Capítulo 6

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Las siestas no eran algo que iban con Maia, pero desde que se instaló en el edificio del SIM, no había día que no se echara a la cama. Parecía que las mañanas se habían convertido en días y las tardes en semanas; terminaba tan agotada de los entrenamientos y de las eternas charlas de la agente Fisher que solo deseaba cerrar los ojos por un largo tiempo.

Esta vez, Jon quedaba a su lado. Maia se volteó hacia él, con la esperanza de encontrarle despierto y recibir una sonrisa que le animaría a terminar con el día. Sin embargo, el muchacho seguía durmiendo. Así pues, Maia se centró en su espalda, que quedaba al descubierto como cada vez que dormían juntos. Una galaxia de pecas se dibujaba a lo largo de toda la piel. Pintó sobre ella y, tras un suave suspiro, susurró:

―Me tengo que ir.

―Rezaré para que no te maten. ―El comentario de Jon sorprendió a Maia. Al fin y al cabo el chico no estaba dormido. Sin embargo, sus palabras no surgieron el efecto que Maia había intentado buscar; sino todo lo contrario.

Aunque un día cualquiera las palabras de Jon le hubieran sacado varias carcajadas a Maia, esta vez todo era diferente. La primera fase de la Operación Reizen había llegado a su fin. Después de interminables exámenes médicos, información, protocolos y entrenamiento, era el momento de iniciar la fase más peligrosa de todas.

―Sabes que hoy recibo la primera dosis de Sinaxil, ¿verdad? ―le recordó Maia, ya sentada entre una maraña de sábanas demasiado ásperas para su gusto.

―Lo sé. Por eso espero que todo vaya bien.

Ninguno de los dos dijo nada más. Desde que dejaron Bilbao atrás por unos días, su relación se había torcido, si acaso vuelto un poco rara y con vaivenes de preocupación, tensión y miedo que acababan en pequeñas discusiones o palabras incapaces de extraer sonrisas.

Maia se levantó, se deshizo del pijama y se arregló como pudo, aunque no demasiado. Quería estar cómoda, pasara lo que pasase en las próximas horas. Cuando salió de la habitación, no pudo aguantar más: los ojos se le llenaron de lágrimas que se obligó a esconder. Debía seguir adelante, pero le costaba horrores hacerlo. Por mucho que el doctor Moore le había prometido que el Sinaxil era seguro, no le creía del todo.

Tampoco sabía cómo le afectaría aquella droga en el cuerpo. ¿Y si no volvía a ser la misma?

Dudó de todo, pero sobre todo de sí misma. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Aquella era la mejor forma de reencontrarse consigo misma, de descubrir todo aquello que sus padres le ocultaron? ¿No era todo aquello demasiado arriesgado?

Y Jon no le apoyaba. O eso sentía Maia. Es decir, le había acompañado hasta las instalaciones, sujetado la mano durante las últimas noches y abrazado en silencio entre la oscuridad. Y, aun así, Maia percibía que algo había cambiado entre ellos dos.

Que a Jon no le gustaba ni un pelo que Maia se hubiera metido en un agujero cada vez más profundo. «Prométeme que no te meterás en ningún agujero del que no puedas salir» le dijo hace unos días. ¿Era ya demasiado tarde?

Sea como fuere, no podía volver atrás en el tiempo. Tan solo podía convertir el ahora en algo que valiera la pena luchar.

O eso se decía.

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