cero doce

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— ¿Ya te vas? Es tarde. —Preguntó un Zhongli todo sudado, alborotado y exhausto en la cama. Childe estaba igual.

— ¿Ahora quieres que me vaya? ¿Dónde quedó eso de inventar algo para no llegar?—Se burló, recargándose en la cabecera de la cama. — Ni siquiera sé si se fijaría de que estoy o no.

— ¿Por qué? Es una loca que trae a raya todo, dices tú.

— Últimamente anda más demente que de costumbre, en el sentido de que no le presta atención a nada ni nadie, sólo piensa en alguien que ni siquiera recuerda cómo es.

— ¿Quién es esa persona?—Un curioso pelinegro de ojos amarillos se sentó sobre la cama.

— Ya sabes... Morax. Tiene la sospecha de que está vivo.

En cuanto escuchó eso, Zhongli no pudo contener una sonrisa que daba miedo, era de maldad, de burla, de "qué bueno". Todo se estaba poniendo de su lado, al fin estaba obteniendo frutos y el primero de ellos era la cordura de Lumine.

𓆣

— No nos dejarás morir ahí, ¿cierto, Jean?—Dijo un Venti preparándose en el asiento del copiloto. Bárbara conduciría.

— Como si tuviera a otra gente para dejarlos morir fácil... Diluc estará ahí, confíen en él. —Y era cierto, ellos no eran nada importante en este mundo; eran investigadores independientes, los únicos que no cayeron por el dinero de esa mujer como lo hicieron todos los departamentos de policía.

— Nos vemos.

— ¿De verdad todo saldrá bien, amor?—Habló la mujer que había estado detrás de la rubia, abrazando a esta por detrás.

— Claro que sí, Lisa. Tenme un poco más de fe.

— Es que, ya lo sabes... No quiero perderte. —Deshizo el abrazo pasando a ponerse frente a ella para rodearla por los hombros con ambos brazos, acercando los rostros.

— No me perderás. —Cortó la distancia casi nula que tenían y se unieron en un beso apasionado pero tan lleno de afecto.

𓆣

— ¡Señorita Lumine! El borracho y la intento de idol ya llegaron. —Habló una nerviosa Sucrose, andaban muy cuidadosos de lo que decían después de haber logrado calmarla.

Ella yacía arreglada, parecía que traía un vestido de bodas, era tan grande y estorboso pero precioso para sincerarnos; era de color negro y en ciertos ángulos brillaba por las lujosas y diminutas piedras que lo adornaban.

— ¿Y qué quieres haga? Que hagan lo suyo, yo ya vuelvo... Después de volarle los sesos a esa perra. —Se aplicó ese labial rojo que le hacía resaltar a lo exagerado sus labios, quitó lo sobrante y salió de la habitación luego de empujar a Sucrose.

— Señora, ¿a quién se refería con "perra"? ¡No hablará de Rosaria!, ¿cierto? Ella no ha dicho nada malo. —Lumine rodó los ojos.

— Hablo de la fresita Ningguang, lenta. —Bajó las escaleras hasta llegar al salón principal. — ¡Kaeya, Dainsfeil!

— ¿Ya no irá Albedo?—Habló el nuevo, algo nervioso.

— ¿Qué les importa?—Tomó el arma que le extendió Kaeya, metiéndosela en el liguero que escondía bajo su vestido. — Vamos.

En eso, se quedó quieta, pensando. Los demás a su alrededor no dijeron nada aparte de "¿otra crisis? que alguien traiga las pastillas."

traitor : zhongchiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora