Capítulo 7

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Hasta el momento Maia solo había visto al doctor Moore en dos ocasiones. La primera de ellas, mediante una videollamada; la segunda, en uno de los laboratorios, mientras uno de los médicos del SIM le hacía uno de los muchos exámenes médicos a las que se vio sometida desde que llegó. Aunque lo quisiera (o sus recuerdos así le pidieran), no podía huir de él.

El laboratorio en el que se encontraba era parecido al que ahora recordaba de su infancia. El blanco lo inundaba todo: las paredes, el suelo, las cómodas y las estanterías. Todo, incluso el doctor Moore, le producía un escalofrío que odiaba. Quizá, y solo quizá, la presencia de Max y Jessica en la estancia era lo único que lograba calmarla un poco.

Hoy daría paso a la acción.

Maia tomó asiento en uno de los taburetes y se remangó la manda izquierda. Se había imaginado ese momento tantas veces... Creí que así se desharía de los nervios y de la tensión de lo que suponía estar en ese laboratorio. No funcionó.

―No hace falta que te remangues, ratoncita ―le corrigió el doctor, con una jeringuilla en la mano.

La joven bufó: odiaba que la llamase así. Después, se detuvo en el rostro del hombre, si bien le costó mirarle a los ojos. Así pues, se concentró en su barbilla mal afeitada, en las comisuras de los labios, de las cuales se percibían varias arrugas por la edad, y en los párpados caídos. Parecía el reflejo de un anciano cansado, aunque no llegase a los cincuenta años. Una vez más, se preguntó si estaba haciendo lo correcto, pues ¿era el doctor Moore de fiar?

―No tenemos mucho tiempo, así que te inyectaré el Sinaxil de una manera más directa. Apártate el pelo ―continuó explicando.

Maia así lo hizo.

―Comenzarás a notar los efectos de la droga en unas horas. Según mis cálculos, en unos pocos días, espero que en menos de una semana, podrás comenzar a viajar a los universos paralelos.

¿Una semana? Lo que suponía ser un viaje expres en busca de respuestas a su pasado se estaba convirtiendo en toda una aventura en el que temía quedarse atrapada.

Maia observó al doctor, después a Max. Sin embargo, ninguno de los dos dijo nada, sino que siguieron con el procedimiento. El doctor se acercó aún más y le advirtió, con una suave sonrisa ladeada, que aquel pinchacito podría doler un poco. La joven permaneció seria, no solo porque quiso ocultar las dudas que le estaban inundando el pensamiento, sino por orgullo: ya no era una ratoncita, se creía capaz de aguantar un dolor momentaneo.

No obstante, Max se sentó frente a ella y le tendió las manos.

―Tú solo mírame. ―En cuanto se lo pidió, Maia comprendió que no sería solo un pinchazo.

Así pues, tomó una bocanada de aire y se preparó para recibir la primera dosis. Rechazó el apoyo de Max y se obligó a mantenerse serena. Si iba a seguir adelante con la misión, tenía que mostrarse fuerte y segura. Pero fue en vano.

Maia recordó que estaba a punto de ser inyectada con la misma droga que hizo que sus padres la mintieran.

Con la que reactivaría sus habilidades especiales, esos superpoderes que le harían posible viajar por un Multiverso tan inmenso como desconocido.

Que era la única en poder hacerlo.

Que solo era una estudiante, que aún estaba a tiempo de recuperar las clases perdidas de la universidad.

Se juró que no había tomado la decisión incorrecta; que solo intentaba descubrir quién había sido y quién era en una vida de secretos.

«Lo juro».

El pinchazo llegó sin aviso. En cuanto la aguja atravesó la piel, Maia se estremeció: encogió las piernas y de forma inconsciente se aferró a las manos de Max. Cuando el doctor decidió que había llegado el momento de empujar la droga hasta dentro de la paciente, ella cerró los ojos con tanta intensidad que, si en ese instante fuera capaz de pensar, hubiera creído que los ojos le estallarían en mil pedazos. Su primer instinto fue zafarse de la aguja, pero Max, reaccionando con antelación, le agarró con la fuerza necesaria para mantenerla quieta y sujeta al taburete. Segundos después, el pinchazo desapareció.

Y se sintió aliviada. Aliviada y calmada y tranquila. Era la viva imagen de un mar que, después de la tormenta, se torna en paz. Demasiado, incluso; porque Maia se perdió.

―Durante los próximos días tendrás dolores de cabeza muy fuertes. Estarás cansada y no tendrás fuerzas. Puede que pierdas el conocimiento en algunas ocasiones.

Los ojos le comenzaron a cerrarse solos.

―Te notarás diferente.

Perdió sensibilidad en las manos.

―...insomnio y migrañas...

Su respiración era cada vez más lenta.

―...proceso habitual en el que tu cuerpo se acostumbra al Sinaxil...

Alguien le levantó la cabeza y le abrió los ojos con los dedos.

―...Max, apúntalo todo el expediente. Primera dosis de Sinaxil: concluida y satisfactoria.

Después, todo fue oscuridad.

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