¿Gustarme?

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"No Eres Quien Para Buscar Santos o Pecadores En El Mundo"

—No, no y no... Era Hans quien casi le dio a la señora Edgeworth con aquella maceta artesana de la terraza —respondió Kayla con firmeza y un tono subido.

—Tú eres casi tan culpable como yo, estabas a mi lado riéndote de la situación —exclamó Hans con una risa burlona que apaciguo con unos sorbos de su vaso de whisky.

Había pasado casi media hora y nos quedamos hablando sobre nuestro pasado y vergüenzas de la infancia, sobretodo cosas sobre Hans, era el que mas se metía en problemas... siempre y cuando Kayla le aplaudiese las bromas, claro está. Ya era demasiado tarde para mi, el reloj marcaban las diez y ya era hora de ir a la oficina de empleo a buscarme la vida en este nido de víboras.

—Mi gente, ha sido un placer volver a codearme con la clase baja de esta clase baja, pero tengo que ir a buscarme la vida como buen jornalero que soy —dije levándome de la mesa, no sin antes darle un último largo sorbo a mi jarra de cerveza rubia—. Coño, se me olvidaba que beber tan rápido y levantarse al mismo tiempo no es tan buena idea —aclaré mi cabeza con un buen masaje entre mis cejas usando mi dedo índice.

—¿Clase baja dos veces? —preguntó Hans con esa cara de bobo que a veces se le formaba.

—No te metas con él, estudio medicina y nosotros aquí somos las ratas que le pellizcan los bolsillos —respondió Kayla con su tono altamente sarcástico.

Me reí bajo mis labios y procedí a despedirme de ellos mientras salía por la puerta del bar, el día se había oscurecido un poco como de costumbre y el olor a carbón de las fabricas comenzaban a inundar el aire. Mientras bajaba por la calle principal y observaba como la vida urbana se abría camino ante mi unos folletos pegados a los muros de una textilería captaron mi atención. No era publicidad, era un aviso del Estado hablando sobre una posible y extraña nueva epidemia que asolaba nuestro gueto, una ilustración mas abajo parecía describir a los enfermos como individuos con la piel caída y los labios parcialmente arrancados, casi colgando de la boca. Tampoco escatimaron detalle en los ojos. que pintaron como orbes grises sin vida alguna... Pero lo más interesante y perturbador pudo ser la posición en la que retrataron a esta pobre ilustración: brazos caídos, piernas flaqueando y cabeza ciertamente doblada a la izquierda. Todo esto hizo resonar una campana imaginaria dentro de mi cabeza, ¿acaso la mujer de anoche que vi llegando aquí fue victima de esta enfermedad? Si es así espero no estar gestando algo en mi interior.

No quise seguir mirando al poster, era casi como si esos ojos falsos me estuviesen persiguiendo todo el rato... No quiero verlos. Seguí mi camino por la calle, tras unas vueltas e interminables laberínticas calles estrechas llegué a darme cuenta que el ruido generado por el gentío y las fabricas comenzaba a flaquear, así siguió hasta callar por completo. Lo único alcanzable a escuchar ahora mismo era el viento rozando los antiguos ladrillos de los muros y algún que otro llanto de bebé dentro de algunas casas.

—No me gusta... —me dije a mi mismo para no dejarme invadir por el miedo.

Conseguí llegar a una avenida larga y ancha donde se encontraban los antiguos y abandonados negocios de calidad del barrio, recuerdo que este sitio estaba lleno de gente de todas las clases sociales, cada noche era una noche de juerga y en festividades era aún peor, la avenida se llenaba de carros y personas cruzando de un lado a otro con sus enseres recién comprados. Se ve que la llegada de la Iglesia tuvo muchas repercusiones, ni los ricos se han salvado de la cruzada tan cruel de estos salvajes... y ahora ni siquiera tiene sentido tener todo esto, la población, antiguamente pudiente, no puede permitirse comprar lujos en los tiempos que corren. Al mirar mas detenidamente la avenida noté un edificio remodelado que estacaba entre los abandonados solares, este tenía unas ventanas relucientes que reflejaban la poca luz solar con total precisión y unos adornos de madera oscura y encerada que resaltaban los marcos de estas. Me aproximé con mi maletín en mano, suspiré mientras observaba como me acercaba a la puerta y giré el pomo de metal cromado. Al abrir, una calidez bien hogareña me empujó a entrar con ansias. Si el exterior era bonito el interior parecía sacado de un cuento de hadas, los muebles de madera relucían como cristal, ante mi se hallaba un largo mostrador acompañado de ostentosas lamparas eléctricas y color oscuro. El techo estaba absurdamente adornado con tallados simétricos y por si fuera poco ya le estaba echando el ojo, y el culo, a unos asientos en una sala de espera próxima al mostrador que parecían estar hechos de un tejido verde oscuro... ¡Con posa brazos acolchados!

La Calle De Las Cortinas de HumoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora