Capítulo 54

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ㅤLa casa no es grande. No es imponente ni está llena de lujos. No tiene cuadros de artistas de renombre ni vajilla con detalles en oro. No obstante, es lo más cercano a un refugio que Taehyung conoce. El olor a galletas recién horneadas inunda sus fosas nasales, y una sonrisa ilumina su atribulada expresión cuando camina por el pasillo más estrecho que alguien pudo construir y su bolso choca con la pequeña mesa que su madre colocó ahí pensando que se vería de maravilla.

—Llevas un minuto en la casa y ya marcaste territorio... —le escucha decir a la mujer. Ha botado un florero.

Taehyung se ríe y sigue caminando sin detenerse hasta llegar a su habitación.

La puerta está abierta, y solo le toma una milésima de segundo notar el cambio... Porque está limpia. La ropa ordenada, guardada en el armario, y un suave olor a lavanda. La cama está cuidadosamente hecha y las cortinas descorridas, dejando entrar la luz. Incluso el suelo está deslumbrante: la enorme mancha negra que antes decoraba la mitad de la estancia está cubierta por una alfombra púrpura. Su sonrisa la reemplaza una mueca.

—¿Y esto? —le pregunta a Heejin, que asoma su cabeza desde atrás suyo para echarle un vistazo al cuarto y sonreír con orgullo.

—Bonita, ¿no?

—Yo no diría eso...

—¿Recuerdas cómo estaba tu habitación antes? —inquiere ella, posando una mano sobre su hombro—. Tu opinión no cuenta, hijo.

—Vaya, ¡así recibes a tu hijo favorito! —exclama Taehyung mientras arroja su bolso a una esquina y se vuelve para mirar a su madre con falsa indignación.

—Eres mi único hijo.

—Pero podría no ser tu favorito.

Heejin esboza una suave sonrisa. —Te había extrañado —comenta.

—... También te extrañaba.

—Lo sé. —La mujer le acaricia el rostro—. Vamos a la cocina. Necesito saber qué hiciste para que te golpearan.











Desde que era muy pequeño, y aunque ella tuviera que trabajar, Heejin procuraba pasar tiempo con su hijo, por lo menos unas cuantas horas al día. Jugaba con él, lo escuchaba despotricar contra sus compañeros mientras escribía cómo romper sus juguetes en hojas de cuaderno, y luego se acostaba con él hasta que se durmiera... A veces también se sentaba con él y lo veía comer.

Taehyung tiene recuerdos claros de esos momentos, y pese a que muchos de esos recuerdos están contaminados con la estela negra del fantasma de su padre, la calidez en la mirada de su madre jamás desaparece. La incondicionalidad de su cariño es la única constante en su vida, y en ese instante es más evidente que nunca, porque han pasado casi veintidós años e incesantes días de tristeza y desconsuelo, pero ella lo sigue viendo igual.

Muchas veces se cuestiona si lo merece. Si a pesar de todo lo malo que ha hecho, es justo que ella esté sentada en la silla frente a él, animándolo a comer más galletas que preparó para esperarlo, esperando paciente a que decida contarle por qué se derrumbó minutos atrás. Se lo cuestiona, mas le da miedo dar con la respuesta.

—Creo que me gusta alguien —admite entonces, sin contexto. Es la primera vez que lo dice en voz alta.

La mujer alza ambas cejas, sorprendida. —¿Es así? Vaya... Estás tan grande... —dice, contenta. Luego se inclina sobre la mesa, curiosa, y pregunta—: ¿Quién es? ¿Un compañero? ¿Una compañera?

Y Taehyung se ruboriza tanto que debe desviar la vista. De repente, el refrigerador y los cientos de imanes en él se ven sumamente interesantes. Más interesantes que la conversación que está a punto de desarrollarse, pero que no quería tener.

LA FILOSOFÍA DEL DESEO © vkookvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora