Capítulo 2

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El agente Moore apretó la mandíbula y pensó con rapidez. Debía conseguir la colaboración de Maia; ella era su última esperanza.

Sin embargo, intuía que unas esposas alrededor de las muñecas de la joven no servirían de nada. Tratarla como una delincuente solo la asustaría.

―No he sido testigo de nada. No podéis amenazarme ―volvió a repetir Maia. Esta vez, su voz salió sin fuerza, con un leve temblor.

Minutos después, su madre seguía sin regresar de la cocina, y eso que el apartamento en el que vivían no era muy grande. Era imposible que se hubiera perdido por el pasillo o que tardase tanto en rellenarse la copa de vino que siempre se tomaba después de su jornada laboral. Esto, junto a cómo se comportó ante la llegada de los agentes, nerviosa e inquieta, le hizo sospechar a Maia que todo este interrogatorio tenía que ver con ella. Se le erizó la piel.

―No puedo ayudaros ―dijo después, si bien lo que realmente quiso decir fue: «no quiero ayudaros».

La virtud de la agente Fisher nunca fue la paciencia, ni caer bien a desconocidos, es por eso que buscó ayuda en su compañero. Max, en cambio, pensó que con tanto misterio y frases medio dichas no llegarían a ninguna parte. Enseguida supo que había llegado el momento de contarle la verdad a Maia, pero no sabía cómo hacerlo, ni por dónde empezar. No le habían preparado para ello. Su misión consistía en encontrar y tratar de reclutar (si es que era posible) a la única persona que creían capaz de detener los asesinatos que empezaron meses atrás. Tenía a un asesino en serie en el punto de mira, pero sin Maia no podrían detenerlo.

―Por favor, vuelve a sentarte. ―Max intentó calmarla.

Sin embargo, Maia tan solo pudo negar con la cabeza, cada vez más enfadada y desconfiada de sus invitados, si es que podrían llamarse así.

―Escúchanos, por favor ―volvió a insistir, con la voz más calma que pudo―. Serán solo unos minutos. No te robaremos más tiempo, te lo prometo. Después, si es lo que quieres, desapareceremos.

Por mucho que el agente señalase el sofá con la mirada, Maia decidió permanecer de pie. En silencio, esperó una explicación convincente. Fue la agente Fisher quien se levanto y se plantó frente a la joven, de modo que Maia tuvo que alzar ligeramente la mirada para dar con los ojos caramelo de la mujer.

―Existe un reducido número de personas en el mundo con habilidades especiales y tú eres una de ellas ―soltó sin titubear.

El silencio que siguió a las palabras fue corto, pero intenso. Mientras Max retenía el aire en los pulmones, a la espera de una reacción de Maia, esta se limitó a observar a la agente. Después, ladeó los labios, formando una especie de sonrisa irónica.

―¿Te parece gracioso?

―Creo que deberíais iros.

La agente Fisher fue la primera en avanzar hacia la salida, con el ceño fruncido y para nada habiendo echado la toalla. Conseguiría que esa muchacha colaborase: era su trabajo. Volvería y esta vez saldría satisfecha.

―Sé que no es justo que te lo digamos así y ahora. ―Fue lo único que Max pudo decir antes de ponerse en marcha. Sin embargo, en cuanto su compañera salió del apartamento, cambió de opinión y se acercó a Maia. Refiriéndose a la agente Fisher, añadió―: Sé que puede ser un poco brusca. Entiende que nuestro trabajo es importante.

―Eso no justifica que podáis entrar en mi casa y amenazarme, que es lo que habéis hecho.

―Tu madre nos ha dejado entrar y tenemos nuestras razones para hacer lo que hemos hecho.

―Ni siquiera me habéis explicado nada. Si tanta ayuda necesitáis, no entréis en casa de alguien y os riáis en su cara. Yo no tengo ninguna habilidad especial más allá de madrugar. ―Sin embargo, la broma no resultó graciosa para ninguno de los dos.

―Lo sé. ―Max suspiró y, finalmente, tras echar un vistazo a la puerta del apartamento, hurgó en el bolsillo del pantalón, de donde extrajo una pequeña tarjeta con un nombre y un número grabados en ella― Si cambias de opinión, llámame. Te lo contaré todo. Pero no tardes en hacerlo, Fisher no tardará en volver.

Max le devolvió una sonrisa forzada al agente y, con el mismo gesto irónico, cogió la tarjeta.

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