Adicciones

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Los meses siguientes fueron intensos, felices y emocionantes para Marla. Habían cumplido el plan: ella acudía a todos los conciertos y le hacía fotos a la banda en directo. Los lunes quedaba con Josh -que era el que entendía más de arte- y elegían las mejores (Crystal no solía acudir, se fiaba plenamente de ambos). Las llevaban a revelar y las preparaban para los conciertos del fin de semana siguiente. De camisetas hicieron dos modelos: uno con la famosa foto de Crystal en el anochecer en la azotea y otro de toda la banda en un momento de euforia rockera. Hacían pocas unidades: no querían venderlas caras, pero serigrafiarlas costaba dinero, así que el beneficio era pequeño. Solían agotarlas y continuamente hacían nuevas remesas. 

-Es emocionante ver como ahora en nuestros conciertos la gente lleva camisetas con nuestra foto -comentó Josh una noche en su sala privada del Suspiria.

-Sí, sobre todo las que hemos firmado borrachos y más que autógrafos parecen códigos de barras -murmuró Crystal divertida.

-A la gente le encanta que se las firméis -comentó Marla ovillada sobre el regazo de su novia-, muchos las compran, al igual que las fotos, solo para tener una excusa para hablaros.

-Y porque las fotos son muy buenas, si no no se venderían -aseguró Jack.

Crystal besó a su novia en la mejilla con gran orgullo. Se había convertido casi en el sexto miembro de la banda, se llevaba bien con todos y ellos apreciaban su trabajo. No obstante, sospechaba que su maravilloso trabajo se debía solo a su novia: lo habitual era que un fotógrafo hiciese fotos al grupo por un precio acordado y el grupo dispusiese de ellas libremente. No era común que el fotógrafo recibiese comisión por cada venta. Era curioso: llevaba media vida subsistiendo a base de robos y, sin embargo, le incomodaba que su novia la contratara por pena. Quizá era porque Crystal le importaba de verdad.

-Nos sale mejor así que pagarte para que nos hagas las fotos -le había explicado la cantante-, eso no podríamos pagártelo, pero así ganamos todos.

-Pero la foto que siempre ponemos en las camisetas es la del concierto en la azotea, esa te la regalé y no deberíais tener que...

-Vale, ya está -la cortó Crystal-. El acuerdo es ese y a todos nos parece bien, así que no le des más vueltas. Al final voy a tener que pagarte por follar...

Marla rio y lo aceptó, después de ese día no hubo más debates económicos ni dilemas morales. Tampoco es que viviese holgadamente con su nuevo sueldo, en cualquier trabajo de camarera ganaría el triple... pero aquello le gustaba y le llegaba para subsistir. Se había puesto al día con el pago del alquiler e incluso había podido comprar un par de mantas para no tener tanto frío en casa. No pedía más, era muy feliz con aquello.

Una tarde de domingo estaban tiradas en la cama de su ruinoso apartamento mientras fuera llovía a mares. Les gustaba estar así, escuchando fuera la lluvia caer sin pensar en nada más que en estar juntas.

-¿Habéis decidido ya qué hacer con el disco? -preguntó Marla acariciándole el pelo.

-Sí, vamos a autofinanciarlo -le comentó Crystal-. Con lo que tenemos ahorrado, alquilaremos el estudio de grabación dos o tres días, es caro. Así lo hacemos todo nosotros y seguimos siendo dueños de nuestra música.

-¿Y para venderlos?

-Primero los venderemos en los directos, a ver qué tal. Y si vemos que funciona más o menos bien, igual contratamos a una distribuidora... No sé, el mejor amigo de Jack le está asesorando, trabaja en estos temas.

-Muy bien -comentó Marla con voz suave.

-Por cierto, hay una cosa que quería contarte...

La frase iba a proseguir, pero sonó el teléfono. "Será Josh para quedar mañana" murmuró Marla estirando el brazo. Todos los lunes quedaban para revelar las fotos del fin de semana. Descolgó, pero no era el compañero de Crystal. En cuanto escuchó que era Tyler, Marla se dispuso a colgarle, pero él la amenazó con plantarse en su apartamento si lo hacía.

Mil noches con MarlaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora