Nuevas experiencias

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Cuando Marla despertó el sábado ya eran las siete de la tarde. Cogió un frasco sobre su cómoda y se tomó un par de pastillas de Xanax, su medicamento favorito para los ataques de ansiedad. No lo necesitaba -no más que cualquier otro medicamento para trastornos mentales-, pero era casi adicta. No le costaba nada que se lo recetaran, era verla y cualquier médico le diagnosticaba una inestabilidad física y mental que requería toda la ayuda posible. Pero no le daban ayuda, le daban pastillas. 

Ese día ya era tarde para acudir a ninguna reunión, así que se quedó en la cama. Había días que le sucedía, no encontraba fuerzas ni motivación para salir de la cama. Así que se quedó ahí, fumando, rememorando la velada anterior y esperando a que sonara el teléfono. Sus deseos fueron más allá: Crystal sabía incluso dónde vivía, podría pasarse a verla... El teléfono no sonó, el timbre tampoco.

-Nos vimos ayer -razonó Marla consigo misma-, supongo que esperará unos días para llamar...

Al día siguiente tampoco llamó. Su teléfono no sonó hasta el lunes por la tarde, Marla respondió al instante:

-¿Diga?

-¿Dónde te metes? Hace días que no te veo -le dijo una voz que sonaba desinteresada pero con notas de irritación.

-En casa, Tyler, ya sabes donde vivo.

-Sí, en un viejo hotel destinado a ancianos moribundos y enfermos terminales... Ven tú a mi casa.

-Es lo que puedo pagar -se defendió ella-. No puedo, tengo una reunión ahora. Parásitos cerebrales, ¿recuerdas?

Tyler era como ella: asistía a reuniones de enfermos para intentar sentir algo, alguna emoción que le hiciera sentirse humano. Se conocieron al coincidir en varias y darse cuenta de que ambos eran unos farsantes. Si ella estaba presente, Tyler no lograba fingir estar enfermo, así que le exigió que dejase de acudir. Ella se negó. Acordaron repartírselas para no encontrarse. Pero Marla hizo trampas y así descubrió que él había dejado de asistir a todas. Había encontrado otro pasatiempo, ella no sabía cuál y tampoco le interesaba. 

-Ven cuando termine y hacemos algo -respondió Tyler.

"Algo" era tener sexo toda la noche y por la mañana echarla de su casa. Aunque el desenlace nunca le gustó, Marla casi siempre aceptaba. Ese día no le apeteció. Se lo dijo así de claro y a él le extrañó. Normalmente cuando él se ponía raro o desagradable (porque problemas mentales le sobraban más que a ella), Marla lo mandaba a la mierda y se largaba; pero mientras la tratara bien, ella aceptaba.

-¿Estás enferma o algo?

-Lo habitual.

-¿Entonces?

-Simplemente no me apetece.

-¡Pero tú y yo somos...! -exclamó él alterado, sin saber cómo continuar.

-¿Qué somos, Tyler, qué somos? Primero follamos y después me echas; me quieres y luego me odias; ¡me muestras tu lado sensible y después te conviertes en un completo idiota! ¡Déjame en paz!

Sin más, Marla colgó el teléfono muy alterada. Cogió su chaqueta y fue a la reunión de afectados por parásitos cerebrales. Encendió un cigarro y en cuanto llegó al local donde se reunían, se sirvió un café. Ocupó una silla y escuchó como quienes querían hablar compartían sus experiencias. Escuchó, pero su cerebro no procesaba nada. No paraba de darle vueltas a la situación. No entendía qué sucedía con Tyler, pero tampoco con Crystal. ¿Por qué no podía tener una relación normal con alguien? ¿Por qué solo atraía a los bichos raros? Se sentía muy frustrada, se marchó de la reunión antes de que terminara. 

Mil noches con MarlaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora