Concierto

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-Las entradas- exigió el guardia de seguridad a la pareja que intentaba entrar al garito.

-¿Entradas? -repitió Tyler Durden algo desconcertado, llevaban ya varias horas borrachos- Siempre venimos a este bar.

-Hay un concierto esta noche y las entradas están agotadas. O las tenéis u os largáis.

Tyler miró al segurata fijamente, decidiendo en su cabeza si podría darle una paliza. Su novia, con bastante desinterés, le dio una calada al cigarro que llevaba entre los dedos y preguntó:

-¿Quiénes tocan?

Con desgana, el hombre de seguridad le señaló con la cabeza un cartel junto a la puerta. Marla aguzó la vista intentando distinguir algo pese al alcohol. "Vámonos" le dijo Tyler cogiéndola de la muñeca (ya había decidido que no tenía nada que hacer contra el segurata). Ella le ignoró, seguía intentando distinguir el cartel. No lo consiguió, pero decidió que quería quedarse. Su novio no lo consideró ya que no tenían entradas. 

-He dicho que nos vamos -repitió Tyler.

-Quiero verlo... o verlos... o verlas.. o lo que quiera que sean -replicó Marla dando la última calada al cigarro para después pisotearlo con su zapato de plataforma. 

-No tenemos entradas, estúpida.

-No tendrás tú -le espetó Marla extrayendo un ticket del bolsillo de la chaqueta que le venía demasiado grande.

Se la dio al segurata que le permitió el paso y se lo impidió a su novio cuando intentó seguirla. Había robado la entrada en la reunión de enfermos de cáncer de próstata a la que habían asistido esa tarde; ninguno de los dos tenía cáncer (ella ni siquiera tenía próstata), pero ir al cine costaba dinero y además en esas reuniones había café y bollos gratis. Como decía, había robado la entrada y la chaqueta que la contenía. Sin ninguna pretensión, se les había hecho tarde y no quería pasar frío: necesitaba esa chaqueta más que su dueño. Esa era, por supuesto, la percepción de Marla, que normalmente no coincidía con la realidad. Ahí estaba, con su nueva americana oversize sobre el vestido azul de lentejuelas que había comprado por un dólar en una tienda de caridad. 

El bar, como cualquier otro bar de mitades de los noventa en una noche de viernes, estaba a rebosar. No era grande, el aforo máximo serían unas cien personas... Pero ahí había más. El concierto aún no había comenzado y había música rock sonando por los altavoces a un volumen casi desagradable. A Marla eso le gustaba, así no se escuchaba a sí misma.

-¿Tienes fuego? -le preguntó un chaval.

Marla negó con la cabeza. No vio la necesidad de compartir su mechero. Se acercó a la barra en la que parecía imposible encontrar un sitio. Necesitaba seguir bebiendo o atacaría la resaca. Logró hacerse un hueco mientras observaba a su alrededor. Los tres camareros estaban muy atareados, tardaron varios minutos en acercarse a ella.

-¿Qué te pongo? -le gritó uno para hacerse oír por encima de la música.

-Aún lo estoy decidiendo -respondió Marla.

El camarero sacudió la cabeza y se alejó. Las luces se apagaron, cortaron la música y todo el mundo dirigió sus miradas al escenario. Fue el momento que aprovechó Marla para deslizar su mano hacia el vaso de whisky que un hombre acababa de pedir junto a ella. Lo sustrajo antes de que el afectado volviese a girarse y se alejó de la barra con su botín. Se mezcló entre la gente sin problema. Ese era de los pocos lugares donde ella, con su pelo corto despeinado, sombra de ojos azul oscuro y su aspecto ligeramente enfermizo no desentonaba. Todos ahí mezclaban el estilo punky con el gótico y consumían una sustancia u otra. Entre empujones y gritos, Marla se acomodó en un lateral, casi en primera fila y recostada contra la pared para compensar el mareo del whisky.

-¿No estás con Tyler? 

Marla apenas miró al tío que se lo había preguntado, su novio era muy popular en ese barrio marginal de Los Ángeles.

-¿Qué Tyler? -respondió sin inmutarse.

El hombre masculló un insulto y se alejó de ella. Tyler no era su novio -no en su cabeza y probablemente tampoco en la realidad-, solo un tío con el que se acostaba y hacía algún plan esporádico como ir a grupos de ayuda, pero la ayudaba a estar menos sola. No le dedicó ni dos segundos a pensarlo porque el concierto comenzó. La banda se llamaba Sweet Torture, pero de dulce no tenían nada. Era rock alternativo, con tres guitarras, bajo y batería a todo volumen. Cinco miembros: cuatro hombres de treinta y pico años y una chica más joven, la cantante, que además tocaba la guitarra. 

-¡Crys, Crys, te amoo! -gritaban varios borrachos y un par de groupies en primera fila.

Marla dedujo que Crys era la cantante de actitud punky que le dio una patada al tío que intentó tocar sus botines de tacón. Apartó la vista del abultado pantalón del bajista que hasta entonces la había tenido entretenida y miró a la vocalista. Le calculó su misma edad, veintimuchos años. Era pálida, de melena larga oscura desfilada y despeinada para darle el efecto rockero. Los pantalones de cuero ajustados como una segunda piel y el top negro de tiras dejaba a la vista su abdomen, parecía inusualmente delgada; esa delgadez que el ojo experto de Marla supo atribuir al consumo de sustancias. Aún así era guapa. Llevaba mucho maquillaje oscuro, como para camuflar sus rasgos: ojos grandes, labios de muñeca y pómulos marcados. Sí, era guapa, Marla tenía que reconocer eso. 

No cantaba mal, tampoco era una voz dulce y melodiosa. Era desgarrada y profunda y acompañaba con ellas unas letras que Marla intuía que describían emociones profundas y muy turbias, pero en su estado apenas lograba entenderlas. La tal Crys hablaba poco, no daba las gracias ni presentaba los temas, se limitaba a cantar y tocar su música .

-Si alguien me pasa un vodka, podremos seguir -fue lo único que dijo a mitad del concierto.

Al momento un camarero se abrió camino entre la multitud para pasarle un vaso. A Marla eso le hizo gracia. Precisamente ella había sustraído un vodka con tónica a una chica que lo había dejado desprotegido para ir al baño. Estaba tan ensimismada con la música... o más bien con la forma en que la cantante vivía su música, de forma casi mística, cerrando los ojos y perdiéndose en sus mundos... que Marla apenas iba por la mitad del vodka cuando Crys se terminó el suyo. 

-¿Todavía faltan cuatro canciones? -inquirió la cantante comprobando la lista que tenía pegada en un altavoz frente a ella.

El público la adoraba, se tomaban sus comentarios a broma aunque Marla sospechaba que hablaba muy en serio. Esa chica disfrutaba de la música bajo sus propios términos, probablemente el público le molestaba, pero quería su dinero. Entonces, la cantante se acercó al borde del escenario -a ella- y le preguntó:

-No te lo vas a acabar, ¿verdad, muñeca?

Sin que Marla pudiera reaccionar, le quitó el vodka, se lo bebió de un trago y continuó con su actuación. No supo si fue el alcohol o la sorpresa, pero Marla no llegó a entender lo que acababa de suceder. Estaba acostumbrada a ser ella la que cometía pequeños hurtos, no al revés. Se quedó inmóvil, observando como el grupo terminaba el concierto dejando al público con ganas de más. Acariciándose la barbilla con la mano que los dedos de la cantante habían rozado para robarle el vodka, decidió que ella también quería más. 


N/A: Decidme qué os parece y si os gusta, ¡no puedo con la ansiedaaaad! Jasjajs os amo.

Mil noches con MarlaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora