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Marla despertó en su decadente habitación, lo cual ya fue una sorpresa para ella.

-¿Cómo he llegado hasta aquí? -murmuró frotándose los ojos.

Eran las siete de la tarde del domingo, debía llevar durmiendo (o en coma) más de doce horas. Se percató de que llevaba el mismo vestido de la noche anterior justo cuando resbaló de la cama. En aquellos apartamentos tan miserables (compuestos de una habitación y baño) forraban los colchones de plástico y era un grave peligro para Marla. Se incorporó lo justo para sentarse en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Cogió un paquete de cigarros de su mesilla y encendió uno. Así, ya pudo concentrarse en la cuestión principal:

-¿Qué pasó anoche?

Por la tarde había acudido a una reunión de cáncer de próstata, recordaba haberse comido todos los bollos que ofrecían gratis. Ahí se encontró con Tyler, el idiota con el que follaba. ¿Qué pasó después? Le dio una calada al cigarro pensativa. Hubo un concierto, recordaba eso; en concreto recordaba una canción que se le había pegado, algo sobre morir quemada por alguien. Tarareó la melodía con los ojos cerrados intentando concentrarse. Hubo alguien... una chica. Tenía los ojos verdes y el cabello negro, su piel era muy suave. No logró recordar su nombre ni por qué el tacto de su piel estaba tan vivo en su memoria. Sin embargo había un extraño halo de felicidad entorno a ella, algo hacía sonreír a Marla de forma inconsciente.

Durante las horas siguientes le llegaron fogonazos, escenas sueltas que podían ser o no reales.

Había un baño... y una explicación sobre drogas, no recordaba cuáles. ¿Se había drogado? Examinó sus brazos y comprobó que no había pinchazos. Marla quería morir con pastillas, no con agujas. Su hilo de pensamiento se cortó cuando escuchó la puerta del apartamento frente al suyo. Se acercó descalza a la mirilla y vio que su vecino salía con su chaqueta más elegante. Se trataba de un señor con obesidad mórbida que iba a misa todos los domingos y después cenaba en casa de su hermano, siempre seguía las mismas rutinas. Tenía una paga del estado que le costeaba los gastos. Cuando estuvo segura de que habría salido del edificio, Marla cogió la toalla que tenía sobre su cómoda y salió al pasillo. Comprobó que, una vez más, su vecino había olvidado cerrar la puerta.

-Hora de la ducha -murmuró.

Siempre que podía se colaba a ducharse en el apartamento vecino, así ahorraba agua, que era uno de los gastos más grandes. Al vivir en la pobreza, el ingenio se agudiza para sobrevivir. Tras la ducha, se enroscó la toalla tiritando, esos pisos eran muy fríos. Recogió su ropa del suelo y salió del baño. Ya que estaba, se acercó a la mininevera de la habitación y robó un par de alitas de pollo de un cubo, tres palitos de mozzarella y un plátano. Entonces, sin querer le dio un codazo a un vaso que cayó al suelo y se hizo añicos. Ahí eran todos muy desordenados.

-¡Joder! -maldijo.

Apoyó su botín sobre la cama y en una servilleta de papel empezó a recopilar los pedazos. Justo cuando tenía el último trozo de cristal en la mano, vino todo de golpe. No exactamente de golpe: primero fue la imagen de la cantante sexy que tocaba la guitarra y bebía, después la presentación, la invitación a consumir cristal juntas y... Cuando llegó el aluvión de escenas en las que ambas se besaban y se metían mano, Marla dejó de sentir frío. Se quedó paralizada unos segundos y seguidamente empezó a actuar a toda velocidad. Envolvió bien los cristales en el papel, recogió su ropa y "su" comida y volvió a su apartamento. Tiró los cristales a la basura, dejó la cena para más tarde y se metió a su cama desnuda. Se planteó llamar a Tyler, pero se dio cuenta de que esa idea le resultaba casi desagradable. Gestionó sola sus necesidades.

-Mmm... Crystal... -murmuró cuando terminó- ¿Cómo te encuentro?

Esa fue la pregunta que se repitió en bucle durante toda la semana. Le ofendía que la chica no hubiera querido follarla esa noche como ella sugirió, pero al final aceptó que lo hizo por su propio bien. También le molestaba que no le hubiese dado su número ni le dijese cómo contactar con ella... pero le pagó un taxi para asegurarse de que llegaba bien a casa. Nadie había tenido un gesto así con ella en muchos años. No llegó a una conclusión clara de si Crystal merecía o no que la buscase, pero lo que hizo fue volver el sábado al mismo bar.

Mil noches con MarlaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora