La doctora Merch salió de la clínica en cuanto hubo terminado de atender a sus pacientes. Había recibido un mensaje de Nate, donde le comunicaba que Maia se había despertado.
Llevaba cuatro años escaqueándose del trabajo. Cuando el padre de Nate estiró la pata, se prometió a sí misma que no volvería a hacerlo. Sin embargo, una semana después, Nate llamó a su puerta. Lo conocía desde que era un crío que se escondía bajo las faldas de su madre. Era un niño tímido y miedoso que no tenía nada que ver con el jovenzuelo que se había convertido. Ese día Diana se saltó la cena.
Y siguió saltándosela.
Diana terminó de sacarle sangre a Maia, le colocó un algodón limpio allí donde la había pinchado y dejó el tubo de muestra con el resto de las pruebas que le había tomado hasta el momento. Después, se centró en su libreta. La sala, entonces, permaneció en completo silencio.
Jacob Stevenson se había saltado varias reuniones para poder estar completamente centrado en descubrir cuáles eran los componentes químicos del Sinaxil. Nate, ahora oculto tras la figura de la médica, se apoyaba en la pared en silencio e inquieto. Tenía los brazos cruzados a la altura del pecho y movía la pierna derecha arriba y abajo. A Maia este último tic nervioso le recordó a Jon. Pero tan pronto como la idea le vino a la cabeza, se zafó de él. Tenía que concentrarse-
—Tu sangre no nos dirá nada —le informó Diana, disgustada minutos después—. La cantidad de Sinaxil que hay en tu cuerpo es tan mínima que es imposible de detectar.
Maia agachó la mirada, clavándola en los muslos.
—Tienes que decirme todo lo que sepas de esta droga, Maia.
Pensó. Removió los recuerdos y volvió a pensar. Sin embargo, la migraña de aquel día era tan intensa que le era imposible pensar con claridad. Casi imposible.
—Moore—balbuceó y cambio de palabra―. Mis habilidades llevaban dormidas en mi interior hasta que me volvieron a administrarla.
—Por eso te reclutaron, para despertar tus poderes.
Maia alzó la mirada. Las palabras casi le salieron solas, casi sin esfuerzo, produciéndole un suave rasguño en la garganta:
—Al principio fue doloroso. Los pinchazos, los dolores de cabeza, articulaciones, las pruebas, la preparación... mi cuerpo no estaba acostumbrado al Sinaxil y —Miró más allá de los hombros de la doctora Merch. Nate tomó asiento frente a uno de los escritorios del laboratorio, aún con el ceño fruncido, como si no estuviera de acuerdo con lo que estaban haciendo.
—Eso es lo que te ocurre ahora. El compuesto se está yendo de tu cuerpo y este la echa de menos —Diana respondía con tal seguridad que Maia terminó creyendo sus palabras.
—Sí, supongo que sí.
—¿Qué más recuerdas?
—No lo sé.
—Piensa, Maia.
—No puedo.
—¿Cómo te administraban la droga? ¿Cada cuánto tiempo? ¿Ese Moore te dijo algo sobre su compuesto? ¿Cómo conseguiste venir a este universo?
—Diana, basta. —Nate, con la espalda totalmente erguida y con el rostro serio, se levantó del asiento acolchado y se acercó a ellas— Estás siendo demasiado dura.
—Tranquilo, está bien —contestó Maia, en cambio, con una sonrisa forzada. Porque no, aquello no estaba bien. Notaba que, si seguía tratando de recordar o de hacer algún esfuerzo más, la cabeza le estallaría en mil pedazos. Pero tenía que hacerlo: si quería volver a casa y a su vida, tenía que esforzarse tanto como le era posible—. Una dosis por cada día, de unos treinta mililitros, aquí. —Se apartó el cabello, dejando a la vista las cicatrices de los pinchazos de Sinaxil— Aunque de pequeña me lo inyectaba en el brazo. No sé nada de su compuesto, ah y había un tanque de agua. Me metía en él y a veces podía viajar a esta realidad pero...
—Un tanque de aislamiento sensorial. —Jacob la interrumpió con un susurro— ¿Cómo no lo había pensado antes?
—Explícate —le ordenó Nate.
—Es un aparato que se creó allá por los años cincuenta para la NASA, para simular la falta de gravedad y el aislamiento sensorial. Se mezcla agua con la mitad de cantidad de sulfato para que el cuerpo pueda flotar. La cortisona de la persona que entra en el tanque se ralentiza al igual que las ondas cerebrales, aumentando la cantidad de endorfinas. Esto consigue que la mente entre en un estado de relajación extrema que permite armonizar los dos hemisferios del cerebro creando la sensación de que el cuerpo se funde con el agua.
—Genial —exclamó Nate, irónico—. Ahora simplifícalo.
—Un tanque lleno de agua con sal que hace que el cuerpo humano entre en un descanso absoluto y que las partes inactivas del cerebro se activen. Resumiéndolo más —Jacob sonrió, irónico—, un tanque mágico que te convence de estar flotando en una nube de algodón.
—Eso te ayudaba a despertar tus habilidades. —Diana se dirigió a Maia.
—A entrar en el Multiverso —le corrigió.
—Entonces solo tenemos que conseguir un tanque de esos.
—¿Crees que puedo entrar en la NASA y pedir un tanque prestado, Nate?
—Tienes dinero suficiente para hacerlo —le contestó a Jacob—. Está bien. Lo haré yo.
—No —negó de inmediato la doctora Merch—. Aun con el tanque, Maia no tendría Sinaxil suficiente. Tenemos que reproducirlo. Es la única forma de que ella pueda volver.
Fue ese mismo momento en el que Maia se preguntó qué estaban haciendo. Qué estaban haciendo ellos. ¿Por qué la estaban ayudando? El trato que acordaron era ayudarse mutuamente para dar caza a Sin Rostro. Si robar un tanque de aislamiento sensorial no servía para nada y aún no habían descubierto cómo crear más Sinaxil, ¿por qué seguían perdiendo el tiempo?
Mientras que Diana y Jacob discutían acerca de cuáles podían ser los componentes de la droga, Maia supo que había tenido suerte al terminar en sus manos. Si no fuera por el Justiciero, Maia pudo haber terminado en cualquier tugurio, sin nada que llevarse a la boca y sin un techo bajo el que dormir. Por unos instantes, se sintió casi como en casa.
Casi.
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El otro lado
Science Fiction¿Y si la realidad va más allá de lo que vemos? Maia Marlow no lo sabe, pero es de las pocas personas capaz de viajar entre realidades alternativas. Un día cualquiera, unos agentes del servicio de inteligencia la encontrarán y le asignarán una misión...