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𝟎𝟏𝟏. linaje ─────────────
Lia
No recordaba que fue lo ultimo que hice, sabía que Stefan me había llamado y me había dicho que Elena vio una foto de Katherine.
Acto seguido me pidió que fuera a su casa y eso hice, pero ya no recuerdo más, no recuerdo si llegué o que me pasó durante el camino.
Abrí los ojos poco a poco, vi como el paisaje se movía a mi alrededor. No estaba en Mystic Falls. Estaba en movimiento.
—¿Dónde estamos?— pregunté despertándome en un coche. Miré a mis lados y vi a Damon, esto tenía que ser una pesadilla.
—En Georgia— contestó Damon al lado mío.
—¿Georgia?— repetí, incrédula.
—Te resumiré lo que pasó, encontramos a Elena, bla, bla, bla... estaba estancada en un coche, bla, bla, bla... yo la saqué, bla, bla, bla... Stefan se la llevó para explicarle— miró su reloj. —puede que lo esté haciendo ahora, como es que se parece a Katherine— explicó.
—¿Qué? ¿Y por qué estoy yo en Georgia?— cuestioné, no me podía creer nada de lo que me estaba diciendo.
—Te cogí y te metí en el coche, te habías quedado dormida a mitad de camino, la verdad es que tuve que pelearme con Stefan, no quería que te cogiera, ahora todos ya sabemos quien es el más fuerte— me sonrió. —tómalo como un secuestro por no querer bañarte conmigo— dijo, sin apartar la vista de la carretera.
—Tenemos que volver, en serio Damon, para el coche— hablé, histérica.
—Dios, eras más divertida cuando estabas dormida— se quejó, como si fuera un incordio.
—Qué gracioso— ironicé. Damon paró el coche y no dude en salir de este. —No puedo estar en Georgia— determiné.
—Bueno, pues lo estás, ahora acompáñame— decretó. Mi teléfono comenzó a sonar y vi que lo tenía Damon.
—Stefan— dijo en un tono asombrado cuando cogió mi teléfono y contestó. —¿Y bien?— cuestionó.
...
—Ya... no puedo decirte donde estamos— aclaró.
...
—Ella está bien— respondió. No me gustaba esto de no enterarme de toda la conversación.
...
—No— dijo tajante. —Nos vemos— colgó y se guardó mi teléfono. —No me mires mal y ven— comenzó a caminar esperando que lo siguiera.
—¿Que ha dicho?— pregunté, molesta.
—Eso no es de tu incumbencia, rayito. Anda, sígueme— espetó, me costó hacerle caso, pero si era verdad que estaba en Georgia, no quería perderme.
