𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐨𝐜𝐡𝐨

1.2K 141 69
                                    

Por lo que más quiera y por lo que en más crea, hágame suyo. Así sea en medio de la noche, en donde los únicos ojos que nos verán serán los de Dios, no me importaría pecar y desperdiciar mi entrada al paraíso si usted es quien me baja de las nubes y me hace enterrar las uñas en la carne de la perdición.

Devoreme, peque junto a mi.

Seamos solo nosotros dos en nuestro edén, donde lo único que haremos será el amor y mirar las estrellas, que poco a poco bajan en forma de gotas y nos queman la piel por decir amarnos a  pesar de las leyes de Dios.

Ámame.

Por la ventana del aula entraban las gotas de la lluvia, intrusa

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Por la ventana del aula entraban las gotas de la lluvia, intrusa. Empapaba el suelo en enormes charcos y destruía la repisa repleta de libros viejos y gordos. Las gotas iban devorando página a página mediante caían seguida de otras y otras, parecían no tener un fin escrito, ni tampoco parecían querer bajar con más sutileza hasta el suelo.

Trato de buscar el coleto y el balde con rapidez, la suficiente para poder haber evitado que el agua cristalina llegará hasta su escrito.

Una fuerte ventisca se llevó de por medio las cortinas, abriendo de golpe ambas ventanas hasta golpear contra la pared. El redundante estruendo casi le hizo derramar el desinfectante al piso, pudo sostener la cubeta a tiempo.

>Maldición...

Se apresuró en al fin cerrar las enormes ventanas, quedando protegido detrás del vidrio, que recibía las gotas frías de lluvia cristalina y pura, aquella que también acariciaba a las montañas verdes que ahora estaban perdidas entre el paisaje. Había también neblina, neblina espesa. Muy pronto la simple lluvia pasaría a ser un diluvio, y del diluvio, a ser un tormenta.

Sabe que debe de ser rápido si quiere irse sin problemas a su departamento. Tiene que limpiar, acomodar y desechar las cosas que habían sido dañadas por la lluvia. Además, si corre con suerte, entonces podría encontrar al gato callejero que siempre rondaba por su ruta al ir directo a casa.

Estaba seguro de que a los estudiantes ya se les había asignado ir a sus dormitorios, era un lugar seguro.

Las ventanas rebotaron cerradas, las ramas del árbol frente a los cristales golpearon con ferocidad, queriendo romper el vidrio, siendo impulsado por el viento frío y desgarrador que le hacía chocar contra el cristal repetidas veces, cada una más fuerte que la otra. Temía a que el vidrio explotara por un impacto fuerte.

Pero él, con paciencia y calma, se encargaba de desaparecer los charcos de agua en su aula, moviendo los pupitres a las esquinas, aprovechando para dejar un agradable aroma cerezas y menta.

Sensei | Yaribu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora