☙ 14 ❧

144 26 1
                                    

Entramos a un pequeño genkan. Kazutora dejo las mochilas al lado del getabako y procedió a descalzarse. Lo miré enarcando una ceja.

-¿Qué pasa? -preguntó.

-Supongo que no esperaba que haya un genkan en esta casa.

Kazutora sonrió, al mismo tiempo que procuraba mantenerse sobre un solo pie y se quitaba la bota del otro -que tenga aspecto occidental no quiere decir que dejemos nuestras costumbres, es como si por tener una cabaña dejemos de comer arroz-.

-Si, bueno. No hacia falta ese ejemplo -respondi avergonzado. Continué observando el ambiente y me percate de que se veía demasiado limpio para ser un lugar deshabitado.

-No te pongas asi -dijo tomándome de los hombros-. Vamos, deja a Coco ahi, y ponte unas pantuflas.

Me senté en el tataki, luego de zafar disimuladamente de su agarre y me quite el calzado.
-Se ve bastante limpio ¿Cuándo fue la última vez que viniste?

-En las vacaciones de verano -dijo mientras cruzaba el pasillo-. La abuela habrá venido esta mañana. Le avisé que vendríamos.

Me apresuré a colocarme las pantuflas y lo segui.
El pasillo desembocaba directamente a una enorme sala. Un sillon en forma de "L" lleno de almohadones era el centro de atención, junto con una pequeña mesa de tronco, una llamativa chimenea de piedra en unas de las esquinas y un smart de mínimo 50 pulgadas. Del otro lado un comedor formal para ocho personas, decorado con una gran araña que colgaba sobre la mesa.
Comprendí de inmediato su gusto por lo clásico.

Caminé detrás de él, cruzando la sala y el comedor hasta llegar a la cocina, estilo rústica con ladrillos a la vista y enormes encimeras. 4 butacas en una isla gigante, podría bailar ahí arriba si quisiera. Y a la derecha la escalera que daba al primer piso.
Todo iluminado por enormes ventanales qué rodeaban todo el lugar y junto a ellos una puerta que daba al jardín

-¿Qué haces? -pregunté, viendo como Kazutora abría las alacenas una por una.

-Confirmo mis sospechas -dijo mientras se dirigía al refri-. No hay ni una sola botella de alcohol.

-¿Alcohol? Creí que buscarías algo para comer -dije, acomodándome en una de las bancas.

-Ese viejo me roba todo el alcohol -bufó, luego se apoyó en la isla frente a mi -¿Qué quieres comer?

Me reí ante el primer comentario -Cualquier cosa está bien, no tienes que demostrar tus facultades culinarias -bromeé.

-En ese caso ¿Ramen o yakisoba?

¿Esas opciones justo tenía que nombrar? No me gusta el ramen, y el yakisoba... Bueno, no habia vuelto a comerlos.

-¿Qué sucede, no te gustan? —preguntó al notar mo desagrado.

-No, bueno... No. -respondí apenado.

-Entonces, iré a pedirle arroz a mi abuela, hay unas latas de atún aquí. Podríamos hacer onigiris o tekka maki -me miró con entusiasmo-. ¿O prefieres que vayamos a almorzar por ahí?

-Oh, no hace falta. Unos onigiris bastarán.

-Estupendo. Espérame aquí, volveré enseguida -dijo al tiempo que se separaba de la encimera.

-¿Puedo acompañarte? -me apresuré a decir.
Kazutora me miró complacido y movió la cabeza con aprobación.

Luego de abrigarnos adecuadamente, salimos.

Encaré hacia la calle, pero Kazutora me tomaba de la manga del tapado -ven por aqui -dijo acompañado con un movimiento de cabeza.

Bordeamos la cabaña, detrás, en la parte que daba a la cocina, habia una terraza de piedra con una hoguera en el suelo y alrededor, lo que supuse que serian sillones, puesto que estaban cubiertos con una lona.

El camino de las lágrimas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora