Capítulo 9

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Maia no necesitó mucho rato para estar lista. Quería quitarse ya aquello.

Vestida con tan solo un neopreno corto, se plantó ante un tanque de agua de bastante altura y anchura. Tanto dentro como fuera, a su alrededor y pegadas a la pared de cristal del estanque, había unas escaleras negras. Maia intuyó que pronto las utilizaría.

Todo aquello imponía, eso estaba claro. Pero, aún así, dio varios pasos adelante hasta quedarse frente a una mesa que recogía un albornoz, varias toallas secas y un botiquín de emergencia junto a más instrumentos a los que Maia no supo ponérles nombre. Algo más lejos distinguió un pequeño maletín negro, abierto de par en par.

Dosis de Sinaxil.

Antes de que a Maia la invadiese un escalofrío, Max moore le apretó el hombro. Si bien el gesto quiso tranquilizar a la joven, el corazón de esta empezó a latir de nervios.

―Todo estará bien ―escuchó en un susurro, que provenía del agente.

Entonces, Maia se olvidó de todas las inquietudes, dudas y miedos. Si estaba allí, a punto de cambiar su vida, a menos de un minuto de darle el sentido que creía haber perdido, era por algo. Además, era demasiado tarde para darse media vuelta y volver a su rutina universitaria.

Tampoco iba a echar la toalla.

Rozó las escaleras del tanque con las manos y tomó impulso. Primero metió los pies en el agua, después los tobillos y terminó con las rodillas. De alguna forma, observar y sentir las suaves olas del agua la relajó y le llenó de valentía. Con un impulso más, se sumergió, del mismo modo que lo hubiera echo en una piscina o en la amplia bañera de su casa.

El cabello negro le empezó a bailar a cámara lenta a su alrededor. Mantuvo la respiración y los ojos cerrados hasta notar que su cuerpo se tranquilizaba. Sin embargo, los abrió de golpe cuando, casi de golpe, la gran cantidad de sal del agua la sacó a la superficie.

Estaba flotando.

Ante la sensación, sonrió y extendió los brazos. Sitió el agua alrededor del cuerpo y no tardó en perder la noción del tiempo y del espacio; en olvidarse de las palabras de Jon, de Max Moore, de la agente Fisher, del científico y de ella.

Sobre todo de ella.

Ya no importaba si estaba haciendo lo correcto, porque, tras mucho tiempo, sentía que los pulmones se le llenaban de una calma con trazos de libertad.

Hasta que empezó a ahogarse. Lo hizo pese a que el agua no le alcanzara la nariz y la boca; pese a que tratara con todas sus fuerzas retener el aire en los pulmones. No lo consiguió. Se estremeció. Chapoteó de forma descontrolada en busca de un auxilio que, por desgracia, no iba a llegar.

La voz que hasta ahora le susurraba débil que la Operación Reizen arrastraba la palabra peligro a todas partes tomó fuerza. Y gritó. Y siguió gritando, pese a que Maia, demasiado aturdida por el efecto de la droga, no conseguía escucharla.

Cuando consiguió abrir los ojos, la luz de los focos del techo la cegó. Casi de forma inconsciente y sin fuerza alguna, trató de golpear los cristales del tanque con los pies y los puños, como si se creyera capaz de romperlo en mil pedazos.

Pero lo único que se rompió en mil pedazos fue ella. Se convirtió en una pesadilla que no vio venir.

Fueron unos brazos quienes sacaron a Maia del tanque. El pecho le ardió al respirar. Se estremeció de dolor y se llevó las manos a la garganta, aun asustada de la asfixia. Cuando la dejaron en el suelo, apenas notó las frías baldosas bajo el cuerpo, menos aún las toallas que le cubrían el cuerpo. Max le examinó el rosto y trató de calmar a la chica; pero, sobre todo, mantenerla despierta.

Mientras, el doctor Moore hablaba con rapidez, cuyas palabras Maia no era capaz de identificar, mucho menos entender. Sin embargo, notó un grito de Max, al tiempo que seguía sujetándole la cabeza. Maia estaba a punto de perder el conocimiento.

―¡No, Malcom! ¡No puedes hacer eso! Una dosis ahora la matará.

La respuesta llegó hasta Maia con vaguedad, como si fuera muy lejana y no tuviera importancia. Pero sí que la tenía. Pues, antes de que todo se volviera oscuro para la joven, consiguió escuchar:

―Apúntalo en el expediente, Max.

Después, notó unpinchazo.

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