Capítulo 21

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Casi diez minutos después, Maia abrió los ojos de golpe. Su cuerpo se agitaba sin control bajo el agua y sentía los latidos del corazón a la altura de la garganta. Por unos instantes, pensó que tendría que escupir el corazón para poder respirar con normalidad. Salió del tanque cómo pudo. Una vez fuera, trató de mantenerse en pie. Trató de hacerlo porque toda ella estaba temblando. Nate no tardó en enrollarla en una toalla y en atraparla en sus brazos. Si no fuera por él, Maia se hubiera desplomado en un abrir y cerrar de ojos, como ocurrió en la primera prueba que organizó el doctor Moore. Dejó que Nate la sujetara y le ayudara a tomar asiento.

—Estás bien. Estás bien —repetía una y otra vez—. Te tengo.

Maia juraría que en ese momento, justo cuando sintió la voz y la respiración de Nate a la altura de su oído, los temblores cesaron. Y quiso que sus brazos siguieran rodeándola, que estuvieran cuerpo con cuerpo, que le diera calor y que siguiera recordándole que estaba bien, que él la tenía. Porque así era, la tenía.

—¿Has conseguido...?

Maia negó con la cabeza, dando fin a la pregunta de Diana. Estaba en el mismo lugar en el que estaba diez minutos atrás. No había logrado viajar por el multiverso y reencontrarse con su antigua vida.

«Estás bien.»

—¿Nada de nada? ¿Estás segura?

Maia negó y volvió a negar una segunda vez.

—¿Te sientes diferente, White? ¿Quizás algo menos... telequinética? —quiso ayudar David.

—Solo agotada y algo mareada.

Jacob Stevenson soltó un suspiro, desenredó el nudo de brazos que tenía sobre su robusto pecho y, con el ceño fruncido, desapareció del laboratorio con pasos firmes y rápidos.

—Habrá que seguir intentándolo —concluyó Diana.

Y así lo hicieron. Día tras día volvieron a intentarlo. David El Mecánico, aburrido y desmotivado, tomó nota de todos los no avances de Maia. Jacob dejó de asistir a las pruebas en el segundo intento fallido y se volcó por completo en el nuevo producto que aumentaría los ingresos de su empresa. Incluso Diana pareció haber echado la toalla, pues ya no se olvidaba de dormir por las noches para dejar listos los preparativos y la dosis de Sinaxil del día siguiente. Nate, en cambio, siempre tenía una toalla en mano y un rostro preocupado mientras Maia no paraba de pensar en el niño de cabellera de carbón y de ojos de cielo despejado que le recibió en la casa de su padre.

Tras varios días de intentos fallidos y siempre con el mismo resultado, la desmotivación dejó paso a la desesperación —y a una pizca de egoísmo—. Jacob Stevenson, oculto bajo las sombras del umbral de la puerta, con rostro serio y con voz monótona, propuso ampliar las dosis diarias de la droga.

—Es lo único que dio resultado la primera vez —argumentó, como si hubiera estado presente durante aquellas pruebas.

Nadie dijo nada durante un largo e incómodo minuto. Hubo miradas gachas y varios suspiros, ademanes de replicar y de añadir una idea distinta. Finalmente, se aprobó la petición de Jacob. Ahora, con el consentimiento de Maia, Diana preparó dos dosis de Sinaxil. Los suficientes por el momento.

—¿No fueron cuatro? —insistió Jacob.

Maia le sujetó la mirada, amenazante.

—Serán dos —repitió con firmeza—. Los otros dos para ti.

Sin añadir nada más, Maia tomó asiento en la misma silla en la que había tomado asiento los anteriores días. Se apartó el pelo de la misma manera que uno pestañea y respiró hondo para disminuir el dolor. Volvió a agarrar los extremos de la silla y a cerrar los ojos con fuerza. Volvió a apretar las muelas unas contra otras y a perder los sentidos. Volvió a perder el control sobre su cuerpo y a caer en los brazos de uno de sus compañeros; a recorrer el camino hasta el tanque de aislamiento con pasos torpes, pero seguros. Después de tantos intentos, no hacía falta que nadie le ayudara a encontrar el camino, pues se lo sabía como la palma de su mano.

Maia volvió a sumergirse en el agua y a sentirla a su alrededor. A abrir los ojos de golpe y con fuerza minutos después. A volver a caerse en los seguros brazos de Nate.

—Estás bien. Estás bien. Te tengo.

Nada había cambiado.

Jacob Stevenson interpretó su pieza favorita: un suspiro desquiciado y un portazo. «Cretino». Antes de ver cómo se marchaba de la sala para encerrarse en su empresa, las miradas de Maia y de él se intercambiaron por unos segundos. Su cabeza parecía negar y sus ojos disgustados achacar la cuidadosa decisión de Maia. «Así nunca lo lograremos. Tienen que ser cuatro, maldita sea, cuatro y no dos», decían. Pero, de todos modos ¿qué le importaba a Jacob si Maia conseguía volver a casa o no? ¿Qué si lo hacía más tarde que pronto? ¿Por qué tanto empeño? Sosteniéndole la mirada como pudo, mirando más allá de los hombros de un Nate que le recordaba lo bien que estaba, Maia le preguntó cuál era el secreto que ocultaba.

Pero sí que había cambiado algo. Maia calculó y comparó la última semana en ese universo con la segunda fase con el doctor Moore. A estas alturas, el Sinaxil ya le tenía que haber hecho efecto. Y no lo había hecho. Podía entender que aún no hubiera logrado viajar por el multiverso, ya que ni siquiera logró hacerlo a sus anchas bajo la supervisión del doctor Moore. En cambio, aunque estuvieran en constante amenaza por Sin Rostro (no tenían ni la menos idea de dónde podía encontrarse, era como si se hubiera desvanecido de la faz de la tierra) y que este mismo la hubiera estado vigilando incluso cuando paseaba con Jon por las calles de Bilbao, sus pelos ni se ponían en punta, ni se le aceleraba el pulso y ni tenía escalofríos al escuchar o leer su nombre.

«Ya no te tengo miedo, Sin Rostro».

Las luces no habían vuelto a parpadear. Y entonces lo supo.

—No están.

—¿A qué te refieres?

—Mis poderes, ya no están —repitió, alzando una de las comisuras y recordando cada una de las veces en las que sus habilidades se descontrolaban cuando estaba asustada.  

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⏰ Última actualización: Nov 07, 2022 ⏰

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