Capítulo 10

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Maia no se dio cuenta de lo mucho que había cambiado su cuerpo en las últimas dos semanas: el cuerpo, las piernas, los brazos, el rostro... incluso su expresión era totalmente diferente. Lo que debió ser un fin de semana ajetreado en busca de respuestas del pasado, empezó a convertirse en largas semanas.

Se sorprendió cuando, un día, al mirarse al espejo, se vio más fuerte y segura de sí misma, si bien aquella no era la sensación que ella sentía cada mañana, cuando se levantaba de una cama que aún no sentía como suya. Cómo iba a hacerlo.

Esto ocurrió sobre todo tras viajar por primera vez por el Multiverso. Fue rápido y borroso, tan brusco que a veces creía que había sido un sueño. Cuando el joven Max sacó a Maia del tanque de agua salada, el doctor Moore, pese a las advertencias de los agentes y demás expertos involucrados en la Operación Reizen, no dudó en inyectar a Maia una segunda dosis de Sinaxil. Según él, era la única forma de tomarle la delantera al enemigo.

Y a una investigación científica que había empezado a estar atascada.

Antes de que la droga surgiera efecto, Maia creyó escuchar una voz grave y familiar que, aunque la confortó, también la alteró. Jon había irrumpido en la sala y pedido a gritos que pararan aquella atrocidad. A sus ojos, todo lo era. Estaba agotado de formar parte de aquello; tan solo deseaba volver a casa, a Bilbao, a la rutina de hace dos semanas.

Pero de ninguna manera podía abandonar a Maia.

Sin embargo, sus intentos de sacar a la joven del tanque fueron en vano. Maia ya no estaba. 

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