Capítulo 6

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Maia lloró. Lloró por ella, por sus padres y por lo defraudada que se sentía. Lloró de soledad, de rabia y de pena.

Intentó entender la decisión que tomaron sus padres. Intentó comprender que muchas veces el dinero sí que es necesario para ser felices; sobrevivir.

Para vivir.

Sin embargo, no pudo convencerse de ello. Maia era su hija. Le habían guardado un secreto demasiado importante. La habían mentido, borrado sus años al otro lado del charco como si no fueran nada.

Como si ella no fuera nada. Ni nadie.

Pero dejaría de ser una victima. No estaba dispuesta a dejarse llevar por la rabia y por la tristeza. Puede que solo un poco. Por eso, a la mañana siguiente, volvió a reunirse con el agente Moore.

Aún seguía necesitando respuestas.

Esta vez fue Maia quien llegó con unos minutos de retraso

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Esta vez fue Maia quien llegó con unos minutos de retraso. Había decidido caminar en vez de coger el tranvía o el autobús. Aún estaba alterada y las piernas le pedían estar en constante movimiento.

Maia tomó asiento frente a Max Moore. Dejó el bolso sobre la mesa y cuando la misma camarera del día anterior se acercó para preguntar qué deseaba tomar, Maia la ignoró por completo; no había tiempo que perder. La camarera se encogió de hombros y se acercó a otra mesa.

—Has hablado con tu madre —acertó Max.

Maia esperó a que el tranvía desapareciera por una de las calles principales de la ciudad para contestar. El transporte había parado en la estación de frente y el bullicio de la gente que se había desmontado del vehículo era demasiado ruidoso. Al ver que estos cantaban canticos y vestían la camiseta del equipo local de fútbol supo que era día de partido.

—Le he enseñado el expediente.

—Te lo llevaste sin permiso.

—Y vosotros experimentasteis conmigo sin permiso —reprochó Maia—. Ah, y también fuisteis a mi casa. Creo que estamos en paz. Está en casa. El expediente. —Con la prisa de querer huir de aquellas cuatro paredes, se lo había olvidado.

—Tienes que devolvérmelo.

—No sin antes responderme a unas preguntas.

Max suspiró.

—Adelante —se limitó a decir.

—¿Cuál fue el objetivo del experimento?

—Descubrir el total potencial del cerebro humano.

—Mediante una droga —añadió Maia.

—Que crea nuevas conexiones neuronales, intensificando la percepción extrasensorial o el sexto sentido, como quieras llamarlo.

—¿Por qué yo? ¿Por qué en niños?

Max observó a Maia por unos instantes. Pensó cómo podía simplificar una respuesta larga y compleja.

—En la mayoría de los seres vivos hay una fase que se denomina como 'periodo crítico'. En este tiempo limitado puede haber una transformación o un desarrollo de una habilidad particular, como el habla en los humanos, por ejemplo. Este periodo ocurre durante los primeros años de nuestra vida, después decae...

—Y es imposible que esa transformación ocurra —dedujo Maia, pues había recordado haber dado algo de teoría sobre el periodo crítico en primero de carrera.

—Sí.

—Pero yo no siento que algo se haya transformado en mí .

—Eso no significa nada. Las habilidades que se desarrollaron siguen dentro de ti, pero están dormidos por el desuso. Es como alguien que ha estado sentado durante horas. Cuando se levante, le costará andar.

—No es como andar —masculló Maia.

El agente alzó las cejas y bufó.

—Claro. No es como andar —repitió.

—¿Qué ocurrió con los demás niños?

Max se movió en la silla, incómodo.

—No tengo tiempo para eso. Solo podrás saberlo si vienes conmigo. ―Sus palabras sonaron amenazantes para Maia, quien se puso a la defensiva.

—¿Ir a dónde? ¿A un laboratorio? No, gracias.

—Fisher ya ha conseguido el permiso para llevarte con nosotros. No quiero que lo haga a la fuerza.

—No la temo. Ni a ella ni a vosotros —mintió Maia. Pensar en un laboratorio frío y de olor a compuestos químicos le creaba escalofríos.

—Necesitamos tu ayuda. Por favor.

—¿Qué tipo de ayuda?

—No puedo decírtelo. No aquí.

Maia negó con la cabeza y se levantó. Sin embargo, la tira de su bolso quedó enganchada en la mano de Max, quien había sido lo suficiente rápido como para detener a la joven.

—Si no aceptas, es probable que muera gente —susurró finalmente—. Sé que es injusto. Sé que no tenemos ningún derecho a pedirte que vengas con nosotros y que nos ayudes después de lo que te hizo mi hermano contigo. Pero lo que pone en el expediente es tan verdadero como lo que yo vi durante esas semanas, mientras lo acompañaba de niño. Eres especial, Maia, y si mi hermano está en lo cierto, no solo nosotros, el SIM, requerimos de tu ayuda, sino todo el mundo.

―¿Quieres que sea una superheroína? ―bromeó Maia— ¿Que me ponga capa, calzones y antifaz? ¿Que me ponga un apodo y que me haga amiga del Caballero Oscuro?

―Llámalo como quieras —respondió, en cambio, el agente con voz seria y firme— Tu mente está capacitada para hacer muchas cosas. Puedes ayudarnos.

—¿Por qué yo, si hay muchos más niños con poderes allí fuera?

—Solo tú tienes la habilidad de viajar por el multiverso.

—Esto es una locura.

—Lo sé —contestó Max, para sorpresa de Maia—. Pero es la verdad. Por favor.

Maia suspiró con fuerza.

―¿Si acepto, qué probabilidades hay de que me pase algo?

―No muchas. ―Sin embargo, las palabras se empaparon de un tono dubitativo. 

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