CAPITULO 19 - HIJOS DE LA TIERRA

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Hijos de la tierra

Jeyssel

La tierra el olor a tierra mojada inunda mis fosas nasales. Hundo los pies en ella y mis dedos se impregnan del aroma, no hay luz ni oscuridad completa.

Me veo colocándome de rodillas cuando camino sin cesar hasta la tumba en miles de ellas. La lluvia no importa y las gotas que comienzan a caer solo empeoran el frío que se siente en el aire gélido.

Caigo cuando las piernas no me dan y mis manos se hunden en el lodo. Los insectos brotan comenzando a volar y en el aire se limpian ¿que se siente renacer de esta? Polvo somos y en polvo nos convertimos...

Tengo la sensación de que si escarbo podría encontrar otro mundo pero no quiero. No tengo a donde ir y por más que miro al cielo esperando a ser llevado a la gloria, solo obtengo silencio. Solo hay dos caminos pero antes de eso tienes que pasar por la muerte.

—¿Sobrevivir o ser cazado? —levantó el mentón con los dos hombres de pie ante mi.

—¿Que? —consigo decir.

—Elige —insiste el otro— cazar o ser cazado.

No quiero ser cazado, no quiero ser una víctima, en mi pensamiento jamás ha estado ser prisionero de los de arriba.

—Elige —vuelven a decir al mismo tiempo y percato de sus cabellos largos y telas rotas, están cubiertos de tierra y lodo— elige.

En un acto desconocido gateó hasta la tumba y tomo un puñado de tierra llevándomela a la boca. Me la como y paso tomando más.

—Debajo de la tierra yacen los muertos, es nuestra compañera, la única que se queda con nosotros cuando el momento llega. Ella nos quita y se lo devuelve a nuestros hermanos si comen de ella.

La garganta se me contrae y la tierra se queda atrapada en mis uñas. Siento que me ahogo por dentro y en vez de sangre, me corre acido. Aquellos hombres ya no están y mi vista comienza a nublarse con las contracciones de mi estomago. Lo último que veo son las ramas marchitas del árbol que yace detrás de la tumba.

El vomito es inmediato, tan fuerte para levantarme de la cama de un impulso. Corro hasta el baño vaciando el poco contenido de mi estómago y las arcadas me tensan todo el cuerpo. Cuando siento que ya no puedo arrojar más, mi garganta se esmera por quietarme hasta lo último.

Retomo la respiración cuando acabo y me levanto tambaleándome hasta el grifo. Enjuago mi cara y boca hasta eliminar ese sabor horroroso, estoy sudado como si hubiese corrido un maratón y hasta mis sábanas están mojadas.

Me quedo recargado asimilando todo y mi teléfono comienza a soñar en la habitación. Me muevo en su búsqueda encontrándolo en mi pantalón y respondo con el número desconocido en la pantalla.

—¿Si?.

Jess soy Clare —responden— ¿estas ocupado?

Veo el desastre en el retrete y presiono el botón para que se vaya el contenido.

—No, es mi día libre —aseguró— ¿pasó algo?

DINASTÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora