si iba a sufrir de esta forma.

La puerta crujio como si estuviera vieja, dejando ver al chico de la otra vez. No podía tapar mi cuerpo desnudo porque ya ni fuerzas para hablar tenía, solo dejé que me viera, me siento mal por hacerlo pero no quería gastar lo poco que me quedaba en una cosa absurda.
Se quedó mirándome desde arriba ya que estaba acostada en este sucio colchón, yo solo lo miraba con los ojos sin fuerza hasta que una sonrisa ladina se formó en su rostro, ni sabía lo que iba a hacer pero dentro de poco acabaría con este sufrimiento así que ¿para qué desesperarme en salvarme si de todos modos iba a morir? No tenía sentido nada de esto.

—Llegó la hora pequeña —se acercó a mí, sacó unas llaves de su bolsillo y desató la cadena que estaba entre la que ataba mi muñeca y la pared—.  Vámonos.

Tomó esa misma cadena y me arrastro hacia afuera. Me costaba caminar, pero al fin de cuentas lo hice haciendo lo que este chico quería.
Pasamos por un gran pasillo negro, hacía demasiado frío por esta zona (incluso peor que en la celda que estaba), no había ni siquiera un rayo de luz que iluminara el ambiente, nada de nada.

Llegamos hasta una habitación oscura que al prender la luz mi corazón se aceleró del miedo. Primero me obligó a sentarme en una silla, atandome con las mismas cadenas hacia atrás de esta, al igual que mis pies. Una vez que ese chico se alejó, observé el sucio y frío ambiente. Había una bandeja sobre una mesa de metal, en esta se posicionaban cuchillos de distintas medidas, luego un bate de béisbol con clavos y terminando con distintos tipos de destornilladores. En la pared colgaban pistolas y escopetas, cada una bien ordenada por tamaños. En el medio había una daga dorada con inscripciones extrañas, pero esta estaba dentro de una caja de cristal que claramente decía "Poignard de la Mort", no sé qué significaba porque solo hablaba en coreano, japonés y un poco de inglés pero podía leerlo perfectamente.
Mi vista se fijó en una silla parecida a la mía con sangre en algunos sitios, allí colgaba una bata manchada con lo mismo, y más atrás un ropero medio abierto lleno de utensilios metálicos.

No me costó nada pensar que esto era una sala de tortura.

—¿Ya has analizado todo? Bienvenida a mi sala favorita —se paró delante mío—, a mí me gusta decirle sala del intercambio —me guiñó el ojo y se dio vuelta, sentándose así en la silla que ahora estaba en frente mío—. Te diré un secretito, no quiero que se lo cuentes a nadie ¿si?. La sala se llama así porque intercambiamos cosas entre nosotros. Si tu me das lo que quiero yo te doy lo que tu quieres, ¡así de simple!

Asentí lentamente...

—Primero empezaremos con lo básico, ¿cómo te llamas?

—Kim... BoRa...

The princess and her wolf | SuaYeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora