CAPITULO 21 - 14 DE FEBRERO

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14 de febrero

Monica

Nueva York, una de las ciudades más grandes e influyentes. El sueño de muchos pero la pesadilla de todos los que habitan en ella. Aunque realmente no existe lugar perfecto y libre de peligro. Admito qué hay unos más que otros, pero no se libran. Aquí nadie lo hace.

Sus festividades, los grandes edificios, la temporada de invierno. Todos aquellos elementos que la vuelven tal cual es, diría que es mi favorita pero solo por el hecho de que ahí viví la mayoría de mi vida. Aún sigo creyendo que mi mejor opción siempre fue Inglaterra ¿como hubieran sido las cosas si yo hubiese aceptado aquella temporada de intercambio estudiantil?.

Es una pregunta que me gusta hacerme mucho y en una parte me aterra a saber la respuesta. Por cuestiones de trabajo, tuve que ausentarme cuatro días de la ciudad y a consecuencia retrasar la reunión con mi familia. Sin agregar que a la mañana siguiente, volví a partir unos tres más a Toronto y como si no fuera suficiente, aún se que debo hacer un viaje más por mi misma, uno del que nadie sabe hasta ahora.

Corro por la calle Michigan deleitándome con los bellos adornos que se encuentran aquí y haya. Oficialmente entramos a una festividad que la mayoría disfruta y las parejas se pasean de la mano demostrándose el amor mutuo. El día de San Valentín, un día en el que pasas en compañía teniendo sexo o te pudres en tu sofá polvoriento mientras devoras un tarro de helado y te preguntas si algún día encontrarás esa media naranja.

Posiblemente pertenezca al segundo grupo omitiendo la holgazanería de tumbarme a no hacer nada más que comer, pero si soportar la felicidad ajena. Aquellas relaciones perfectas y llenas de amor, personas que se aman, que no tienen miedo de eso y están juntos porque se quieren.

Llegó cubierta de sudor de vuelta a casa y en el suelo frente a la puerta, yace una caja blanca con un lazo rojo. Extrañada la tomo entre mis manos y me adentro con ella. Fluvia salió desde temprano a no se donde y nadie ronda cerca. Me siento en el sofá comenzando a deshacer el lazo que en el interior contiene una caja más pequeña y una tarjeta dorada.

Prepárate mentalmente, siempre dijiste que querías unos y a mí esas pendejadas de chocolates no me van, ya quiero viértelos puestos. Me he tomado la molestia de elegir uno gemelo para mi bellísima masculinidad.
Jess.

Abro la pequeña cajita ahogando un quejido y la sonrisa brota con rapidez al ver dos pequeños aretes dorados que sin duda van en los pezones. Me pego en la frente sonrojándome y no puedo creer que en verdad espere que vaya a perforarmelos. Los saco de su estuche pulcro y glamoroso, el colchón es de ceda roja y puedo jurar que son de oro al igual que las pequeñas piedras de diamantes incrustados.

Jess sobrepasa los límites y sencillamente esa palabra no existe para el. Alguna vez en nuestras noches de ebriedad decidió que era buena idea perforarse el pene. Al día siguiente se revolcaba del dolor. Fueron tantas cosas las que hicimos juntos que ahora parecen una película muy lejana y polvorienta.

Yo no sé si pueda sobrellevar este día, aunque la idea de irme a beber esta noche hasta perder la consciencia no me parece mal. Tomo un largo baño de agua fría para aplacar mis hormonas, parezco una tina andante ya que mis bragas se mojan sin ningún sentido y anoche tuve que recurrir a mi juguete sexual hasta provocarme un orgasmo que me tumbara, sin embargo no fue suficiente. Ni siquiera el segundo.

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